Centauros del desierto

Ana Sánchez

 

Indios y vaqueros, disparos y persecuciones, el Séptimo de Caballería y búsqueda de huellas en los más insospechados terrenos. Más o menos esto se nos viene a la cabeza cuando nos hablan de una película del Oeste, un Western como se llaman ahora (es más moderno decirlo en inglés). Seguramente en la mayoría, por no decir en todos los géneros y en todas las películas, hay que ir un poco más allá, un pasito más adelante y adentrarse en lo que dice, en lo que sugiere y en muchas de las cosas que, tal vez, no digan directamente.

Hay muchos clásicos, muchas obras maestras en este género, como también hay mucha morralla, muchas películas que se quedan en los convencionalismos. Quizá a medio camino habría que situar Centauros del desierto, que es alabada y denostada por multitud de personas.

En 1956, John Ford estrenó “The searches” que viene a significar algo así como “Los buscadores”, algo básicamente descriptivo de una actitud presente a lo largo de toda la película, especialmente en su protagonista. En España el título elegido fue “Centauros del desierto”, quizá por la estrecha y especial vinculación entre caballos y personas que suele estar muy presente en todas estas películas (tanto entre los “blancos”, como entre los “pieles rojas”).

La acción se inicia en Texas, en 1868 y se prolonga durante los siete años que dura la búsqueda de la sobrina de Ethan, el protagonista, tras ser capturada por los comanches. También va proporcionado atisbos de la historia de este vaquero solidario y su familia, atisbos de la historia de los Estados Unidos. Podemos limitarnos a ver la historia de un pueblo apoderándose de otro, como tantas veces ocurre a lo largo de la historia de cualquier civilización o mirar un poco más allá y ver un auténtico relato de la condición humana, reflejo en una época cargada de prejuicios y de heridas sin curar, de décadas de lucha entre indios y colonos, ambos prácticamente con las mismas motivaciones, inquietudes y esperanzas: proteger sus tierras y a sus gentes, vengarse de quienes les han hecho daño,… a fin de cuentas, poder vivir en paz.

Ethan, interpretado por el clásico John Wayne es un héroe o quizá habría que hablar de un antihéroe, ambos entremezclados en una personalidad compleja y contradictoria en muchas ocasiones (en eso no hay mucha diferencia con el resto de la humanidad): no sólo conoce su propia cultura sino también la de los indios, sus supuestos enemigos. Es un personaje oscuro y obsesionado a la vez que un personaje romántico, atemporal… una figura condenada a desaparecer, como los indios a los que se enfrenta. La película en sí presenta el fin de una era, la de la conquista del oeste y con ella la llegada de un mundo en el que ya no queda sitio para estos viejos vaqueros solitarios, a los que admiramos en muchos sentidos (conocimiento del otro, espíritu práctico, amor por los suyos) y que nos provocan cierta repulsa en otros (racismo, crueldad, superioridad). En el fondo es un reflejo más de los rincones más profundos del ser humano, que trascienden toda época y lugar.

La película empieza con una mujer que abre la puerta de su casa, mirando la figura de un solitario jinete y prácticamente la misma escena se presenta al final de la historia: el mismo personaje, ahora de pie junto al quicio de la puerta, sin llegar a entrar en una casa en la que comienza un nuevo futuro. Ethan no llega a entrar en la escena final, se desvanece junto a las arenas del desierto que ha sido su hogar durante tanto tiempo, el lugar al que quizá pertenece realmente, un nómada como algunos de los indios a los que tan bien conoce.

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