Desde abajo, con los últimos

Fuente: Iglesia Navarra

Autor: Fernando Chica Arellano

Desde el comienzo de la encíclica Fratelli Tutti, la presencia de san Francisco de Asís se hace evidente. Él “sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos” (FT 2). En un mundo marcado por la violencia y la desigualdad, el hijo de Pietro Bernardone “acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos” (FT 4).

Al acabar esta misma encíclica, el papa Francisco se refiere, como una de sus fuentes de inspiración, al beato Carlos de Foucauld. “Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano, y pedía a un amigo: ‘Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos’. Quería ser, en definitiva, ‘el hermano universal’. Pero solo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos” (FT 287).

Como puede verse en estos dos ejemplos, la perspectiva para vivir la fraternidad universal pasa, necesariamente, por una óptica concreta: situarse cerca de los pobres, en el reverso de la historia. En los siguientes párrafos invito a explorar este camino, tal como aparece formulado en Fratelli Tutti.
Comentando la parábola del Buen Samaritano, en el segundo capítulo de la encíclica, dice el Sumo Pontífice: “Es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del mundo, con el mismo cuidado que el viajero de Samaría tuvo por cada llaga del herido” (FT 78). Sabemos, ciertamente, que “el amor al prójimo es realista y no desperdicia nada que sea necesario para una transformación de la historia que beneficie a los últimos” (FT 165). Aquí encontramos un principio encarnado de vida espiritual. Las mediaciones serán variadas y deben ser creativas. Pero el foco está claro: “Esta caridad, corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los últimos, que está detrás de todas las acciones que se realicen a su favor” (FT 187).

Por ello, señala Su Santidad, “la procura de la amistad social no implica solamente el acercamiento entre grupos sociales distanciados a partir de algún período conflictivo de la historia, sino también la búsqueda de un reencuentro con los sectores más empobrecidos y vulnerables” (FT 233). En concreto, necesitamos reconocer que “sólo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres de hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres” (FT 234). Este punto nos lanza un reto que cada cual debe acoger y encarnar en su mundo de relaciones habituales. Al hacerlo, se nos abrirán nuevos horizontes.

Concretamente, podemos aprender que “los últimos en general practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar. Solidaridad es una palabra que no cae bien siempre […] La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares” (FT 116). Se trata de agrupaciones que brotan desde abajo, “que aglutinan a desocupados, trabajadores precarios e informales y a tantos otros que no entran fácilmente en los cauces ya establecidos”, que “gestan variadas formas de economía popular y de producción comunitaria”, que suponen un “torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común” y que son “experiencias de solidaridad que crecen desde abajo, desde el subsuelo del planeta” (FT 169). De este modo, pasamos ya del ámbito relacional al terreno propiamente social y político.

Porque, en realidad, esta perspectiva desde abajo y desde los últimos es la que permite avanzar hacia un desarrollo humano integral, superando “esa idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos” (FT 169). Como Iglesia, estamos siempre invitados a realizar ese desplazamiento hacia los pobres; más aún, estamos llamados a estar con los pobres y a convertirnos, cada vez más, en una Iglesia austera, sobria, donde los desvalidos nunca se sientan postergados u olvidados, una Iglesia, en definitiva, en la que los necesitados hallen un hogar, un ámbito fraterno que los acoja, socorra y comprenda.

La visión cristiana, la mirada evangélica, la perspectiva samaritana piden ubicarnos “sobre todo con los últimos” (FT 233). Como dice el Santo Padre, “si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos” (FT 235). Así lo cantó la Virgen María en el Magnificat, reconociendo que Dios “derribó del trono a los poderosos y engrandeció a los humildes; colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos los despidió sin nada” (Lc 1, 52-53). No es casualidad que, años después, su hijo Jesús sentenciara: “Los últimos serán primeros y los primeros serán últimos” (Mt 20, 16).

 

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