Fuente: Alfa y Omega
Autor: Teo Peñarroja
Foto: Derek Goodwin
Para ser consecuente con su pensamiento, Peter Singer, uno de los grandes teóricos del movimiento animalista, admite ideas abominables. Le parece que el infanticidio es una buena práctica en algunos supuestos.
A primeros de marzo, el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Humanidades y Ciencias Sociales fue a caer sobre dos clásicos: el psicólogo Steven Pinker (Canadá, 68 años) y el filósofo Peter Singer (Australia, 76 años). La presidenta del jurado destacó «el empleo de la racionalidad y el avance de un progreso moral» que han propiciado estos autores.
Lo del progreso moral no lo suscribo, aunque es una alegría que se premie un trabajo con preguntas morales. Esa clase de interrogantes habían desaparecido durante una temporada de la esfera pública y ahora han vuelto con formas abyectas que tendremos que comentar otro día. Pero cuando la ética era cosa de profesores de Religión, Peter Singer vibraba con cuestionamientos de esa clase en sus libros Liberación animal (1975), Ética práctica (1979) o Repensar la vida y la muerte (1994).
Singer piensa desde el utilitarismo, una corriente filosófica que considera que la bondad de una acción solo puede medirse según esta pregunta: «¿Qué acto produce la mayor utilidad posible para el mayor número de personas?». Claro que entonces hay que vérselas con dos conceptos escurridizos como una trucha: ¿cómo se definen la utilidad y la persona? Singer —hijo de judíos centroeuropeos, educado en Oxford y vegetariano— equipara la utilidad con el interés y define a la persona como un ser racional y autoconsciente. Analiza con la cabeza y no solo con las vísceras el argumento provida —matar a un ser humano inocente está mal; el feto es un ser humano inocente; por lo tanto, está mal matar a un feto humano—, y no trata de negar la premisa menor, porque cualquiera que utilice la sesera se da cuenta de que un feto humano es un ser humano.
Sin embargo, el utilitarismo de Singer le obliga a negar la mayor: matar a un ser humano inocente no está mal siempre y cuando el interés del agredido por vivir arroje menos provecho que el interés del agresor por matarlo. Y como los niños no razonan, no pueden tener intereses. Por lo tanto, el aborto está bien.
El problema es que las ideas tienen consecuencias. Singer, uno de los grandes teóricos del movimiento animalista, para ser consecuente con su propio pensamiento tiene que admitir algunas ideas abominables. Le parece que el infanticidio es una buena práctica en algunos supuestos. Por ejemplo, sería razonable matar a un niño con discapacidad mental severa si aquello resultara del interés de otra persona.
Poco antes del año 2000, la madre del profesor Singer enfermó de alzhéimer, lo que la alejaba paulatinamente de la definición de persona de su hijo, a medida que dejaba de ser racional y autoconsciente. Los discípulos del filósofo le insistieron en que había llegado el momento de matarla, según su propia teoría. Singer no lo hizo. En una entrevista para la revista Reason, su editor, Ronald Bailey, le preguntó a Singer por esa incoherencia. Él respondió que las decisiones sobre su madre las tenía que tomar de acuerdo con su hermana y que, si fuera por él, su mamá «ya no estaría viva». Ideas con consecuencias.
El premio al filósofo australiano me deja royendo tres huesos. El primero: que pensar sobre la ética no te convierte en una buena persona. El segundo: que no hay nada más práctico que una buena teoría. Se equivocan de cabo a rabo los tecnócratas que creen que al eliminar la filosofía se evitarán problemas existenciales. Desertar en ese campo es fatal. El tercero: es una pena que a casi nadie le haya llamado la atención que un premio en humanidades deje en tan mal lugar a los seres humanos.