Ana Sánchez
Estamos acostumbrados a ver a Ben Affleck como actor en películas de una línea más bien comercial; en esta ocasión es el guionista y director de la adaptación de un best-seller que podría ser un thriller más, una simple historia de dos detectives que se encargan de diversos casos, colaborando con la policía.
El punto central lo constituye la desaparición de una niña de cuatro años en una red que entrelaza distintos casos de secuestros de niños. El núcleo de la trama plantea claramente un dilema moral, que puede considerarse presente en todos los aspectos de nuestra vida ¿el fin justifica los medios? El protagonista se pregunta si todo es lícito con tal de conseguir un bien que se supone mayor, si alguien puede decidir sobre la vida o la muerte de una persona. Los policías, interpretados por los conocidos Morgan Freeman y Ed Harris, intentan conseguir lo mejor para las personas que precisan los servicios policiales… a costa de manipular una realidad que seguramente no sea la más adecuada para los que la tienen que padecer, pero cuya tergiversación supone otorgarse plenos poderes.
«¡No matarás!» nos recuerda el detective privado, «matar es pecado» ¿a quién le corresponde la potestad sobre la vida y la muerte? La fe del protagonista será un punto clave a la hora de dilucidar estas cuestiones: existen valores absolutos, no todo es ni puede ser relativo como nos quiere llevar a pensar la sociedad actual: lo bueno es bueno y lo malo es y será malo, independientemente de justificaciones.