Autor: Eugenio Rodríguez
Hoy pasará desapercibido que un 14 de julio fue elegido presidente del Parlamento de la II República un gran hombre: Julián Besteiro. Y lo hizo con el voto favorable de 363 diputados. Dos votaron por Ossorio y Gallardo y uno votó en blanco. ¿El propio voto de Besteiro?
De la talla moral de Besteiro puede dar idea el hecho de que, cuando los perdedores de la Guerra incivil salían al exilio, él decidió quedarse en Madrid. Nadie dudaba de su derecho a salir pero él había querido ser pueblo y prefirió quedarse. Los de abajo se quedaban, los de arriba se iban y don Julián, el político español más aceptado, se quedaba, sabiendo todos que era una muerte anunciada.
Su nivel intelectual era muy alto, el más elevado del PSOE seguramente. Aunque no era católico estaba leyendo una Vida de Cristo en sus últimos días. En realidad, fue un auténtico mártir que luchó por el pueblo, por los obreros, por los españoles, por el progreso.
Para no causar más dolor fue uno de los máximos responsables de la rendición del gobierno republicano ante las tropas franquistas. ¿Qué podía hacerse si no? ¿Alargar la agonía y aumentar el dolor? El anarquista Mera, el coronel Casado y algunos socialistas como Wenceslao Carrillo, acompañaban a aquel hombre consumido y angustiado. Los partidarios de alargar la guerra se organizaron exilios en que no faltaban los lujos mientras el pueblo moría. Don Julián Besteiro se quedó. Vivió eso que los creyentes llamamos «encarnación» y que también se ha vivido en el verdadero socialismo como «ser de abajo» o «ser pueblo». También se ha llamado «enfangarse», «meterse en el barro». Lógicamente el franquismo tenía que condenarle, olvidando las vidas que salvó.
Seguramente temiendo muestras de admiración las autoridades le conmutaron la pena y fue trasladado a la cárcel de Carmona con los curas vascos. Era tal su hondura que hasta muerto les molestaba Besteiro. El alcalde del pueblo en que fue enterrado mando arrancar las flores de su tumba que había encargado su esposa.
Años después sus restos mortales fueron trasladados con los de su esposa al cementerio civil de Madrid donde he pasado algún rato meditando sobre amor y muerte; es cosa más que recomendable.
Cuando vemos imágenes de los pasillos del Congreso podemos ver el busto de Besteiro. Ante él pasan los diputados de todos los colores pero realmente no conocen el alma de semejante gigante.
Al militante cristiano Julián Gómez del Castillo sus padres le pusieron ese nombre por cariño hacia Besteiro. Pronto verá la luz una biografía sobre aquel socialista, Francisco Gómez del Castillo, gracias a la cuál podremos saber algo más de las razones para amar tanto que tuvieron aquellos socialistas.
Quizá tuvieran más espíritu cristiano del que creían. Muchos de ellos, amar sí que amaron y mucho. Por eso Besteiro dijo claramente que no quitaran al Crucificado de su despacho de Presidente de las Cortes; ¿A quién estorba un hombre justo? dicen que preguntó.
¿Saben algo de esto los que pasean la bandera de la II República? Los que propiciaron ese régimen fueron conscientes de lo endeble de sus raíces.
En cuanto a democracia hemos caminado sí, pero hacen falta Besteiros.
Es muy de agradecer que se rescaten estas efemérides porque mantienen vivo el recuerdo de estos gigantes tan desconocidos de los que tanto podemos aprender. Me honra compartir fecha de cumpleaños con algo mucho más esperanzador que la toma de la Bastilla. ¡Gracias Eugenio!