«Jamás pensé que podría amar tanto a mis enemigos», dice Jeny Castañeda. (Diálogos de la Casa Encuentro y solidaridad de Canarias)

Jeny Castañeda, víctima de la guerra en Colombia y fundadora de una iniciativa que fomenta el perdón entre víctimas y asesinos, visita por primera vez España para compartir su experiencia enriquecedora de perdón, en un Congreso de Noviolencia. Además, es una de las protagonistas de la película EL MAYOR REGALO, de Juan Manuel Cotelo, que se estrena en España el 9 de Noviembre.

¿Cómo ha llegado tu historia hasta EL MAYOR REGALO?

Esta película recoge testimonios de perdón en muchos países del mundo, pero el proyecto nació en Colombia. Algunos paramilitares decidieron entregar sus armas, ir a la cárcel y pedir perdón a sus víctimas, cara a cara. Conocieron las películas del director de cine español, Juan Manuel Cotelo, y compartieron con él su arrepentimiento, deseando que llegase a Colombia y a todo el mundo.

¿Por qué querían pedir perdón?

Porque causaron muchas muertes en Colombia y querían lanzar un mensaje claro al mundo: la violencia es un camino equivocado, que nunca se justifica. Ellos empezaron defendiéndose de la guerrilla, pero ante la falta de ayuda por parte del Gobierno colombiano, tomaron la decisión de defenderse por sí mismos, combatiendo a la guerrilla con las armas. Lo que comenzó siendo una «auto-defensa» acabó convirtiéndose en algo cruel, violento, y causaron tanta muerte y tristeza como los propios guerrilleros.

¿Por qué tú eres víctima?

Porque ellos asesinaron a mi mamá. Se llamaba Damary Mejía Ramírez y siempre estaba luchando por el bienestar de las familias más vulnerables del municipio. Ella ya había creado dos barrios al servicio de los pobres. Cuando estaba creando el tercero, ocupó las tierras del narcotrafinante Pablo Escobar, la Hacienda Nápoles, para que pudieran vivir allí sesenta familias pobres. La amenazaron de muerte por eso, pero ella no se amedrantó. Y ese mismo día, fue asesinada delante de toda su gente.

¿Cómo viviste esta tragedia?

Durante 12 años busqué la venganza contra los asesinos de mi madre. El día en que ellos, arrepentidos, me pidieron perdón… yo no acepté su perdón. El perdón era inconcebible para mí. Iba a todas partes con una camiseta que mostraba la foto de mi madre y el lema «Vivirás por siempre». Y odiaba a los asesinos, con todo mi corazón.

¿Cómo se vive con ese odio?

Es muy duro. En mi corazón sólo había rabia, resentimiento y sed de venganza. Cuando Ramón Isaza, uno de los máximos jefes paramilitares, me pidió perdón por segunda vez, le dije a la cara que jamás le iba a perdonar. Le dije que si Dios le perdonaba algún día, que me buscase de nuevo. Porque yo pensaba que Dios no le iba a perdonar nunca. Le insulté hijo de puta y me llené de orgullo y soberbia. Al cabo de unos meses, me diagnosticaron un cáncer y por primera vez tuve miedo de morir. Y me pregunté «¿qué he hecho de mi vida, con tanto odio?» Pensé en la herencia de odio que iba a dejar a mi hijo… Hablé con un amigo sacerdote y él me aseguró que iba a rezar por mí, no sólo para mi curación física, sino sobre todo para mi curación espiritual, pues las heridas de mi alma eran más graves que las del cáncer. Me dijo que le pediría a Dios que transformase mi corazón de piedra en uno de carne, tierno y misericordioso. Yo me burlé de aquel sacerdote, no creí en sus oraciones, no estaba dispuesta a cambiar. Pero él me dijo que rezaría por mí, de todas formas, pidiendo: “Señor, perdónala, porque no sabe lo que dice”. Fue muy paciente conmigo. Siempre que me veía, me abrazaba y me besaba, a pesar de mis burlas. Un día me dijo: “Dios da a sus mejores guerreros, las mejores batallas, y tú eres una guerrera de Dios”. Yo no le creí, pero pasaron muchos meses y Ramón Isaza volvió a buscarme para pedirme perdón otra vez. Me contó que todos los días rezaba un rosario para que yo tuviera paz y lograse perdonarle, y otro rosario más, para que también mi mamá le perdonase, donde estuviera ella. Veinte días antes, yo había soñado con mi madre, y ella me había anunciado en sueños, ese nuevo encuentro con Ramón. Y entonces se produjo el milagro. Abracé a Ramón y le di un beso de parte de mi madre, tal como ella me pidió en sueños. Y sentí en ese instante como si me estuvieran sacando un puñal que tenía atravesado en mi corazón, entre pecho y espalda. Justo en ese momento entró en la cárcel el sacerdote que tanto había orado por mí y se sorprendió de encontrarme allí, abrazado a aquella persona a quien tanto odié. Era el capellán de la cárcel de máxima seguridad. Desde entonces, no sólo me curé del cáncer y del odio, sino que Ramón y yo estamos cada vez más unidos. Trabajamos juntos para fomentar el perdón y la reconciliación en Colombia y en el mundo. Hemos creado juntos una Fundación que lleva por nombre “Por la Reconciliación Damary Mejía Ramírez”, en honor a mi mamá.

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