Autor: José Cobo Cano, Obispo auxiliar de Madrid. Departamento de Migraciones de la Comisión de Pastoral Social de la CEE
Fuente: Alfa y Omega
Aún con los ecos de las llegadas a Canarias este invierno, vemos los cerca de 8.000 inmigrantes que han llegado a Ceuta en una situación nunca vista y que deja un sinfín de cuestiones en ambas orillas.
Primero aparecieron rumores en Marruecos sobre la posible «vista gorda» de las Fuerzas de Seguridad en la costa. Eso provocó que muchos se lanzaran al agua o se decidieran a atravesar a pie los espigones que separan la ciudad autónoma.
La avalancha abre una crisis humanitaria sin precedentes, y a eso solo cabe una respuesta de humanidad. No es momento de ideologías ni de especulaciones sociales o teológicas, sino de salvar vidas, e incorporar este drama en la vida, tal y como han hecho muchos ceutíes, las Fuerzas de Seguridad, y comunidades cristianas de allí estos días.
Esto hace saltar la continua crisis migratoria, siempre presente en los grandes problemas mundiales. Ante eso solo cabe desplegar una ética fuerte y una política migratoria eficaz que gestione y normalice la migración legal a largo plazo, siempre pilotada sobre los derechos humanos, el horizonte de fraternidad universal y el derecho internacional.
Y en el centro, una delicada crisis política encendida por la acogida, con conocimiento del Gobierno español, en un hospital de Logroño, de Ibrahim Ghali, líder del Frente Polisario. Aunque la referencia más inmediata es la decisión que se tomó el pasado 10 de diciembre, donde Marruecos firmó los Acuerdos de Abraham ofreciendo su respaldo a la posición de Israel en el modelo de paz diseñado por Trump, a cambio de lo cual recibió el apoyo norteamericano en las reivindicaciones nacionalistas. La decisión no ha sido revocada por el actual presidente Biden. La falta de apoyo de España se traduce en la suspensión sine die de un importante encuentro previsto entre gobiernos español y marroquí.
Esto refuerza la ya existente presión de Rabat sobre España y la Unión Europea para que se refuerce la postura sobre de la soberanía del Sáhara Occidental. Además de aflorar aquí los intereses estratégicos de Marruecos en el Magreb y las pretensiones de control sobre yacimientos minerales y petrolíferos en el Atlántico.
La estrategia de Marruecos respecto a España es la de asfixia de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla con objeto de presionar a España para que modifique su posición respecto a la soberanía del Sáhara Occidental. Ya comenzó a hacerlo con la supresión del acuerdo comercial aduanero en Melilla, con el cierre de las fronteras aprovechando la circunstancia de la pandemia, y con la permisividad hacia los flujos hacia Canarias y ahora a Ceuta. Son fenómenos estructurales cuya causa no es una emergencia humanitaria sino el uso de las migraciones como herramienta de presión política.
Necesitamos aquello a lo que Fratelli tutti invita: «Una mejor política, política puesta al servicio del verdadero bien común». Nunca la situación de familias, menores y vulnerables puede ser medida de cambio para afrontar problemas que han de hacerse en los espacios democráticos que nos hemos dado.
Sin olvidar a los menores cuando se marchen los medios de comunicación de la zona. Es una obligación legal y moral su atención. El Convenio Europeo de Derechos Humanos prohíbe las expulsiones colectivas, por lo que el retorno siempre ha de hacerse de forma voluntaria, y en ningún caso deben ser «enviados de vuelta a su país de origen sin asegurarse de que esto corresponda realmente a su interés superior» (Papa Francisco, Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de 2016).
Con ellos se reabre la necesidad de reclamar más políticas de información sobre los peligros del viaje, la promoción del desarrollo en los países de origen, y de despertar la creatividad humanitaria que acoja la situación de tantos al otro lado.
Ahora solo queda elegir con qué ojos miramos cada una de estas crisis: desde la seguridad encapsulada de una Europa en invierno demográfico, desde el baile de los juegos geopolíticos o los intereses partidistas, o con la mirada samaritana que nos pide humanizar las crisis, responder socialmente con proyectos a largo plazo, e interviniendo políticamente desde el horizonte de la fraternidad humana, denunciando la instrumentalización del dolor y la pobreza.