Lo nuclear del mensaje de Navidad que acabamos de celebrar es la ENCARNACIÓN; celebrar el misterio de todo un Dios que se hace hombre. Y hombre pobre. Es una encarnación histórica, pero también presente, pues el mensaje de Jesús se hace nuevo cada día. Por eso en el “Belén Migrante” de este año hemos representado ese misterio de un Dios que se hace carne, también en 2020.
Un Dios que predilectamente se dirige a los pobres. Y quién más pobre en nuestra ciudad que inmigrantes y refugiados, que unen a la gran carencia material el desarraigo. Representados en nuestro belén como modernos pastores a los que los ángeles anuncian una Buena Nueva, estaban inmigrantes que vienen en pateras y refugiados que duermen al raso o en tiendas de campaña. Representados como modernos Herodes, ajenos a los problemas de los pequeños, reflejamos las políticas de las grandes instituciones (como la UE) que promueven leyes contra los inmigrantes. Como las políticas europeas del “Frontex”, que obligan a rutas cada vez más peligrosas y fuerzan la muerte de miles de hermanos en el Mediterráneo. O la existencia de Centros de Internamiento para Extranjeros (CIEs), lugares donde se priva de libertad a personas sin haber cometido delito alguno. Representados como el anhelo de muchos hombres y mujeres de toda raza y condición, que quieren adorar a Jesús, estaban los sabios de Oriente y todos sus problemas cotidianos para llegar a Belén. Y en el centro, la Sagrada Familia, custodiando ese misterio de un Dios, que hoy como ayer, se sigue haciendo CARNE.
Para este Belén hemos contado con la colaboración de una iniciativa familiar que pretende contar historias para aprender y jugar usando las figuritas de Playmobil: podéis ver sobre esta iniciativa y sobre el belén migrante y su montaje en: Menudas historias de gente menuda.
Rodrigo Lastra