Una historia de colonos

Autor: Un García en y desde Cataluña (perfil Facebook)

Él se llama Diego. Ella se llama Antonia. En pocos días cumplirán 86 y 87 años respectivamente.

Son de Padul, Granada. Su recorrido escolar acabó a los 14 años. Luego vinieron muchas décadas de trabajo. En el pueblo regentaban un pequeño colmado con horarios imposibles. Esos horarios que ahora vemos en esos pequeños comercios con familias de origen paquistaní o chino al frente.

Él además cultivaba algunas fincas de pequeña extensión de sus padres y ella cuidaba de los tres hijos y la casa. No solo eso pues también, como emigrante legal, participó en varias campañas de la vendimia en Francia. A día de hoy sigue cobrando una pequeña pensión que le paga el Estado francés.

Podían vivir y sacaban adelante a la familia pero ella quería la seguridad que da un trabajo fijo. No estar a expensas del tiempo en lo que se cultivaba o de si el pequeño negocio daba lo suficiente.

Él, en 1.966, se fue para Hospitalet donde ya vivían otros amigos y conocidos del pueblo. En un año ya había encontrado un trabajo fijo y le puso el ojo a un piso. Con los ahorros, sí, tenían ahorros porque trabajaban mucho y ahorraban todo lo que podían y un poco más, con esos ahorros pagaron un tercio del total de precio del piso y el resto lo pagaron a «letras» como se decía entonces.

Fue la única cosa en toda su vida que pagaron a plazos.

En 1.967 llegó ella con los tres hijos. Al piso de 50 metros cuadrados y tres habitaciones. En Collblanch, aún conservaba la h, en Hospitalet del Llobregat.

No tardó en encontrar trabajo. Como mujer de la limpieza y cocinera de una rica catalana. Por la mañana antes de ir a limpiar y cocinar en la casa de la señora, la señora Huguet, iba al mercado de Collblanc y compraba, luego preparaba a los niños, adecentaba el piso y dejaba preparada la comida. Se iba a trabajar. Luego por la tarde iba a limpiar un parvulario en la zona de San Ramón Nonato propiedad, una de las muchas que tenía, de la señora Huguet.

Él, aparte del trabajo fijo que le ocupaba las mañanas de lunes a viernes y hacer todos las horas extras que podía por las tardes se dedicaba a los «muertos», a ir vendiendo y cobrando seguros de Santa Lucía. Durante algunos años compaginó esos trabajos con un tercer trabajo los fines de semana. De barman durante las noches de viernes y sábado en la discoteca Silvis que algunos con cierta edad aún recordarán.

Subieron a su familia y adquirieron más patrimonio con el sudor de sus frentes y trabajando sin parar. Pensaban solo en el bienestar de sus hijos.

Alegrías y fiestas pocas. Trabajar y trabajar.

No hablan catalán.

Muchos opinan que mis padres deben estar agradecidos a Cataluña como si Cataluña les hubiese regalado algo cuando todo lo que han conseguido es fruto exclusivo de su inagotable capacidad de trabajo. Trabajo honrado. Mis padres no le deben nada a nadie. A nadie. Tampoco a Andalucía ni a Cataluña.

Otros muchos opinan que mis padres vinieron en un tren fletado por Franco para acabar con la nación catalana.

No pocos les llaman colonos y consideran a la señora Huguet y a sus hijos pobres catalanes oprimidos.

Entre los que sostienen todas estas opiniones no hay pocos que son hijos de otros Diegos y Antonias.

No les entiendo a ninguno. Menos todavía a los últimos que participando de tales teorías inicuas y mentirosas lo que hacen es escupir a sus propios padres.

El desprecio que siento por toda esa gente es infinito.

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