Margarita Saldaña, laica consagrada (Fraternidad del Sagrado Corazón, familia de Foucauld) nos ha ayudado a trasladarnos en el espacio y en el tiempo hasta Nazaret. Pequeño pueblo de Galilea que Dios eligió para abajarse y hacerse uno de tantos. Allí transcurrió casi toda la vida de Jesús. Esa vida cotidiana de la Sagrada Familia, lejos de la imagen edulcorada que transmite la iconografía clásica, no debió ser una vida fácil.
Combinando escucha activa, escucha contemplativa y oración, nos hemos acercado a Nazaret desde la historia y la teología. La contemplación del cuadro «Cristo en casa de sus padres» de John Everet Millais, nos acercó a la vida de Jesús como misterio que ilumina nuestra fe.
El misterio de Jesús en Nazaret esclarece también nuestra vida cotidiana. Vida con obligaciones y rutinas como la que pudo vivir Él. La palabra rutina comparte la raíz con la palabra ruta, proceso. No es dejamos llevar por las inercias. En las rutinas, como proceso, Jesús fue descubriendo un sentido, una presencia. Asumió nuestra vida tal como es, con cansancios, obligaciones, alegrías, tristezas, costumbres,…
Dar la vida en lo pequeño es una experiencia profunda de amor. Esos gestos de amor cuestan mucho cuando hay que hacerlos cada día, pero es este último lugar, de lo gris, de las obligaciones diarias, del delantal, donde la espiritualidad de Nazaret nos encuentra y nos envía desde lo doméstico y cotidiano a la vida pública de transformar el mundo.
Hoy hay una infinidad de vida entregada ordenando amorosamente nuestro mundo caótico. Todo lugar y tiempo es propicio para el encuentro por el testimonio de la vida. Los cristianos podemos agradecer que, en medio de esta vida, plana a veces, estamos invitados a hacer una experiencia de Dios, a irradiarlo, a llenar de sentido lo que otros viven sin sentido.
Otra imagen de la espiritualidad de Nazaret como fuego que nos arropa y convoca sin quemarnos, nos invita a arder en la misma pasión del Señor, en lo pequeño, sin hacer mucho ruido, vida testimonial, consumiéndonos lentamente.
Nuestro mundo necesita espiritualidad de Nazaret:
Sin quemarnos…
arder en la misma pasión del Señor…
hasta consumirnos.