El Papa Francisco ha vuelto a recordar en su viaje a Marruecos el que es un eje de su pontificado: la cultura del encuentro. En ese espíritu se celebró el fin de semana del 30 al 31 de marzo el encuentro de familias organizado por el movimiento Encuentro y Solidaridad. Tomó como lema una frase de Amoris Laetitia (nº 183) “hacer doméstico el mundo” que es una llamada a la familia, a todas las familias, para que el amor que se vive normalmente en ellas impregne todas las relaciones humanas; para que cada ser humano se sienta como un hermano.
Desde esa llamada un nutrido grupo de familias españolas e inmigrantes, también sacerdotes y seminaristas, residentes en distintos puntos de España (de Galicia a Cataluña, de Navarra a Canarias, las dos castillas, Madrid, Andalucía, Murcia…) se reunió en la Casa Emaús para revisar y fortalecer el encuentro dentro del matrimonio, de la propia familia y paralelamente lanzarnos al encuentro en una sociedad sedienta de fraternidad, de caridad y justicia. Todo se vivió en un clima de alegría, porque compartir esos anhelos e inquietudes, y dialogar y buscar y encontrar pistas entre todos nos hacía experimentar que es posible. Los niños y jóvenes tenían sus propios espacios y tiempos, y los adultos tuvieron también un programa variado y dinámico, con tiempo para la reflexión y profundización, la música, el baile, la oración y la celebración comunitaria. La decoración de los espacios también nos invitaba a tomar conciencia de la grandeza y la misión de la familia, a mirar a otras familias del mundo, a otros hijos, y también a ir dejando por escrito nuestra experiencia de las tres palabras mágicas que el Papa Francisco nos propone para que un matrimonio funcione: permiso, gracias, perdón.
El sábado por la mañana Laura Pérez y Jorge Lara, delegados diocesanos de familia y vida en Burgos, hicieron un repaso ilustrado a algunos de los desafíos y retos que plantea Amoris Laetitia; exhortación que no evita ninguno de los problemas que afectan a las familias, pero que nos plantea itinerarios, procesos para que cualquier persona, o familia vaya creciendo en el amor. Crecimiento que, aun conviviendo con la imperfección, nos hace experimentar la alegría del amor.
Así nos lo demostraron los testimonios que siguieron. El de Francisco Gómez del Castillo y su esposa Belén Romón, que narraron su vivencia del paro y la precariedad con cuatro hijos. Como ellos contaron, una persona en paro, normalmente no está parada, está permanentemente haciendo virguerías para sacar adelante a sus hijos, viviendo el día a día con sacrificio, con angustia, con vergüenza a veces y soledad, pero también con conciencia de su dignidad, y muchas veces con solidaridad de familia, amigos y hasta desconocidos. Sus hijos aprendieron a valorar ese esfuerzo de sus padres, y aunque no tuvieron muchas cosas que sí tenían otros compañeros no dudan en afirmar que esa etapa fue una de las mejores herencias que les dejan.
A continuación, Ana Álvarez Errecalde, artista y fotógrafa, compartió su experiencia de aprendizaje en la dependencia de su hijo primogénito, que nació con una grave malformación congénita, y al que daban un máximo de dos años de vida. Junto a su marido Jorge, se plantearon que lo fundamental era el amor que tenían por su hijo, y ese amor encarnado a diario en unos intensos cuidados es el que con seguridad ha hecho que su hijo Neuquén tenga 19 años contra lo que la ciencia les predecía. También han experimentado la soledad, y la incomprensión, pero no se plegaron sobre sí mismos, y quisieron seguir desarrollando sus sueños, sus profesiones, para integrar y no culpar a su hijo de haberles limitado. Por eso, no vieron razones para no seguir teniendo más hijos, y actualmente tienen otra hija y un hijo, además de haber sufrido un aborto tardío. Todos han vivido, jugado, viajado con su hijo y hermano con naturalidad, dándole el amor al que toda persona está destinado aunque aparentemente él no pueda expresarles que corresponde a ese amor. Ambas experiencias fueron para todos los asistentes una lección vital profunda y humanizadora.
Por la tarde, los asistentes pudieron elegir entre dos talleres para trabajar la escucha dentro del matrimonio. Diego Velicia, psicólogo, dirigió una ITV matrimonial, con dinámicas intensas para descubrir y potenciar lo bueno que hay en el otro miembro de la pareja, y para conocerse mutuamente en profundidad, fortalecer las raíces y la comunicación. Los más atrevidos quisieron experimentar otra forma de trabajar estas dimensiones de la escucha en la pareja a través del baile del tango. Chusa Pérez y Ezequiel Merlo nos enseñaron que bailamos como somos, y fuimos aprendiendo a reconocer por qué a veces chocamos, nos pisamos, nos tironeamos, y a potenciar el cómo confiar el uno en el otro, a desarrollarnos como pareja desde la escucha, caminar y bailar juntos, para improvisar creativamente ante las circunstancias que se nos pueden presentar en la vida.
La mañana del domingo la dedicamos a profundizar en la figura del padre. Fernando Vidal nos expuso el trabajo que está desarrollando para redescubrir una paternidad que fue trastocada radicalmente desde la revolución industrial. En la historia se aprende que el padre también tenía relaciones de ternura, de intimidad, de confianza con sus hijos, de transmisión de cultura, de valores, para hacerles mejores personas que él mismo. Los cambios culturales, deshumanizadores en muchos aspectos que se iniciaron en el siglo XI han trastocado la vivencia y la experiencia familiar y muy en particular la paternidad. La complementariedad entre varón y mujer, padre y madre, siguen siendo referentes y el marco esencial para la procreación y educación de los hijos, y por eso, hay que redescubrir y poner en su sitio la figura del padre con la certeza de que la paternidad es un acto de amor profundo y duradero con semilla de revolución.
Los momentos litúrgicos (laudes, completas, Eucaristía) también nos ayudaron a vivir la experiencia de familia de familias que es la Iglesia: meditamos sobre la aportación de Amoris Laetitia respecto a la muerte de algún miembro de la familia, en particular del cónyuge, escuchamos la Palabra (el domingo la parábola del hijo pródigo), y celebramos la Eucaristía para lanzarnos en acción de gracias a vivir y transmitir lo vivido en este fin de semana: “hacer doméstico el mundo”.