Wall-e

Ana Sánchez


Películas para niños y películas para adultos: como con otras cosas, parece que las películas de animación se las encasquetamos a los niños y punto, pero también como en tantas otras cosas, hay que ir más allá de ideas preconcebidas o apariencias tradicionales. Algo así pasa con Wall-e, una película para niños, con un mensaje simple y un planteamiento del futuro quizá poco novedoso. Pero también es una producción que nos lleva bastante más lejos si queremos mirar con un poco de hondura.

Es curioso que en 2008 se estrene una película prácticamente sin diálogos, ambientada en un futuro (nos lleva hasta el año 2815) que en muchos aspectos llevamos ya un tiempo viendo venir y que muy claramente nos expuso el Papa Francisco en Laudato Si’ ¿qué estamos haciendo con nuestra casa común?
Se trata de una historia entrañable, de un mundo al revés, con una humanidad casi robotizada y donde aparecen unos robots extrañamente humanizados. Quizá una de las explicaciones esté precisamente en este desarrollo de la tecnología, en la que los únicos que trabajan son los robots, mientras que las personas consumen ocio y más ocio, sin realizar un mínimo esfuerzo, ni siquiera el de hablar directamente con otra persona: esto implica también una fuerte dependencia de las máquinas, que no dejan de ser eso precisamente: máquinas, por muy evolucionadas que estén. El trabajo, el sacrificio, las relaciones son algunas de las características que nos hace más humanos, más persona.

Este futuro se nos presenta sombrío, con un planeta Tierra destruido por la humanidad, que ha huido de él tras hacerle incompatible con cualquier tipo de vida. Sólo permanecieron máquinas encargadas de la limpieza, que también irán estropeándose y desapareciendo paulatinamente, hasta que queda sólo el protagonista que da título a la película: Wall-e (Waste Allocation Load Lifter – Earth class), que continúa su labor incansablemente, amontonando desechos, montones y montones, en franca competición con los rascacielos que pueblan el horizonte terráqueo.

Por otro lado, vemos la vida en la nave interespacial en la que se han refugiado los humanos, llena de anuncios de neón y repleta de modas, con máquinas como asistentes personales en un mundo despersonalizado, personas sin más necesidad que estirar una mano para pedir (¿exigir?) lo que quieran, no lo que necesiten porque las necesidades no son algo que forme parte de este universo futuro.

Aunque se pinte al hombre como un ser destructivo o apático, se abre la puerta al aprendizaje de los propios errores, a reparar la devastación producida y volver a generar un mundo habitable, un mundo de personas que se relacionan y se ayudan mutuamente. Es un trabajo de todos, cada uno debe aportar su granito de arena, tanto pasiva como activamente, pero en especial en el cuidado de todo lo que nos rodea y más aún en nuestras relaciones con los demás. ¿Estamos dispuestos a ser humanos?

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