Hoy 8 de marzo se celebra nuevamente el Día de la Mujer, este año en el contexto de una sindemia mundial. Desde hace más de siglo y medio, venimos manifestándonos en estas fechas por la justicia para las mujeres, aunque la desigualdad estructural no nos afecta a todas de la misma manera, claro está. Aquellas que más se benefician del dinero y el poder que les otorga el modelo capitalista neoliberal son también parte del sistema que oprime al último peldaño de la escalera: una mujer migrante empobrecida.
Sin embargo, sí hay en la actualidad un hecho a nivel mundial que apunta a borrarnos a todas: el transgenerismo. A medida que avance, tanto normalizándose como haciéndose más asequible desde la farma-tecnología, será nuevamente la mujer empobrecida quien sufrirá de forma más salvaje las consecuencias de esta mentalidad cada vez más extendida de que cualquier deseo puede ser entendido como un derecho, y en base a ello, se puede exigir a los estados que financien a empresas privadas que los hagan realidad (es aquí donde entra el avance de la farma-tecnología a la que hacía referencia).
¿Qué es el transgenerismo?
El transgenerismo es un movimiento que nace en los EEUU financiado por postmodernistas mal llamados “pro-derechos”, representados también por farmacéuticas y personas ricas y poderosas disfrazadas de filántropos que luchan por falsos “derechos humanos” –son las mismas asociaciones que están detrás de la financiación de la pornografía, prostitución, vientres de alquiler y en un futuro los trasplantes de útero– (Open Society Foundation de George Soros, Arcus Foundation de Stryker Corps, Gilead Science, Tides Foundation, Tawani Foundation de Jennifer Pritzker), con una agenda política que no tiene en absoluto en el centro a aquellos cuyos derechos dicen querer defender. En conclusión, el transgenerismo no nace de lo que se calculaba era el 0,03% de la población transgénero discriminada. No es un movimiento de abajo hacia arriba, sino de arriba hacia abajo, que ha utilizado al feminismo, al LGTBI y a gobiernos cercanos a la izquierda, con el silencio cómplice de la derecha, para alcanzar los objetivos que se planificaron hace ya años: dinero y poder para unos pocos a través de la exclusión. No es algo ni nuevo ni en línea con la pretendida inclusión.
A nivel nacional e internacional se quiere dar validación jurídica a un relativismo que nos deja totalmente a la deriva como humanidad. Si jurídicamente cualquier hombre puede ser una mujer con sólo decir que así lo siente, aunque tenga pene y testículos, cualquier postulado subjetivo puede pasar a ser un hecho. Hay cientos de millones de Euros invertidos en lobbies, think-tanks, educación y publicidad de todo tipo para que aceptemos que ser hombre o mujer es un sentimiento, y que poder menstruar o ser madre no son hechos biológicos. Esto no es solo un debate sobre una ley, y va mucho más allá incluso del borrado de las mujeres y sus derechos. Estamos hablando de un cambio antropológico, de los efectos a corto plazo de este relativismo en el que la realidad, lo virtual, lo imaginable y lo deseable, la mentira y la verdad, no se diferencian. No tenemos que esperar al futuro, ya hoy día podemos ver las consecuencias que la sociedad líquida está teniendo para la generación Z y Alpha. Solamente por nombrar un hecho: a nivel mundial el aumento de la tasa de suicidios, intentos de suicidios y autolesiones entre adolescentes e incluso niños y niñas es alarmante.
No es casualidad tampoco que paralelamente al auge de esta no tan nueva industria, se fomenten los beneficios liberadores del sexo y el amor “líquido”, flexible y fugaz, relaciones que son una “gimnasia sexual” que no exige ningún tipo de compromiso humano. Término que utilizo conscientemente ya que el transhumanismo está dentro del plan de mercado de las grandes empresas farmacéuticas y tecnológicas, las más ricas a nivel mundial. En un mercado capitalista neoliberal solo hay una premisa: aumentar las ganancias que sus negocios generan. Punto. Si hay un posible negocio detrás del transgenerismo, y lo hay, éste se va a promocionar. Es la lógica detrás del porno y la prostitución, los vientres de alquiler, la donación de óvulos (que España exporta) y otros tinglados. Menciono estos negocios porque hay una línea transversal que los atraviesa a todos, y otro que está acechando a la vuelta de la esquina: los trasplantes de útero. Aún no se han lanzado al mercado como los vientres de alquiler, pero ya hay mujeres que son madres gracias a un útero implantado. No falta tanto para que el capital, que sigue reclamando para el mercado cada parte del cuerpo de la mujer empobrecida, pida como derecho de las mujeres pobres el poder decidir qué hacer con su cuerpo, ahora también con su útero.
Este mercado depredador ha utilizado el modelo de mujer perfecta construido en base a una cultura patriarcal dominante para acomplejarnos y hacernos sentir indeseables, de modo que pasemos horas en el gimnasio, consumamos anabolizantes, hagamos tratamientos de belleza de por vida y hasta pasemos por el bisturí. Prácticas cada vez más extendidas no sólo entre mujeres sino también entre hombres. Sin embargo, esto no parece ser suficiente, y hay empresas que han echado mano a la disforia de género, que se estaba dando en un 0,03% de la población, para ampliar el nicho del mercado, de modo que, en un futuro no muy lejano, más personas nos sintamos a disgusto con todo nuestro cuerpo. Incluso, que le reclamemos al estado que pague nuestra hormonización desde edades tempranas y la cirugía para cambiarlo. Claro que esto no está ocurriendo de forma masiva aún, pero estamos abriendo puertas que no se van a poder cerrar, y no sólo al transgenerismo sino al transhumanismo.
Demás está decir que respetamos la libertad de cada individuo a sentir lo que desee y no ser discriminado o discriminada por ello. Sin embargo, en una sociedad “líquida”, manipulada, hipersexualizada y con estereotipos de género, si un niño o una niña dice que no está a gusto con su cuerpo porque se siente que le corresponde el del otro sexo, el sentido común nos debería llevar a consultar a profesionales de la salud, a buscar asistencia psicológica para saber qué le ocurre, de cara a descartar primero otras causas antes de concluir que ha nacido en el cuerpo equivocado. Con las leyes que se están pasando al respecto en distintos países del mundo, padres y madres pierden la tutela de sus hijos e hijas a favor del mercado. Esto ya se está dando y existen empresas que han montado un negocio en base a ello con la complicidad del estado (aunque esto merece un artículo aparte). La mejor respuesta, hoy más que nunca, parece ser la frase: “La sociedad será autogestionaria o no será”. Nos oponemos a que el mercado capitalista a través del Estado coarte cada vez más la libertad individual, la de las familias, la de la sociedad, la de las asociaciones… cínicamente bajo el interesado pretexto de estar protegiendo los derechos de algunos a costa de los de la gran mayoría, en este caso especialmente aquellos conquistados por las mujeres. Hemos entrado en una era peligrosa para la humanidad, en la que “Black Mirror” y “Years and Years” están pasando de ser series distópicas para convertirse en historia contemporánea.