Ana Sánchez
Decía el poeta: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Algo así es lo que nos muestra esta película, “El camino”, “The way”, de Emilio Estévez. Podemos considerarla de muchas formas: la típica road movie, un anuncio del Camino de Santiago o incluso como un Bildungsroman en el que el protagonista va aprendiendo a conocerse y a conocer a los demás. Quizá sorprenda esto al tratarse un eminente oftamólogo estadounidense, Tom, que ya rebasó los sesenta. Pero precisamente es lo que le plantea su hijo al inicio de la historia en un breve diálogo sobre la vida, sobre vivir la vida que se ha elegido vivir… o, como plantea su hijo Daniel, que más bien la vida no es algo que simplemente se elige, sino que se trata de vivirla. La cuestión es cómo conseguir eso y quizá precisamente por esta razón es por la que Daniel decide emprender el Camino de Santiago.
Cada uno tiene un motivo para emprender el Camino y cada camino tiene sus propias motivaciones. La de Tom será finalmente acompañar a su hijo, pero quizá no como éste había pensado. El aviso de la muerte de Daniel en la primera etapa del camino lleva a su padre hasta Roncesvalles, y a iniciar él mismo esta ruta que no tenía planeada en su vida y que le acercará a otras muchas cosas tampoco tenía planeadas. El Camino de Santiago, como otros muchos caminos a los que nos conduce la vida, siempre es encuentro: encuentro con uno mismo, encuentro con los demás, encuentro con Dios. Cualesquiera que sean las motivaciones, la soledad y la compañía se conjugan a lo largo del metraje, diálogos y silencios, discusiones y encuentros… y una meta que nos ofrece la recompensa de un proyecto realizado, un sueño alcanzado, una promesa cumplida.
Transitando por parajes, que han recorrido y siguen recorriendo millones de personas a lo largo de más de de un milenio, no sólo encontramos a otros caminantes, sino la grandeza de la Creación y las construcciones de personas y comunidades que han ido dejando en estos enclaves una huella para que futuros caminantes descansen y oren.
Paso a paso, Tom se va despidiendo de su hijo, marcando los hitos del camino, con conversaciones y miradas, con silencios y ausencias, encontrando nuevos compañeros y redescubriendo algunos antiguos que nos sorprenden y se renuevan cuando aprendemos a mirarlos con ojos nuevos y escucharlos con nuevos oídos
Continuaba Machado: “Al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”.