Fuente: despilfarroalimentario.org
Un sistema alimentario que sobreexplota recursos naturales, que produce más de lo que necesita, que propicia pérdidas y desperdicio de alimentos, que genera residuos que afectan al medio ambiente, que promueve el consumo de productos alimenticios hipercalóricos y que no es capaz de nutrir a todos los seres humanos del planeta no sólo es indignante, sino también insostenible.
Este año, en España, el Día Internacional por la Reducción de la Pérdida y el Desperdicio Alimentarios está enmarcado en la reciente aprobación de la ley 1/2025, de 1 de abril, de prevención de las pérdidas y el desperdicio alimentario.
Como se señala en la propia ley, las pérdidas y el desperdicio de alimentos son señal de un funcionamiento ineficiente de los sistemas alimentarios y de una falta de concienciación social. Incluso constata cómo los más pobres padecen los problemas sociales y sanitarios derivados del hambre o la subalimentación, especialmente gravosos entre los niños.

Esto nos lleva a poner en tela de juicio el propio sistema económico en el que nos movemos, que opera con costes de producción bajos o moderados y márgenes elevados, lo que permite producir de forma excedentaria sin perder beneficios.
El sector que dispone del poder real en la negociación puede, además internalizar y repercutir el coste del despilfarro sobre los pequeños y medianos productores (a los que les resulta muy difícil poder competir con las grandes empresas) y/o sobre los consumidores (a través del precio final del producto).
La cadena de desperdicios comienza en los campos y las ganaderías, continúa a lo largo de las fases de transformación y de comercialización y termina en nuestras cocinas
Podemos ir un poco más allá y ver cómo el desperdicio comienza incluso antes de la siembra (ya desde que se planifica la producción a partir de parámetros distintos a los de la demanda efectiva de alimentos). De hecho, a veces los cultivos ni siquiera son recolectados porque el precio de mercado que reciben los agricultores es tan bajo que, económicamente, su recogida no resulta rentable.
Un menor desperdicio de alimentos comportaría un uso más eficiente de las tierras y una mejor gestión de los recursos hídricos, tendría consecuencias beneficiosas en todo el sector agrario a escala global y contribuiría de forma importante a la lucha contra la malnutrición en el mundo.
Las distintas declaraciones políticas al más alto nivel no se traducen en medidas suficientes y eficaces porque no cuestionan el marco ideológico sobre el que se asienta un modelo económico que no satisface a un coste razonable las necesidades básicas (agua, alimentación, salud, energía, etc.) de la mayor parte de la población mundial.
Por todo ello exigimos a los responsables políticos que activen todas las medidas previstas en la ley y a la sociedad que refuerce su compromiso para reducir esta aberración.





