Ana Sánchez
Aquí se juntan un buen grupo de esos héroes de la puerta de al lado, de los que todos tenemos cerca y los que todos podemos ser (quizá habría que decir, más bien, que todos debemos serlo). No se trata de cosas grandiosas ni de superpoderes: el gran poder, con el que todos contamos, es la fuerza de ser cercanos, de hacer comunidad con los que nos rodean, de tenerles en cuenta en sus necesidades y en sus potencialidades, de ir más allá de nuestro propio punto de vista.
Algo de esto es lo que nos refleja esta película de 2018, una película de Kenia, que suele ser un cine que no llega a nuestras pantallas y quizá por eso nos pueda sorprender más. Muestra la cotidianidad de una aldea, tomando como hilo argumental la enfermedad terminal de una niña y cómo se posicionan ante ella los que la rodean: familia, amigos, vecinos,… Cada uno afronta la situación desde una perspectiva distinta, pero van confluyendo en torno a la de Jo que es la más vital y alegre de todas; en el proceso de acercamiento entre estas perspectivas se va dejando traslucir la influencia de la comunidad que forma la ciudad en la que vive, acostumbrada a organizarse conjuntamente. Seguro, como pasa en nuestro día a día, que no hay una respuesta o una posición correcta y otra incorrecta, pero sí que es importante que estemos abiertos a replanteárnosla, aunque en muchas ocasiones eso nos cause dolor; pero tenemos que aprender a ponernos en el lugar del otro, no pensar tanto cómo nos gustaría a nosotros que sucedieran las cosas como qué es lo que realmente necesita el que está junto a nosotros.
Los niños lo tienen claro y continuamente nos dan lecciones: tienen que enseñárnoslo. Y están dispuestos a ello. Lo hacen continuamente. Nosotros también tenemos que estar dispuestos a ello, sobre todo a escucharles, como hacía el padre de Jo cuando hablaba con ella: se sentía escuchada y ella valoraba ese acto de amor. Nosotros, ¿escuchamos?
En todo caso, es siempre una alegría ver cine que se aleja un poco de lo convencional, de los circuitos a los que estamos acostumbrados. Eso también nos ayuda a salir un poco de nuestra mismidad, abrir los ojos a otros paisajes, a otras culturas, a otras gentes… y con ello, mirar de otra forma también a los que tenemos más cerca.
¡¡Yo soy Supa Modo!!