Por qué le debe preocupar al sector productor el despilfarro de alimentos

Fuente: despilfarroalimentario.org

“La comida es el resultado de un largo viaje, desde el agricultor hasta nuestros hogares. Este viaje, la cadena de suministro, utiliza enormes cantidades de recursos de la Tierra. En nuestra mesa disfrutamos del milagro. La tradición y la buena cocina producen sabor, alimento, alegría, pasión, vida. ¡Sin embargo, tiramos gran parte de nuestra comida! ¡Mucho! Y con él tiramos todos los recursos preciosos que son clave para producirlo”. Así comienza el viaje de “la comida es para comer”, que os invitamos a conocer.

Según los datos de la FAO, 1/3 de los alimentos que se producen en las tierras de todo el mundo no llegan nunca al plato del consumidor, lo que supone una cifra de 1.300 millones de toneladas… ¡cada año!.

La UE contribuye a ello con casi 90 MTm y España con 8 MTm según expone el análisis del Observatorio “Más alimento, menos desperdicio” del Ministerio de Agricultura. Esto supone que, cada semana y sólo teniendo en cuenta la fase del consumidor final, 26 millones de kilos de alimentos acaban en la basura.

La mayoría de los estudios e informes que se publican suelen cargar la mayor parte de la responsabilidad sobre el consumidor final, pero el despilfarro de alimentos es un hecho que se produce a lo largo de toda la cadena alimentaria, desde el campo hasta el plato, como se aprecia en el gráfico nº 1.

Gráfico nº 1. Distribución del despilfarro de alimentos en la cadena alimentaria. Datos UE

Sin embargo, en numerosas ocasiones se obvia la medición en la primera fase, la de producción, antes de su salida al canal de comercialización. Es difícil dar una cifra exacta, pues no hay protocolos homologados ni mediciones exhaustivas sobre el terreno, lo que no quita para constatar que es una hecho evidente.

Algunos estudios como el del Grupo Operativo EIP-AGRI «Reducir la pérdida de alimentos en campo” apuntan a que éstas pueden superar con creces el 10% de la producción total en las explotaciones agrícolas europeas. Otros estudios como el recientemente publicado por WWF “Directo a la basura: el impacto de la pérdida global de alimentos en granjas” lo sitúa en torno al 40%, lo que añadiría 1.200 MTm a los 1.300 MTn antes aludidos en el resto de fases a escala mundial. Entre ambas estimaciones se sitúa el 23% – en Europa- del  análisis de la FAO, en su informe “Reduciendo las pérdidas y el desperdicio de alimentos” (ver gráfico nº 2) y el 32% de los datos recogidos por la UE (vistos en gráfico 1).

Gráfico nº 2.-Distribución de las pérdidas de alimentos en la cadena alimentaria según continentes. Fuente: Instituto de Recursos Mundiales. Datos FAO

Ampliando el dato con más detalle, podemos ver el despilfarro por tipo de productos, valorándolo por peso o por energía (gráficas nº3 y 4)

Gráfico nº 3.-Pérdidas y desperdicios de alimentos en granja a nivel mundial, por valor energético y por peso. Dato Informe Reduciendo las PDA (FAO).
Gráfico nº 4.-Pérdidas de alimentos por tipo de alimento. Datos FAO

Completando este primer análisis, estudios como REFED, sobre las pérdidas y desperdicio de alimentos en los EEUU, apuntan a una pérdida en granjas del 21% (gráfico 5).

Gráfico nº 5.- PDAs a lo largo de la cadena alimentaria en EEUU. Fuente REFED

En resumen, nos encontramos con unos datos muchas veces desconocidos para la sociedad en general y el sector agrario en particular, con un volumen e impacto mucho más altos de lo que debería ser aceptable para una agricultura y ganadería del siglo XXI. 

Nos hemos acostumbrado, en las sociedades ricas, a disfrutar de alimentos sanos, nutritivos, seguros, variados, accesibles y a veces demasiado baratos para el verdadero valor que tienen. Quizá por eso debemos considerar (y concienciar a la sociedad) que los alimentos son un milagro al que muchos no tienen acceso, tanto dentro de los países más ricos como en la mayor parte de un mundo que pasa hambre (2.000 M de personas no tienen una alimentación mínimamente adecuada, de los que 900 M carecen del mínimo imprescindible). Con esta perspectiva, el derroche de alimentos, en cualquiera de sus formas o fases, es una auténtica aberración.

Por otra parte esta banalización de los alimentos, arrastra también a una desconsideración hacia el sector productor en su conjunto y en particular hacia al trabajo del agricultor, ganadero o pescador, que muchas veces es desprestigiado. En muy pocas ocasiones, salvando los peores momentos de la crisis del covid, se han valorado como esenciales a productores y alimentos. Cada vez menos personas conocen el esfuerzo y el coste que supone que lleguen nuestros alimentos al plato. Y es que, de hecho, es un verdadero milagro.

Encrucijada

La producción de alimentos se encuentra en un momento de encrucijada. Se está exigiendo que el sector agroalimentario produzca más cantidad para atender una demanda creciente (más población y más consumo), pero que lo haga empleando menos recursos (suelo, agua, fertilizantes, fitosanitarios, energía, ayudas, etc…), con menores impactos y a precios cada vez más baratos. Es decir, se le exige la “cuadratura del círculo”.

Como hemos visto, el despilfarro de alimentos supone tirar literalmente a la basura millones de toneladas de alimentos y, con ellos, todos esos recursos que se han utilizado para su producción. Valgan algunos datos para comprender la magnitud del problema.

  • Se dedican 1.400 millones de hectáreas de tierra (unas 3 veces la superficie total de la UE y un 28% de la superficie agrícola mundial) a producir alimentos que nunca llegarán a alimentar a nadie.
  • La cantidad de agua dulce necesaria para producir los alimentos que desperdiciamos cada año a escala mundial es de unos 250 km3 de agua, es decir el equivalente al consumo de agua de todos los hogares del mundo;
  • La huella de carbono que genera este derroche es de 3.300 millones de toneladas de CO2. Si el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercer mayor emisor después de Estados Unidos y China.
  • El coste directo anual estimado de tal derroche es de 750.000 M$, y de más del doble si se contabilizan los efectos indirectos.

A la vista de estos datos, podemos comenzar a ser conscientes de que estamos ante un gravísimo problema de carácter económico, medioambiental y ético. La ineficiencia del sistema alimentario en su conjunto lo hace insostenible, incluso, a corto plazo. Por ello el sector agroalimentario busca a marchas forzadas soluciones para cuadrar este círculo con el fin de seguir cumpliendo con su compromiso de producir alimentos y a la vez ser sostenibles ecológica, económica y socialmente. Con total seguridad, una de las primeras respuestas debe ser reducir al máximo este absurdo e ineficaz desperdicio de alimentos a lo largo de toda la cadena.

Qué supone para el productor

Podríamos pensar que una mayor demanda de alimentos (en la que un tercio terminará en la basura) beneficia a los productores, pues así hay más mercado, más oportunidades y mejores precios de venta.

Aunque esto sea cierto en algunas ocasiones, la realidad nos muestra que, como hemos dicho anteriormente, el mercado exige más producción con menos recursos y menores precios. De hecho, al generar más producto, éste se deprecia en el mercado.

Ante estas exigencias, el productor se ve obligado a intensificar su producción, ya sea con mayores dosis de insumos (fertilizantes, agua, energía entre otros) o adquirir costosas tecnologías, que si bien permiten producir un poco más, habitualmente incrementan los costes de producción y con ello reducen los márgenes de cada unidad producida. Es por todos conocida la ley de rendimientos decrecientes, que muestra que cada unidad de producto a mayores que se produce, lo hace con menor margen para el productor. Sirvan dos datos para comprender el alcance de la cuestión:

  • En España, entre 2003 y 2018, los costes de producción agrarios se han encarecido un 56,3%, mientras que la renta agraria corriente sólo lo ha hecho en un 13,8%.
  • para obtener una caloría de alimento para el consumidor final, la energía total necesaria se ha pasado de 10 calorías en 1970 a más de 30 en la actualidad.

Esto supone intensificar la producción pero en detrimento de los recursos escasos y cada vez más caros, como el agua, la energía o los fertilizantes, además de incrementar los problemas medioambientales como la erosión del suelo, la contaminación de aguas o la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEIs). Es más, el desgaste inútil de estos recursos, imprescindibles para producir alimentos, ponen en riesgo la producción en el futuro, incluso a corto plazo.

Además ya hay estudios que cuestionan la afirmación de que sea necesario duplicar la producción de alimentos de aquí a 2050 para atender la demanda. “Si se mejora la eficiencia de la cadena ( y fundamentalmente evitar al máximo las pérdidas y desperdicio), no será necesario un incremento del 100% de la producción, si no sólo de entre el 26 y el 68% de la producción actual”, según Mitch Hunter director del equipo de investigadores de las principales universidades estadounidenses. Esto además evitaría los graves impactos ambientales y sociales que supondría duplicar la producción en apenas 30 años.

El sistema alimentario basa su eficacia (que no necesariamente eficiencia) en un volumen de producción lo más abundante posible, a los menores costos posibles y con un precio barato para el consumidor final. Con estos objetivos, la presión recae fundamentalmente sobre la remuneración del productor, que se ve obligado a reducir su renta si quiere ser competitivo en el mercado, lo que conduce a un abandono de la producción de decenas de miles de agricultores, ganaderos y pescadores en todo el mundo cada año, con las negativas consecuencias que todo ello acarrea. En todo caso, las consecuencias también recaen sobre el resto de empresas de la cadena alimentaria, dado que les hace perder recursos y rentabilidad. Y en general a la administración, que debe destinar presupuestos para prevenir o gestionar los residuos.

Por otra parte, el despilfarro de alimentos implica el desprecio del trabajo del productor (algo que debería doler a cualquier profesional) y la escasa valoración que hacemos los consumidores de algo tan imprescindible como es el alimento.

En definitiva, la intensificación de la producción cuando se está muy lejos de ser aprovechada eficientemente, no beneficia al productor. Quizá haya otros que ganen con un mercado con sobreoferta que presiona los precios del productor, con más necesidad de insumos para producir o con materias primas despreciadas como “commodities” con las que especular en las muy lejanas bolsas de futuros.

En todo caso, resulta absurdo pensar que se debe producir más cuando ese incremento irá antes o después al vertedero. Sería como intentar llenar una bañera sólo abriendo más el grifo, pero sin haber puesto antes el tapón.

Causas

Sería muy largo (aunque muy necesario) relacionar las causas que provocan el despilfarro de alimentos a lo largo de toda la cadena, puesto que depende de cada eslabón de la cadena desde el productor al consumidor, del tipo de producto o de la zona geográfica donde éste se produce. No obstante hay pérdidas o desperdicio que se producen en un eslabón  pero cuya causa puede situarse en un eslabón anterior o posterior.

Sí que podemos advertir de algunas de las más importantes como un inadecuado almacenamiento, transporte, manipulación o procesados excesivos, roturas de la cadena de frío, confusión entre fechas de caducidad y consumo preferente, sobreoferta, especulación y/o cambios en los mercados, compras superiores a las necesarias, falta de conocimiento de cocina aprovechamiento, rechazo de productos por criterios estéticos, sobrantes de la restauración colectiva, pública o privada.

En la fase de producción, obviando las mermas inevitables producidas por ataques de plagas, enfermedades o climatología adversa, se producen perdidas de alimentos provocadas, entre otras causas, por cambios en los mercados (caída de precios), sobreproducciones ligadas a cumplimiento de contratos, incumplimientos unilaterales de los mismos o innecesarios condicionantes en criterios exclusivamente estéticos ligados a calibres, formas o colores, o acudir al recurso de destruir producciones para mantener los precios.

Prevención y concienciación

En todo caso, detrás de este problema subyace una falta de conciencia (por toda la sociedad en su conjunto) de la gravedad real del mismo y la necesidad, urgente, de tomar medidas para paliarlo y actuar desde la prevención, en la que tiene mucho que hacer y exigir el sector productor.

Si hay un punto idóneo para comenzar a reducir el despilfarro de alimentos es en el primer eslabón de la cadena, el productor. El coste energético de producir una caloría de alimento final puede necesitar aportar unas 6 calorías (energía, mecanización, insumos,…) pero el alimento final a partir de ella puede llegar hasta las 30 calorías (manipulación, transformación, envasado, transporte,…). Por tanto es necesario actuar cuanto antes en la cadena, y siempre siguiendo la jerarquía de aprovechamiento (como indica la gráfica nº 6), en la que todo lo que se produce con destino a alimentación humana debería terminar en nuestros estómagos y no en ninguno de los siguientes escalones de aprovechamiento.

Gráfico nº 6.- Jerarquía de aprovechamiento de alimentos

En segundo lugar, el propio sector productor debería hacer valer su trabajo y el valor real de los alimentos. Uno de los problemas al que nos enfrentamos es que el coste de los alimentos, a un consumidor medio, sólo le supone alrededor del 15% de la renta familiar, lo que conlleva una depreciación de su inestimable valor real.

La buena noticia es que ya se está trabajando para concienciar y prevenir el despilfarro de alimentos, y que gran parte de las causas de las pérdidas y desperdicio que se producen son conocidas, previsibles y por tanto evitables. Hay muchas iniciativas que tratan de dar respuesta a este decisivo reto: observatorios de medición, campañas de concienciación, innovación en tecnologías, sistemas de donación de alimentos sobrantes, webs de recetas de reaprovechamiento, ofrecimiento de recogida de sobras en restaurantes, raciones adaptadas en comedores escolares, reorganización de sistemas de rebusca o espigueo, transformación de materias primas en nuevos productos, entre otras muchas.

A nivel más institucional, también se están dando pasos como la instauración del Día Internacional contra las Pérdidas y Desperdicio de los Alimentos, a iniciativa de la ONU, que se celebró por primera vez el 29 de septiembre de 2020 o la campaña “Aquí no se tira nada” del MAPA en el presente 2021.

De cara al sector productor y toda la cadena agroalimentaria, por ejemplo, la Estrategia del Campo a la Mesa, incluido dentro del Pacto Verde de la UE, igualmente propone un objetivo de reducción de las pérdidas y desperdicio de alimentos en un 50% en 2030

Legislación anti despilfarro

Las soluciones pasan igualmente por desarrollar normativas que impulsen la reducción del despilfarro. Hay países como Francia o Italia pioneras en este sentido, con leyes que llevan ya años en funcionamiento y que han abierto el camino para que el sector y la sociedad en su conjunto contribuyan a reducir este sinsentido.

No sólo en la UE u otros países se han dado pasos en firme. Dentro de nuestro país, CCAA como Cataluña ya cuentan con una Ley contra el despilfarro de alimentos, aprobada por unanimidad en febrero de 2020. Es una ley pionera, completa y ambiciosa pero a la vez muy realista, que puede servir de modelo para cuantas iniciativas normativas quieran ponerse en marcha.

En este sentido el MAPA presentó, antes de verano, un trámite previo al anteproyecto de la futura ley contra las pérdidas y desperdicio de alimentos en España, que ha prometido comenzar a tramitar en este último trimestre de 2021.

Esperamos que sea posible aprobar una ley a la altura del reto que se nos presenta y que esté acompañada por cuantos cambios deban producirse en otras normas sobre comercialización de productos agrarios, ley de la cadena alimentaria u otras que impidan su plena aplicación. En este sentido tendrá que coordinarse con las leyes de economía circular, transición ecológica, residuos o de donación de alimentos.

En resumen y respondiendo al título de este artículo, al sector productor sí le debe preocupar el despilfarro de alimentos en toda la cadena, incluyendo en la propia fase de producción. El enorme esfuerzo de trabajo (de preocupación), de recursos y de mejora continua para producir alimentos en cantidad, calidad y precio no pueden irse literalmente por el retrete.

Además de cumplir con su fin último de producir alimentos, la lucha contra el despilfarro en toda la cadena contribuirá decisivamente a lograr que esta actividad sea más sostenible ecológica, económica y socialmente. Lo que es bueno para el planeta, debe ser bueno para las personas y para el sector. Pocas veces tenemos tan a mano una forma de actuar que da respuesta a todos los retos a la vez, pero es necesario ponerse ya con las manos en la masa.

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