Ha muerto Alfonso Milián, obispo de una diócesis pequeña a la que se dedicó con tal entrega, que siendo él turolense de nacimiento y zaragozano de sacerdocio, su última voluntad ha sido que su cuerpo descanse en sus queridas tierras altoaragonesas de Barbastro. Pero nos deja sobre todo un sacerdote y ante todo un bautizado. Maduró como sacerdote y se formó como obispo a la vera de otro gran obispo, Don Elías Yanes, un defensor apasionado del Concilio Vaticano II y del papel del laico en la Iglesia, por quien sentía gran admiración.
Los que hicimos ejercicios espirituales con él (en la casa Emaús nos acompañó por lo menos en dos ocasiones) recordaremos la sencillez de su vida y su palabra. Recordamos cómo te hacía nuevas aquellas cosas que muchos cristianos dábamos por rutinarias. Nos recordaba la hondura y el compromiso que adquiríamos cada vez que hacíamos la señal de la cruz o pronunciábamos el Padre Nuestro. “Santiguarse no es cualquier cosa y por tanto no se puede hacer de cualquier manera, Hacer la señal de la cruz nos compromete” Y no a un compromiso cualquiera. Un compromiso especialmente con los pobres.
“Los pobres son sacramento de Cristo”, era una de sus predicaciones recurrentes. Con este tema nos impartió unas jornadas en Zaragoza y en Burgos: “Ser sacramento, es ser imagen, expresión, reflejo y transparencia del amor del Padre. Por eso ante el pobre tenemos que descalzarnos, como Moises ante la zarza ardiendo. Ante el pobre estamos ante una realidad sagrada. Lo mismo que nos arrodillamos ante Cristo presente en la Eucaristía y le adoramos, tendríamos que adorarle en cada hombre, más aún si es pobre, no sólo por la predilección que Dios manifiesta siempre por él, sino porque con él se identifica plenamente”
Deja la Iglesia militante y se une al Iglesia triunfante un pastor bondadoso, un limpio de corazón.
Don Alfonso ¡Hasta mañana en el altar!