Gonzalo Casañal Quintana, in memoriam.
“Hagamos fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado” Lc 15, 32
¡Gonzalico, maño! ¡Cómo te has ido tan de repente!
Queridos amigos, querida Aurelia. Quiero dedicarle algunas palabras a nuestro amigo Gonzalo destacando tan solo algunos aspectos que a mí me han marcado para siempre.
Conocí a Gonzalo trabajando juntos en el servicio de Urgencias del Hospital de Calatayud, como también lo hicisteis alguno de vosotros. Enseguida me di cuenta de que con él podías contar. Solía repetir “Ya sabes que si puedo cambiarte una guardia te la cambio” y era verdad. No solo era buen médico, sino que era un médico bueno, una persona buena en el buen sentido de la palabra. Dejó una huella de bondad en los pueblos de Teruel, en Santa Cruz de Grío, en Morata de Jalón, en Cuarte de Huerva, en el Hospital Clínico de Zaragoza y en el de Calatayud, lugares en los que ejerció como médico de familia y de Urgencias. Coincidir con él en una guardia era una buena noticia. Su competencia unida a su sentido del humor y su actitud de trabajo hacía más leve la peor de las jornadas.
Gonzalo era tremendamente cariñoso. A mí me conquistó el día en que le dijo serenamente a Marta, mi mujer, delante de los compañeros, “Es que yo a Pablo le quiero mucho”. Y me lo demostró con obras y gestos innumerables.
Su amor por Aurelia, su mujer, llamaba la atención. Vivían enamorados. Verlos juntos de la mano haciéndose gestos de ternura o escuchar cómo se trataban le devuelve a uno, emocionado, la esperanza en el amor. ¡Qué gestos! ¡Qué miradas! ¡Ay tú! Vivió en primera persona aquello de “En todo amar y servir” de su querido San Ignacio. Incluso en la pandemia o la enfermedad, encerrados en su casa o en el hospital supo estar disponible y atento a las necesidades de sus amigos, con su oración constante y con su disponibilidad.
Era un amor humilde y entregado el suyo que llegó a llamar la atención de los cartujos de Zaragoza cuando atendió a uno de ellos en el Clínico. Le pidieron que les asistiera profesionalmente y le abrieron su comunidad (algo extraordinario en esta orden) a la cual visitó varias veces.
Su sentido del amor es comparable a su sentido del humor. Esa risa contagiosa que tenía que en sus últimos años solía derivar en una tos escandalosa la llevo grabada en mi corazón con gratitud. Gonzalo era capaz de reírse de sí mismo y de sus limitaciones, algo que escasea hoy. En una ocasión me decía para que recordara la dirección de su casa: “Recuerda, Pablete, Jacetania Bajo C, Bajo Casañal”. Ya sabéis que físicamente no destacaba por su altura o su tono atlético, pero con él ejercitabas los músculos de la risa hasta las agujetas.
Su bagaje cultural y su capacidad de estudio también eran muy destacadas. Podías pasar horas hablando con él de casi cualquier campo en el cual siempre lo enriquecía con profundidad y conocimiento. Se formó en los últimos años en bioética y la atención al final de la vida. Sus trabajos de investigación se centraron en el acompañamiento espiritual dentro de los cuidados paliativos y en el proyecto de ley de eutanasia que hoy está en vigor, la cual consideraba en muchos aspectos una amenaza para la sociedad, los pacientes y los profesionales. Le preocupaba mucho la humanización de los cuidados de los enfermos más vulnerables por lo que colaboró activamente en varias iniciativas sociales para despertar la conciencia ante la necesidad de cambiar el modelo de atención de nuestros enfermos y ancianos.
Fue un hombre con un gran sentido espiritual. Vivió su acercamiento a la fe hace más de una década como la experiencia del hijo pródigo que vuelve a la casa del Padre tras experimentar con amargura el infierno que ha construido dilapidando su herencia en tierras lejanas. Su vida no fue nada fácil. Sufrió la soledad, la depresión, la persecución, el abandono, la adicción. Y de todo eso volvió a levantarse. Gonzalo vivía desde el agradecimiento cotidiano esta vuelta a casa y eso nos lo contagiaba a los demás de mil maneras. Entendió el tiempo no como tiempo que pasa sino como tiempo de ENCUENTRO, en todo y con todos.
Cuando llegó el mieloma múltiple y se complicó su diabetes y sus problemas de salud con ingresos hospitalarios, con el trasplante de médula en régimen de aislamiento, con operaciones… supo aceptar y vivir la enfermedad como una verdadera escuela de humanidad. A muchos nos sostenía con su alegría y su confianza a pesar de sus muchos momentos de angustia y desolación. Esta fue la rúbrica de su relato vital.
Termino recordando el himno de su querido Liverpool, el equipo inglés de sus amores.
You´ll never walk alone.
Nunca caminarás solo. Nunca caminarás sola, Aurelia, estamos contigo. Nunca caminaremos solos. Tu presencia, Gonzalo, nos acompañará en el camino.
Gracias Gonzalico, maño. Hasta mañana. Descansa en Paz
Parroquia de Santa Rita, Zaragoza
12 de Agosto de 2021
Pablo Muñoz Cifuentes