Este 8 de marzo no consintamos que queden olvidadas las últimas, esas mujeres trabajadoras, tantas veces ocultas, tantas veces despreciadas y humilladas hasta por otras mujeres.
Las Kellys que limpian los hoteles y en ellos dejan su juventud, sus espaldas y sus riñones sin que nadie se lo agradezca.
Las mujeres inmigrantes que ni duermen, ni descansan, empalmando un trabajo tras otro, de día y de noche, para conseguir ahorrar y reagrupar a su familia.
Las trabajadoras domésticas, que cocinan y arreglan casas sin tiempo para atender las propias.
Las que desearían ser madres, pero no lo son por miedo a perder el empleo.
Las madres que cuidan a hijos ajenos y se pasan las tardes sin ver a los propios.
Las que no pueden ayudar a sus hijos a hacer la tarea, pues, trabajadoras desde niñas, nunca fueron a la escuela.
Las que trabajan doble turno mientras el marido, frustrado y desesperado, sin encontrar nada, se queda en casa.
Las que saben de todo y son reposteras, peluqueras, pescaderas, camioneras…, pues llevan ya decenas de oficios a sus espaldas.
Las que van a trabajar sin apenas poder moverse porque no pueden permitirse estar de baja.
Las que se quedaron sin cobrar después de varias jornadas de trabajo y no se atreven a reclamar porque no tienen papeles.
Las que buscan trabajo colgando papelitos en las farolas y encuentran en vez de un empleo llamadas obscenas.
Las que dejan a sus hijos pequeños solos en casa y se pasan la jornada rezando para que en su ausencia no les pase nada.
Las que con apenas 30 años necesitan antiinflamatorios para resistir los dolores que les dejó la carga de trabajo.
Las que trabajan hasta el mismo día de dar a luz y llevan al bebé recién nacido a su trabajo, pues, si no curran, ni pagan la habitación, ni comen.
Mujeres trabajadoras. Mujeres empobrecidas. Mujeres explotadas.
¡Que este 8 de marzo no sean una vez más ignoradas!
Nuria Sánchez Díaz de Isla