Fuente: jovenescatolicos.es
Iván López Casanova es cirujano general en el Hospital Universitario de Canarias, así como máster en bioética. Ha impartido numerosas conferencias sobre Antropología filosófica y adolescencia, y ha participado en diversos debates televisivos. También es autor de libros como Pensadoras del siglo XX, El sillón de pensar y Pensadoras para el siglo XXI. En marzo de este año publicó su última obra, Educar para la pluralidad (Editorial Rialp), en la que aborda un tema tan sugerente como la dificultad de conservar los valores adquiridos en el entorno familiar, durante el periodo de la adolescencia. Más aún en una sociedad en la que pensar diferente no siempre es tarea fácil y puede, incluso, generar problemas que condicionen la vida adulta.
1. Antes de nada, enhorabuena por tu libro. Los que te conocemos, sabemos que en aquello en lo que pones tu empeño, pones tu corazón, ya sea con la hoja de un bisturí o con la tinta de un bolígrafo… Siempre me he preguntado con cuál de los dos instrumentos te sientes más cómodo.
– Yo también he pensado siempre que la plenitud interior al realizar cualquier tarea o trabajo no depende tanto de su contenido –si es una actividad honrada−, cuanto de la intención que mueve esa labor; entonces, como tú bien señalas, depende mucho de a qué está puesto el corazón. En este sentido, en ambas ocupaciones procuro no perder de vista el tratar de ayudar a las personas; tanto con la pluma como con mi trabajo de cirujano, bisturí en mano.
2. Al oírte hablar en conferencias y entrevistas, no pasa inadvertido que tienes a Dios muy presente en tu día a día… ¿cómo crees que influye, en tus múltiples labores, tu fe y tu relación con Él?
– Me impresionó mucho una sentencia de Antoine de Saint-Exupèry, el autor de El Principito, quien, en los últimos años de su vida, repetía que había que amar mucho a todos los hombres, pero sin decirlo en voz alta. En este sentido, creo que hay que ver en los demás a hijos de Dios y tratarlos con esa dignidad, sin ir dando prédicas ni sermoncillos. Así los demás nos llevan a Dios, y Dios nos empuja a tratar mejor a todas las personas. Creo que eso es encontrar a Dios en la vida corriente, que es la mía y la tuya.
3. En tu último libro abordas el tema de la educación, sobre todo desde el punto de vista familiar, y aludes a la dificultad de conservar los valores inculcados en la infancia para que no se resquebrajen cuando llega la etapa adolescente y hay que encajar en la sociedad. ¿Qué te inspiró a escribir sobre este tema?
– Me parece que esta es la cuestión palpitante para todos los que tratamos con jóvenes católicos (aprovecho el título de tu valiosa publicación): ¿por qué fracasa con tanta frecuencia la formación cristiana-familiar al llegar la adolescencia? O, con otras palabras: ¿quién no ha presenciado el abandono de la fe cristiana de chicos y chicas jóvenes al llegar a ese periodo de la vida?
Además, no he encontrado ningún libro que analice las causas de ese fracaso de un modo breve y comprensible y que, sobre todo, ofrezca soluciones prácticas. Por eso lo escribí, después de reflexionar sobre el tema durante varios años y de leer mucho sobre la adolescencia, claro.
4. Entiendo que es una situación en la que se encuentran muchos padres, que ven cómo para sus hijos es más fácil dejarse llevar por lo que hacen todos y distanciarse, o incluso renunciar a lo aprendido en casa, por miedo a la estigmatización social, ya que se ven inmersos en un ambiente que llega a ser muy hostil para el que piensa diferente… ¿Qué consejos le darías a los padres que se encuentran ahora mismo en esta situación? ¿Aún se puede hacer algo?
– Se puede hacer muchísimo. En concreto, modificar el modo de educar en familia y cambiarlo. Ahora hay que Educar para la pluralidad (de hecho, ese es el título del libro). La clave de mi obra es intuir que hay que formar a los hijos para un mundo plural, heterogéneo y complejo; de tal modo que cuando lleguen a la adolescencia y abandonen el cálido nido familiar para formar el grupo de amigos, comprendan y no se desconcierten en ese mundo plural. De este modo no se sentirán solos.
Para ello hay que hacer dos cosas muy bien. La primera es educar con una huella familiar fuerte, con una identidad cristiana firme, clara y sin complejos. Pero, a la vez, la segunda condición es que hay que explicar no solo lo propio, sino también lo ajeno. Es decir, no solo cómo se entienden los valores y las virtudes desde la cosmovisión cristiana, sino también que conseguir que los hijos entiendan que van a tener amigos con una comprensión absolutamente distinta sobre Dios, el amor, la ética, la verdad, la sexualidad, etc. Y no solo distinta, sino en muchas ocasiones contrapuesta. Y a esas personas hay que quererlas, respetarlas y no juzgarlas.
Cuando un chico comprende esto recibe este mensaje: se puede tener y querer a personas que piensan distinto sin tener que mimetizarse con sus modos de pensar para ser integrados en un grupo, para ser amigos suyos. Y esto es liberador. Es más, sin esta formación para la pluralidad, o bien acaban abandonando la formación cristiana familiar porque se sienten desconcertados y solos al ver que en internet, en las series de televisión, en la mayoría de canciones, etc., nadie piensa como ellos; o bien se intentan refugiar en invernaderos artificiales donde no lleguen esos modos de pensar. Pero ya no hay sitios para burbujas ni refugios, y tampoco aguanta la educación cristiana si sobrecrece el desconcierto o la soledad al llegar la adolescencia.
5. Y en aquellos jóvenes que son capaces de no dejarse llevar por la corriente y sucumbir ante esa presión social… ¿Cuál crees que es el aspecto más difícil para ellos de cara a mantenerse fieles a esas ideas?
– Uno de los aspectos claves para formar a los jóvenes, desde esta nueva óptica de la pluralidad, es ofrecer la explicación propia y ajena de lo que podría llamarse la educación para el amor. Me parece fundamental, insisto, para ayudar a los jóvenes cristianos a luchar contra el pansexualismo brutal del ambiente.
Cuánta importancia tiene explicar que hay dos modos antagónicos de entender la dimensión afectivo-sexual: a/ como un deporte o un juego divertido que da placer, y que los adultos “anticuados” no entienden (por eso hay que sortear su vigilancia); b/ como el lenguaje del amor personal que, cuando se emplea mal, deja un dolor muy profundo en la persona −quizás de los más penosos−.
De este modo, se explicará también que van a tener amigos con el primer modo de entender la sexualidad, directamente derivado de la revolución sexual; también, que muchas series, películas, canciones, etc., también lo plantearán bajo esa mirada. Pero que este abordaje, aunque al principio parece divertido y sin límites, resulta desolador y triste. Porque imposibilita para construir vínculos sólidos familiares que es lo que llena de felicidad la existencia.
6. ¿Cómo crees que condicionará, ya en su vida adulta, esta discordancia o desconexión abrupta de los jóvenes con respecto a todo aquello que se les intentó inculcar desde el entorno familiar?
– Ya lo estamos viendo. Mucha gente que es incapaz para el amor: narcisistas, adictos a la pornografía, tristes, inseguros, incapaces de asumir compromisos… Pero prefiero hablar del caso contrario: cuando una persona ha sido educada para la pluralidad posee una gran capacidad para mantener ideales valiosos; también, una gran inteligencia contemplativa –no solo práctica− que le permite tener mundo interior; asimismo, será capaz de contemplar la belleza y la distinguirá de la fealdad; además, se sabrá frágil y comprenderá que otros también tengan defectos, habrá sido formado para alegrase con lo ajeno, para superar sus tendencias ególatras… Y, sobre todo, conocerá su condición de hijo de Dios, su identidad más íntima.
7. ¿Crees que hay motivos para la esperanza?
– Sí. En toda crisis cultural, y esta es muy profunda, hay elementos que con el paso del tiempo, a veces de siglos, emiten brillos muy positivos. La Ilustración, por ejemplo, supuso un paso civilizatorio muy positivo. Gracias a ella somos todos iguales ante la ley y la sociedad abandonó una muy injusta organización estamental. Pero comenzó con un claro sesgo anticristiano. Yo quiero pensar que la conmoción actual de la cultura nos ofrece una llamada fuerte para que cada uno de nosotros aspire a una vida de profunda santidad, y no a un cristianismo mediocre. Si ocurriera esto, el paso del tiempo hablará de esta época como un tiempo de oro para el cristianismo, aunque ahora nos parezca un momento difícil u oscuro.
8. Brevemente, para terminar… ¿hay algo que quisieras decirles a los lectores de esta entrevista?
– Creo que hay que amar y comprender el momento presente con sus luces y sombras. Y transformarlo como hicieron los primeros cristianos. Y advertir que para los jóvenes cristianos se presenta una edad especialmente difícil: la adolescencia. Creo que se ha pensado poco en la soledad del adolescente.
Yo nunca me he encontrado a un adolescente malo. Pero para no estar solo, un chico de esa edad puede llegar a hacer bastantes tonterías y maldades: puede quemar una casa o incendiar un bosque. Entonces me pregunto: ¿No nos habrá faltado sabiduría para enseñarles a amar y a comprender el mundo en el que viven? También: ¿por qué no les hemos sabido dar ideales que les hagan comprender y soñar un mundo lleno de relaciones interpersonales hondas y firmes, fuertes y para toda la vida? Y junto a eso, si hemos sabido hacerles comprender las grandes mentiras que se propagan en grandes territorios de la cultura, y que llevan a la gente a romper sus familias, y a hacer sufrir a sus hijos.
En suma, hay que dar brillo a nuestros tesoros cristianos y trasmitírselos a los jóvenes. Son ideas y modelos de vida mucho más valiosos que los que ofrece el ser humano fragmentado y posmoderno de las televisiones. Qué bien los resume bien Carlos Piana: Creo en el amor. Creo en el amor para siempre. Creo en el amor que se inicia en lo finito y se extiende en lo infinito. Creo en el enamoramiento que perfora la bóveda de las nubes y revela la eternidad. Creo en los amigos. Creo en el ser humano, hijo de Dios.
José María Ramírez Conchas