A veces hablamos de salir a las periferias como si viviéramos en un extraño núcleo recóndito cuando la realidad es que ya vivimos en las periferias. Estamos en el mundo y somos mundo. Somos de este tiempo, somos familias, somos vecinos, somos trabajadores. Somos –de hecho- como los demás. Sin embargo también es cierto que como creyentes a veces nos quedamos en el sofá de nuestra fe recortada en vez de en el trampolín que es nuestra vida en diálogo con una fe dinámica, vital y combativa.
Por ello personas con trayectorias variadas nos hemos encontrado para reflexionar sobre un montón de “fronteras” en que ya estamos. Hemos visto que hay creyentes que viven su fe en algunas llamadas “fronteras” como el arte, la vida política, la vida cotidiana, la ciencia, la salud… Hemos descubierto que cuando vivimos ahí la fe, lejos de agostarse, nuestra propia fe reverdece y crece. Y al tiempo, el arte, la vida cotidiana, la salud o la ciencia se transforman. Es ahí donde hemos conocido el amor, es ahí donde nos ha transformado, es ahí donde por amor continuaremos en este mundo cambiante haciendo y siendo revolución.
Ha estado especialmente presente el Hermano Carlos de Foucauld con su inspiración a a misión, a la amistad, al abandono. Miramos, tocamos y sentimos la Cruz de Lampedusa como símbolo peregrino de solidaridad. Mirar la vida desde esta Cruz es sentir que vivimos un tiempo dramático y magnífico que queremos bebernos hasta las entrañas. No es que vayamos a ir a no sé qué periferias, es que ya las estamos transformando, ¡basta con escuchar!