Ana Sánchez
En los años treinta, la Depresión llevó la miseria a los hogares y calles de muchas partes del mundo, también de Estados Unidos. Así comienza esta película, con un recorrido por una de estas calles, al ritmo de las pisadas de unos zapatos de lujo de un caminante que se apresura a su destino: un local de apuestas. Este inicio nos puede hacer pensar que «El golpe» es una más de las películas que relatan esta época y las penurias que tuvo que atravesar la mayoría de la población. Pero esta historia va algo más allá, mezclando esta realidad, como telón de fondo y referencia inexcusable para enmarcar a los protagonistas, con una trama de amistad y trabajo de equipo.
Los protagonistas, Robert Redford y Paul Newman, pupilo y maestro respectivamente en el arte del timo, no son precisamente el ideal de persona en el que nos gustaría reflejarnos: no dejan de ser una pareja de delincuentes, timadores que sobreviven a costa de robar a otros, unos perdedores más entre la multitud de supervivientes de la Gran Depresión. Sin embargo, a lo largo de la historia dejan ver la honradez con la que desarrollan su trabajo, especialmente el trabajo que les une en esta historia de 1973, dirigida por George Roy Hill: deciden vengarse de un mafioso que ha causado la muerte de un amigo y para ello preparan un «golpe» que acabe con él de manera definitiva, guiados, eso sí, por un código de honor en el que destaca una lealtad inquebrantable.
Tiroteos, enredos, juego, enemigos que se esconden en cualquier esquina, persecuciones hasta por los tejados o traiciones inesperadas salpican todo el metraje, en una trama que se va complicando por momentos, donde nada es lo que parece o nada parece lo que es y donde prima la ayuda a los débiles y desprecio a los grandes criminales plasmado en cada uno de los golpes que se van ofreciendo hasta el remate final de El Golpe, así, con mayúsculas.
Se trata de mucho más que de un simple robo, una compleja trama en la que la víctima es uno de los mayores ladrones del país, aliado de los grandes poderes económicos y políticos de las ciudades sobre las que ejerce su señorío. Quizá por eso y por su prepotencia, no disgusta en absoluto la trama que se va urdiendo en torno a él para darle un escarmiento definitivo, jugando con sus propias armas, pero desde el poder de los que no tienen nada, nada más que unos a otros y su propio ingenio.
A lo largo de dos horas que se hacen francamente cortas, se entremezclan acción, intriga y un toque de humor a lo largo de los distintos cuadros que van marcando los actos de la historia, que se teje sobre un elaborado trabajo en equipo, en el que cada uno de los personajes es imprescindible, por muy trivial que pueda parecer su labor (los pequeños detalles son una de las principales características de esta película). Una historia con el juego como telón de fondo, como metáfora de la vida; todos realizamos apuestas continuamente, quizá arriesgadas o tal vez pensando que jugamos a caballo ganador.
Y todo esto sin perder de vista que no se trata más que del relato de una mentira dentro de otra mentira en la que nosotros, los espectadores, conocemos cuál es la verdad ¿o tal vez no tanto como creíamos?