Fuente: esquire.com
Autora: Mireia Mullor
En un momento en el que las películas de Marvel revientan la taquilla con sus epopeyas interespaciales henchidas de peleas épicas y CGI, cabe preguntarse: ¿Qué define realmente a un héroe? ¿Es la capa? ¿Son los músculos? ¿Es una perfecta técnica de lucha capaz de vencer a monstruos de dos cabezas? ¿O, como asegura Samuel L. Jackson en El protegido (2001), es la existencia de un némesis que justifique su existencia como salvador de la humanidad? Cuesta disociar el heroísmo de elementos como la violencia, el físico imponente o, en el más clásico de los casos, el interés romántico por una damisela en apuros. Desde los mitos griegos de Hércules o Aquiles hasta el John Wick de Keanu Reeves o cualquier personaje de Dwayne Johnson, cabe preguntarse de nuevo, ¿qué define a un héroe?
En esencia, una palabra: la valentía.
Si hay una saga que desprende heroísmo, esa es la de El señor de los anillos (de cuya llegada a los cines se cumplen hoy 20 años)donde todos pusieron su granito de arena para que el anillo llegase al Monte del Destino. Si Aragorn no hubiese salvado a los hobbits en La comunidad del anillo, todo hubiese acabado pronto. Si Arwen no hubiese salvado a Frodo llevándolo a su hogar, otra historia se habría desarrollado. Si el mismo Frodo no se hubiese presentado voluntario para llevar el anillo, a saber quién lo hubiese hecho. Si Merry y Pippin, junto con más personajes, no hubiesen parado las fuerzas de Saruman y los millones de orcos que dominaba, quizás el desenlace de la historia no hubiese sido tan bonito. En definitiva, si todas las piezas que van moviendo Légolas, Gimli o Gandalf no hubiesen sido puestas en su lugar correcto, el anillo habría acabado en manos de Sauron y la Tierra Media se habría ido a tomar viento. Esta trilogía escrita por J.R.R. Tolkien es un mecanismo bien engrasado.
Ahora bien, todos sabemos de la heroicidad de los personajes que más batallan. Los que sujetan espadas, arcos o hachas, esos llevan su valentía de la forma más visible y reconocible. Frodo, por su parte, lleva la carga más pesada -¡y no paran de repetírnoslo, demonios!-, y su lucha interna por no sucumbir a la tentación del lado oscuro -¿hemos cambiado de saga?- es toda una odisea. Cuando se levanta entre el barullo y se presenta voluntario para llevar el anillo a Mordor, quizás esté protagonizando uno de los momentos más valientes de la trilogía. Sin embargo, en su camino particular hacia la victoria, no hubiese hecho nada sin Samsagaz Gamgee.
Pero nada, nada.
SAM ES QUIEN RECORRE EL CAMINO DEL HÉROE
Ni Frodo, ni Aragorn, no, no, no: Samsagaz Gamgee es el verdadero eje central de la trilogía de El señor de los anillos. El personaje que más lucha, que más vive, que más crece y cambia y triunfa. Y tenemos argumentos para demostrarlo.
Primero, lo básico: ¿qué pensaba Tolkien? En una extensa conversación en un foro de internet, varios usuarios recuperan cartas reales que el autor británico escribió a su entorno personal y profesional en la época en la que se publicó la novela. «Creo que el simple amor rústico de Sam y su Rosita (que no está desarrollado en ninguna parte) es absolutamente esencial para el estudio de su personaje (el héroe principal)», escribe, «y también para el tema de la relación entre la vida ordinaria (la del respirar, comer, trabajar, engendrar) con las búsquedas, el sacrificio, las causas y el anhelo por los Elfos, y la belleza». En esta carta escrita a finales de 1951, y recogida en The Letters of J.R.R. Tolkien -recopilatorio editado por su hijo Christopher Tolkien- se refiere directamente a Sam no sólo como un héroe, sino como el «héroe principal» (chief hero) de la historia de El señor de los anillos.
En otra carta anterior, dirigida a H. Cotton Minchin, Tolkien revela otro detalle muy importante sobre el personaje: «Mi Samsagaz (Samwise) es ciertamente (como apuntas) un reflejo del soldado inglés, (…) el recuerdo de los soldados y los batmen [sirvientes personales de los oficiales] que conocí en la guerra de 1914 [la Gran Guerra], y que he reconocido hasta ahora como personas superiores a mí mismo». No es ningún misterio que el autor se inspiró en sus experiencias bélicas para escribir el mundo de la Tierra Media, pero es interesante saber que, en todo ese contexto, Sam ejerce la figura del soldado-ayudante que no desfallece, y por el que el británico sentía una completa y sincera admiración.
Pero no hace falta entrar en los elementos externos a la historia para poder demostrar que el hobbit no sólo es un héroe por derecho propio, sino también el protagonista de la historia. El mitólogo Joseph Campbell acuñó el término monomito para referirse a lo que popularmente conocemos como «el camino del héroe», una base narrativa que se ha repetido en multitud de ocasiones para contar periplos heroicos. En principio, este esquema -que incluye, a grandes rasgos, la llamada a la acción, el comienzo de un viaje transformador, la tentación, la caída al abismo, la catarsis redentora y finalmente el regreso al hogar- podría aplicarse más fácilmente a Frodo, especialmente por la figura muy habitual del ayudante o escudero, que en este caso sería Sam. Sin embargo, Tolkien invierte muchos tópicos en su construcción de ambos personajes, y la mayor carga heroica recae en el compañero.
Si lo pensamos bien, es Sam quien verdaderamente hace ese viaje. Al inicio del filme se nos deja claro que es un chico de pueblo (nunca había salido de los límites de la Comarca, cree que la realidad del mundo son en realidad cuentos de hadas y se muestra ignorante en la mayoría de cuestiones que se plantean), pero pronto su fidelidad por Frodo y la misión que tiene que llevar a cabo empiezan a transformarle. Tiene su caída particular al abismo (cuando Gollum consigue echarle de la expedición) y también su momento de redención, cuando pasa de ser un escudero gracioso a un héroe de acción con espada en mano. Y el último detalle: Frodo jamás volverá a regresar al hogar. Lo que ha vivido, el trauma de cargar con el anillo, no le permite volver a casa y seguir con su vida. Sin embargo, Sam vuelve y hace todo aquello que nunca se atrevió a hacer: salir con Rosie y formar una familia. Parecería que ha vivido toda esta aventura para volver al punto de partida, pero nada más alejado de la realidad: es un hobbit completamente nuevo, que ahora sabe el valor de lo que Tolkien se refiere como «vida ordinaria».
¿No es prueba suficiente, además, que toda esta faraónica historia acabe con él? Recordad: no es con la coronación de Aragorn o la destrucción del anillo, sino con el inicio de una nueva vida para Sam. El cierre de su camino del héroe. Uno que se ha superado, que ha evolucionado, que ha salvado al mundo casi siempre desde un segundo plano. Y uno que te sacaba de la manga discursazos como este, en un momento en el que el héroe que lleva dentro empieza a aflorar:
– Pero henos aquí, igual que en las grandes historias, señor Frodo. Las que realmente importan. Llenas de oscuridad y de constantes peligros, esas de las que nos quieres saber el final, porque, ¿cómo van a acabar bien? ¿Cómo volverá el mundo a ser lo que era después de tanta maldad como ha sufrido? Pero al final, todo es pasajero. Como esta sombra. Incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día. Y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aún cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo, señor Frodo, que ya lo entiendo. Ahora lo entiendo. Los protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran, pero no lo hacen. Siguen adelante. Porque todos luchan por algo.
– ¿Por qué luchas tú ahora, Sam?
– Para que el bien reine en este mundo, señor Frodo. Se puede luchar por eso.
Después de eso, el héroe se torna diferente. El camino avanza, y Sam evoluciona a pasos agigantados sin perder nunca sus máximas de lealtad, humildad y sensibilidad que le han venido caracterizando desde el inicio. Y, aunque en su catarsis redentora se enfrenta a una araña gigante y a un grupo de orcos de Mordor, el momento más importante de toda esta parte de El retorno del Rey llega después, cuando mata al último de los enemigos y salva a Frodo de ser devorado. En ese instante, el hobbit se lamenta por haber perdido el anillo, por haber fracasado en tan importante misión, y Sam da la sorpresa: él ha rescatado el anillo y sin ningún asomo de duda se lo devuelve a su compañero. Porque la fortaleza del personaje reside en su buen corazón, no en la presteza de sus movimientos de lucha, y es en esa pureza en la que reside su protección contra la mala influencia del anillo. Para él, toda esa ambición queda neutralizada por la necesidad de fidelidad hacia su «señor», hacia su amigo.
A pesar de que el final de la película está cerca, Sam aún tendrá más momentos de puro heroísmo: cuando carga a Frodo cuesta arriba en el Monte del Destino o cuando ya dentro del monte le salva de caer en la lava. Todo eso, recordemos, estando absolutamente hambriento, deshidratado y exhausto, tras haber cargado el anillo él mismo y habiéndose enfrentado a toda una horda de orcos.
Si Sam no es un verdadero héroe, nadie lo será nunca.
UN HÉROE QUE SOMOS TODOS
Hay algo en Samsagaz Gamgee que va más allá de su papel en toda esta historia. Él es el personaje que nos representa a nosotros, los espectadores. Nosotros, la gente normal, que no se codea con elfos ni sabe empuñar una espada y se mete en saraos que no había buscado. Hay mucha humanidad en Sam, que se sobrepone a las dificultades que va encontrando en la vida. Es además un representante de las clases populares demostrando su valía ante los grandes personajes. ¿No encarna Hobbiton una idea de la clase baja frente a los grandes reinos del resto de la Tierra Media? ¿Y no es el héroe que llega desde los pequeños lugares el que mejor creará una conexión con el público? Admiramos la destreza de Légolas con el arco o la de Gimli con el hacha, pero el verdadero mérito es el de un chico de pueblo que acaba salvando el mundo (base de tantas y tantas historias).
También es importante recalcar lo evidente: no es un héroe con una apariencia normativa. Muy al contrario de la mayoría de los otros, es una persona pequeña, rechoncha y torpe. ¿Quizás por eso no ha sido el protagonista de ninguno de los pósters oficiales de la película? ¿Quizás por eso muchos espectadores nunca le consideraron el verdadero eje central de El señor de los anillos? Y es que, ¿cuántos héroes épicos gordos podemos contar en la tradición del blockbuster? No muchos, os adelanto. Sam, con ese complejo de Sancho Panza venido a más, debería haber gozado de mucho más reconocimiento.
A pesar de todo, tanto Tolkien en sus cartas como la trilogía le ponen donde deben, aunque el márketing no lo haga. No en vano la última película acaba, literalmente, con su regreso a casa y sus sueños cumplidos junto a Rosita. El viaje se cierra con él, porque, como ya hemos dicho decenas de veces, nada habría salido bien sin él. Si no se hubiese tirado al río a riesgo de ahogarse para acompañar a Frodo en su misión, si no hubiese iniciado una pugna con Gollum, si no hubiese sido capaz de tragarse el orgullo y volver a Mordor después de la disputa, si no hubiese cargado a su amigo hasta el mismísimo precipicio del Monte del Destino… Esta habría sido otra historia. Y quizás una no muy bonita.
¡Larga vida a Samsagaz el Bravo!