Tiene su encanto ser seres urbanos. Pero lo cierto es que las ciudades, pese a estar densamente pobladas, promueven la fragmentación y el aislamiento de sus habitantes. Esto vuelve a los entornos citadinos muy complicados: habitarlos se hace difícil, ya que muchas de sus dinámicas nos absorben irremediablemente. Mientras tanto, las problemáticas que enfrenta cada ciudad parecen demasiado grandes como para que podamos combatirlas.
Y eso es, en gran parte, porque las ciudades nos vuelven muy individualistas…
Quienes habitan las grandes metrópolis carecen de herramientas certeras para contribuir a tener mejores ciudades. Los ciudadanos tienen que dejar todo en manos de gobernantes y empresas, no obstante que éstos suelen traer más problemas que soluciones.
Un ejemplo está en las políticas que permiten que los barrios sean invadidos por la iniciativa privada: que se construyan centros comerciales, o que lleguen reconocidas cadenas comerciales. Esto ocasiona el encarecimiento de la vida y obliga a muchos a desalojar sus hogares, lo que constituye un fenómeno bastante reciente al que se le ha llamado “gentrificación”.
Por otro lado existen zonas urbanas que son abandonadas, como Detroit, en Estados Unidos. El caso de esta ciudad demuestra mejor que cualquier otro lo que sucede cuando las empresas abandonan una ciudad: la economía comienza a flaquear y, con esto, la ciudad entra en un proceso de paulatina decadencia. Inevitablemente la criminalidad comienza a subir, y lo único que hace el gobierno es aplicar “mano dura” contra la población a la que abandonó.
Pero existe una alternativa a la decadencia urbana: el trabajo colectivo
Se ha comprobado que en zonas urbanas donde los vecinos colaboran en embellecer sus calles y fachadas, las tazas de criminalidad y violencia bajan drásticamente. En Estados Unidos esto ha sido observado por un grupo de investigadores de la Universidad de Michigan, quienes han documentado procesos comunitarios en la ciudad de Flint.
Esta ciudad se convirtió, debido a su paulatina desindustrialización, en una de las más peligrosas de Estados Unidos, con la segunda taza de homicidios más alta. Desde 2012, un grupo de vecinos de Flint comenzaron a limpiar sus calles, a alumbrarlas y a sembrar plantas en sus camellones y lotes.
Para 2018, los ataques con violencia bajaron en un 54%, los atracos en un 83% y los robos a casas y negocios en un 76%
Esto ha pasado en México también…
Muchos piensan que las pintas callejeras son sinónimo de criminalidad. Por eso, ahí donde hay pintas hay más policías. Sin embargo, en México muchos artistas han demostrado que pintar paredes no es un crimen, y puede regenerar el tejido social de las zonas más marginadas.
Es el caso del barrio Las Palmitas, en Pachuca, Hidalgo. Ahí, el colectivo de artistas Germen Nuevo pintó 200 casas, haciendo de ellas un lienzo gigante que reflejaba la identidad de los habitantes del barrio. Esto hizo que los robos y asaltos disminuyeran un 73% en sólo 3 años.
Así como este hay muchos ejemplos más en México y el mundo, los cuales comprueban que el arte y el trabajo comunitario son agentes de regeneración sociocultural.
No obstante, el porqué de este fenómeno es aún un relativo misterio, que requiere de mayor investigación para que el trabajo comunitario y el arte formen parte de las agendas públicas en combate a la delincuencia. Sin embargo, no se necesitan muchas más pruebas empíricas para comprender que el futuro de las ciudades debe ser un futuro compartido, en el cual trabajemos comunitariamente por tener barrios bellos, espacios iluminados, calles caminables y muchas más áreas verdes donde expandir la conciencia individual y colectiva –en lugar del consumismo desenfrenado–.
Porque nadie lo hará por nosotros, ¿no crees?
Fuente: Ecoosfera