Queridos amigos:
El que escribe es sólo un pequeño en la fe, un discípulo que desea aprender de Cristo Jesús para aprender a Cristo Jesús.
La fe que he recibido me enseña que, en Cristo Jesús, hemos sido bendecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales; en él, Dios Padre nos eligió para que fuésemos santos y, por medio de él, nos ha destinado a ser sus hijos; en él hemos sido marcados con el sello del Espíritu Santo (cf. Ef 1, 3-13).
La fe que he recibido me enseña que en la Iglesia somos sarmientos en la vid que es Cristo Jesús, somos cuerpo de Cristo Jesús, y que, por serlo, podemos decir con verdad que él vive en nosotros y nosotros vivimos en él; que, en nosotros, él continúa siendo de la tierra y, en él, nosotros somos ya del cielo.
La fe que he recibido me enseña que, por Cristo, con Cristo y en Cristo, damos culto a Dios en espíritu y en verdad, y hacemos presente en el mundo el reino de Dios.
La fe que he recibido me enseña que, así como Cristo, nuestra cabeza, fue ungido por el Espíritu Santo y enviado a evangelizar a los pobres, también nosotros, su cuerpo, hemos sido ungidos por el mismo Espíritu y se nos ha confiado la misma misión.
La fe que he recibido me enseña que, en la Iglesia, todos somos ungidos para evangelizar, todos somos enviados a los pobres para llevarles la buena noticia que necesitan oír.
Pero algo me dice que, si quiero evangelizar, habré de dejarme evangelizar, habré de hacerme discípulo de Cristo Jesús, habré de aprender a Cristo Jesús.
De ahí el título de esta propuesta de vida: Evangelizados para evangelizar.
Recibir con alegría la buena noticia que es Cristo Jesús, entregar la llave de la propia vida a Cristo Jesús, dejarnos ungir y llevar por su Espíritu, acoger la misión que el Espíritu nos confía, eso significa dejarse evangelizar.
Si nos dejamos, si hemos conocido la alegría del evangelio, si hemos conocido la gracia y la paz que en Cristo Jesús nos han alcanzado, entonces ya no podremos dejar de evangelizar, ya no podremos dejar de llevar a los que amamos –a todos- esa alegría, esa gracia, esa paz; ya no podremos dejar de anunciar a Cristo Jesús.
Si el que escribe es sólo un aprendiz del evangelio, lo que escribe es una carta abierta.
Se ha escrito y se envía, con la esperanza de que caiga en manos de algún hambriento, de algún soñador, de algún loco… de un hombre, de una mujer, que asuman el riesgo de creer, de esperar, de amar…
Todos estamos llamados a una relación de amor con Dios; a todos se nos invita a vivir en el amor que es Dios; y lo que aquí nos disponemos a leer es una carta abierta a esos llamados, a esos invitados.
Esta carta, como si de un mensajero de buenas noticias se tratase, sale en busca de un Zacarías o una Isabel que todavía sueñen con dar vida a un mundo nuevo.
Tal vez la lea un Juan dispuesto a preparar caminos a la justicia que nace de lo alto.
Tal vez encuentre a un Simeón que acaricie siempre en el corazón esperanzas de consolación para el pueblo de los oprimidos.
Tal vez resuene en la noche de otro Samuel dispuesto a escuchar la voz del Señor que busca la dicha de su pueblo.
Tal vez la lea un pobre y se ponga en camino para encontrarse con Jesús de Nazaret.
Si te duelen las heridas de la humanidad, esta carta puede ser una llamada para que acudas a curarlas.
Si llevas en el corazón a la Iglesia, cuerpo de Cristo, puede que esta carta te anime a identificarte más con ella, a ser más Iglesia, a ser más en Cristo.
También si eres sólo un desocupado a la espera de que alguien te contrate, ésta puede ser la voz del dueño de la viña que te interpela para que vayas a trabajar en ella y recibas, al final de la jornada, el justo salario.
Ésta es una carta abierta a hombres y mujeres de fe, que deseen ser de Cristo, que busquen ser en Cristo, que quieran ser en la Iglesia, sin dejar de ser hombres y mujeres de este tiempo, de esta cultura, de este mundo.
Esta es una invitación a dejarnos evangelizar para llevar el evangelio a los pobres.
Un abrazo de este hermano menor.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger