Los de abajo, por Jesús María Alemany

Me ha impresionado la tesis central del excelente ensayo de Rodrigo Lastra ‘Los de abajo: el protagonismo histórico de los pobres. Nuestros libros de historia están hilvanados con personajes dotados de poder, de prestigio, son los de arriba, los ganadores, muchos con estatuas incorporadas. El autor invita a recuperar la historia de la humanidad desde quienes nunca han tenido poder y asegura que, desde abajo, han sido sus protagonistas. La gente menuda, los olvidados, los desconocidos que viven una vida normal, con manos laboriosas y corazones rebeldes han asumido desde la sombra la responsabilidad de las transformaciones humanas. La auténtica historia se mueve al compás de los perdedores.

Constituye una audacia defender y documentar esta tesis del protagonismo de la gente menuda cuando la milmillonaria población mundial se ve paralizada por el pulgar hacia abajo de una o dos personas que, autoconscientes de su poder, no dudan en poner patas arriba al mundo. Son los de arriba. Ellos son los primeros y si les sobra algo, quedan sus amigos. Dan por supuesto que los de abajo no saben ni pueden ni importan. Dicen del papa
Francisco y de otros que no dudan de su buena voluntad pero que no son expertos en economía, en sociología o en política. Lo dicen desde arriba, desde los despachos y salones. Lejos de las víctimas de los sistemas que imponen como poderosos y sabios. En realidad, lo humano crece en la cercanía de seres humanos, sobre todo de esas víctimas abandonadas por el camino.

No es indiferente que quien piensa y escribe, Rodrigo Lastra del Prado, es un profesional, médico oncólogo del Clínico. Es su puerta de entrada hacia los de abajo. Solo en la cercanía de los de abajo, de los olvidados, se puede conocer, sanar y transformar la realidad. El regalo de un nuevo día estaría vacío sin la solidaridad de personas anónimas que apuntalan nuestra vida.

Me he quedado tocado con una frase: «La historia la han escrito quienes ganan pero la han hecho los que pierden». Pequeños actos normales de gente sencilla pueden sostener y mejorar el destino de todos. Nada humano por menudo que sea se pierde en el peregrinaje colectivo de la historia. Volverme consciente de ello ha sido un chute de esperanza cuando los Trump y Putin agitan sus amenazas y bajan su pulgar con la intención de recetar miedo a los demás. Muchos pequeños gestos de la gente sencilla que quiere convivir cada día en su vida normal constituyen una recarga de humanismo para resetear nuestro tiempo.

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