Dios no nos da lo que nos merecemos, gracias a Dios. Si tuviéramos nuestro merecido, no creo que hubiese suficiente tierra para salir corriendo. Al menos así lo afirmo para mí. Y si echo un vistazo a la humanidad… tres cuartos de lo mismo. Ese asombroso ser que es el hombre, actúa asombrosamente mal en cuanto a gestionar la paz y la fraternidad de los hombres. Y considero superfluo poner ejemplos que todos conocemos y detestamos. Pero, en los que, por alguna siniestra razón, volvemos a tropezar, no haciendo el bien que deseamos y haciendo el mal que aborrecemos. No es que nos falte un hervor, es que estamos todavía crudos, en el más crudo sentido de la palabra.
Pero Dios es más tozudo que nosotros y está empeñado en mostrarnos su amor, aunque lo despreciemos, aunque intentemos que pase desapercibido. Él siempre se las apaña para mostrarnos lo que nos perdemos por no amarnos, por no mirar un milímetro más allá de nuestro propio ombligo. Y Dios, que para eso es Dios, se vale de instrumentos; de instrumentos que nosotros ni siquiera podemos considerar, porque nos falta sesera y sentido común, porque somos torpes ignorantes que ignoramos serlo. Y esos “instrumentos divinos” tienen la asombrosa virtud de mostrarnos el amor incondicional, el amor a fondo perdido que nos tiene Dios, el amor que no pasa factura, el amor que nos quiere porque sí, sin pedir nada. Un amor así es imposible ignorarlo, porque nos desborda, porque nos atrapa por todos lados sin la más mínima escapatoria.
Y Pedrito es un instrumento de Dios, porque está deseando amar. Porque sólo es feliz cuando ama. Y quien lo haya conocido sabe a qué me refiero. Pedrito es feliz, plenamente feliz, con una canción, con un beso, con una caricia. Y te la devuelve multiplicada por infinito, sin medida, hasta tal punto que no puedes echar cuentas en corresponder sino sólo en disfrutar de su cariño y de su ternura.
Resulta que un niño con discapacidad posee el secreto del amor a fondo perdido. Porque no responde a nuestros criterios del conocimiento y la consciencia, pero tiene el don de percibir y dar amor a manos llenas. Nosotros somos rácanos en el amor, siempre andamos midiendo lo que recibimos, incluso sin haber dado. Pero Pedrito no sabe medir… ni falta que le hace. Él lo da todo y siempre ¿Para qué va a medir?
Pedrito es un niño de esos que hemos decidido que NO tienen derecho a nacer. El daño severo de la enfermedad en su cuerpo no es nada comparado con el daño moral y “legal” que sufren estos niños, que están perfectamente diagnosticados y clasificados para ser abortados, destruidos, volatilizados. Que no deberían existir y, por tanto, hay que hacer lo posible para que no existan. Como los niños con Síndrome de Down, como tantos otros que, como vienen débiles, merecen el mismo trato que daban los espartanos a sus hijos si no cumplían con el estándar de calidad.
Y, mira tú por donde, va Dios y los elige a ellos. Porque sabe que van a dar muchísima más felicidad que problemas. Porque su madre, Chari, escribía de Pedrito:
Nunca mi mente inteligente,
imaginó que, en esa deficiencia,
están ocultos los dones transcendentes,
que pueden dar sentido a mi existencia.
¿Quién se atreve a desafiar a una madre que sabe de la grandeza de su hijo?
Haremos leyes inmorales, promoveremos una cultura de la muerte. Procuraremos tener ciudadanos, no personas, que voten y, a lo sumo, se quejen de lo suyo. Pero Dios se seguirá valiendo de sus preciosos instrumentos para demostrarnos que tiene ganada la batalla del Amor. Que es Verdad que tenemos que dar la vuelta a esta casa de locos en que nos quieren convertir el mundo.
Porque el problema no es el aborto o la eutanasia, o las guerras planificadas o el hambre provocada… El problema es la PERSONA. Y, sí, Pedrito es una persona inmensa. Bueno, ahora ya es un ángel que puede disfrutar de lo que el tanto ha dado, nos ha dado, me ha dado. Que, cuando entraba en su casa a verlo, ya ciego y diciendo unas pocas palabras solamente, parece que me olía y decía mi nombre antes de que hubiese entrado: “Onio”. Mi nombre es Juan Antonio, pero nunca lo he escuchado más claro y más completo que cuando lo decía él. Porque no era mi nombre, era yo, lo que expresaba Pedrito con esa palabra. No hacía falta que dijese “te quiero”, bastaba que me pidiese sus dos canciones preferidas: “El camino…”, El tamborilero, y “Miau, miau”, El Señor don Gato, para cantar con él hasta la afonía y salir radiante por dentro y por fuera. Como todos los que íbamos a verlo. Como no podía ser de otra forma con un INSTRUMENTO DE DIOS.
Juan Antonio
13 abr. 24