Rodrigo Lastra
ANICETA MARÍN, (Lécera 1932-Zaragoza 2025)
Ha muerto Ani a los 92 años. Fue una de esas mujeres de la generación que hoy llamamos silenciosa. Como fue su vida, pues Ani fue una mujer que ha pasado por este mundo sin hacer mucho ruido, pero aportando abundantes y sabrosas nueces.
Hija de una familia pobre (su padre picapedrero), le toco sufrir la Guerra Civil en la zona caliente de Aragón siendo una niña. La vida no le iba a privar de casi ningún sufrimiento. Al dolor de la guerra que le truncó la infancia, le seguirá la miseria de la posguerra, el trabajo a destajo como empleada doméstica, la pérdida de dos hijas pequeñas, la vivienda en condiciones de humedad y hacinamiento… Y las penurias y desvelos de compartir su vida con un obrero entregado a la lucha social por la justicia. Luchas que en aquellos años 50 y 60 del siglo XX suponía enfrentarse a la dictadura, sufrir detenciones y persecución laboral. De hecho, estando a punto de dar a luz en 1960, perdió a una de sus hijas mientras Jesús, su marido, estaba detenido por sus luchas en defensa de los trabajadores.
Y a pesar de tanto sufrimiento, los que conocimos a Ani siempre experimentamos la alegría silenciosa que irradiaba. Siempre agradecida, siempre bondadosa, siempre dispuesta a compartir lo poco que tenía en su pequeño hogar del barrio de Torrero. Siempre cuidando, trabajando… y callando, mientras los demás hablábamos.
Aniceta fue una mujer de fe sencilla, pero de gran hondura vivencial. Jesús Arcusa, el amor de su vida, era un obrero que provenía del anarcosindicalismo y que tras la humillación de los vencedores había renegado de la Iglesia. Y, sin embargo, la clase obrera encarnada en la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) fue su camino de Damasco para el encuentro con el Obrero de Nazaret, y hombres como Guillermo Rovirosa o Ángel Liso fueron a partir de entonces sus hermanos mayores en el apostolado obrero. Desde aquel momento, para Ani y Jesús, La HOAC sería su casa, y fe y compromiso social se unieron tomando una dimensión mucho más firme y trascendente. Ani y Jesús, ya inseparables, compartirían hasta el final esa fe encarnada en el servicio a los demás. Fruto de esa entrega está su familia con sus hijos Jesús y Andrés, sus nietas y sus biznietos. Y sobre todo, para lo que hemos sido testigos de la vida de Ani, el testimonio y las lecciones prácticas de aquello que dijo El Señor: Te doy gracias Padre, porque has ocultado todo esto a los sabios y entendidos y se lo has revelado a los sencillos.