«En la muerte pude ver la luz y mucha vida»

El pasado jueves 13 de abril moría Olga Soto. Queremos recordarla con este artículo publicado hace unos meses por Religión en Libertad.

La vida de la siguiente protagonista es un ejemplo de superación personal y, sobre todo, un argumento por sí sola en contra de lo que hoy llaman «muerte digna«. Olga Soto nació en un pequeño pueblo de Sevilla, lleva 25 años casada, y es madre de cuatro hijos. Criada en una familia tradicional, no fue hasta la época universitaria cuando empezó a conocer el Movimiento Cultural Cristiano, y allí quedó fascinada por la radicalidad evangélica de aquellos laicos.

«Tuve una infancia difícil y solitaria, era hija única y en mi familia había muchos problemas», relata en el canal de YouTube Mater Mundi TV. Cuando Olga cumple 11 años, muere su madre de cáncer, y la niña siente un profundo vacío. Se va a vivir con su abuela, y al año fallece esta, también de cáncer. Pasa el tiempo y acaba los estudios de antropología, se casa, y al poco tiempo fallece su tía, con la que vivió después de haber muerto su abuela.  

Lo que cambió su mirada.

«Llega un momento en el que le pregunto al cáncer que qué quiere de mí», comenta Olga. Y, entonces, llegaría una pérdida más, esta vez, la que cambiaría su visión de la vida para siempre. Su tío estaba en cuidados paliativos y, aunque él siempre fue de ambientes contrarios a la Iglesia, no paraba de hablarle de Dios. En ese momento, Olga aprendió el valor de saber despedirse cuando uno se va a morir. 

«Al morir mi tío, le planté cara al cáncer. Decidí que quería conocer aquella enfermedad y saber cómo era la muerte. Quería saber si había algo de bueno que la muerte podía ofrecerme. Trabajaba en la Universidad y entré a investigar en los cuidados paliativos de un hospital», relata Olga. Entró sin saber muy bien lo que buscaba, pero le intrigaba mucho pensar en lo que queda cuando un hombre se va despojando de toda su humanidad.  

«Yo iba acompañando a los médicos y, cuando estos se iban, me quedaba a escuchar las historias de los pacientes. Les hacía tanta falta que alguien les escuchara», comenta. Para Olga, en aquellas charla, salía la esencia del ser humano. «En los momentos de tantísimo sufrimiento, esa persona se abría a la reconciliación y a valorar las cosas más sencillas de la vida. En ese momento había luz. En el momento de la muerte había vida», explica.

 La auténtica «muerte digna».

«En ese tiempo ya se planteaba la eutanasia, y muchos familiares pedían la sedación paliativa. Yo pensaba: la muerte es sufrimiento, la muerte es despedida, y es ahí donde pueden aflorar los elementos más radicales de tu vida. Cuando alguien te cuida, cuando no tienes dolores. Pero como todo eso es tiempo y dinero, es más fácil proponer la eutanasia, como ‘una medida compasiva’«, relata Olga.

Olga había experimentado con su tío la importancia de marcharse habiendo vivido hasta el último día de la vida. «Cuando estás en los últimos días quieres que el médico tire de ti, y poder confiar en él, no que te de la solución rápida y fácil. Es en lo complicado donde emergen las maravillas. Cuando me dicen que la eutanasia es ponerle cara a la muerte, yo digo que es todo lo contrario, es esconderla, es querer tener el control de todo, es no querer afrontarla», comenta. 

Para Olga, la llamada «muerte digna» nunca es un acto compasivo. «El lenguaje es perverso y la compasión es compadecer con el otro. Cuando la Virgen se arrodilla ante la cruz es el ejemplo más grande de compasión. Ella no lo entiende, pero lo acompaña», relata.

Sin embargo, Olga cree que es algo que está muy arraigado en la sociedad. «Vivimos en una sociedad anestesiante, no queremos sufrir, le quitamos el sentido a la vida, arrancamos el amor de la familia, el sentido trascendente… y el hombre quiere morirse, y te lo va a pedir, y encima es un ahorro. La salida compasiva es dar herramientas para afrontar el dolor desde pequeños, ofrecer una pedagogía de un sufrimiento que redime y que tiene sentido», explica.

Le llegó el turno a ella.

En el año 2015, Olga sigue en cuidados paliativos, pero se siente muy cansada, y le empieza a saturar todo aquello. Había empezado a hablar, también, durante horas con los profesionales, para que le contaran más cosas sobre la muerte. Decide dejar el hospital y escribe un libro. Cuando se estaba editando, aquel fantasma que le había perseguido desde la infancia se le iba a presentar a ella cara a cara.

«Me diagnosticaron un cáncer de ovarios en estado muy avanzado. El Miércoles de Ceniza entré llorando en urgencias, porque sabía lo que era. Mi tumor es genético y se va heredando. La primera reacción fue decirle a Dios que yo ya había pagado mucho con el cáncer», relata Olga en su testimonio.

Olga empezaba a experimentar en su propio cuerpo lo que durante años había estudiado. «Me dicen que es una operación de muchísimo riesgo, y me vi cara a cara ante mi propia muerte. Sentí el miedo y esa soledad insondable en aquel abismo oscuro. Ahí estás solo. Puedo tener a mi marido dándome la mano, pero el proceso de mirar a la muerte lo haces tú sola», reconoce. 

La paz que lograba Él 

«En ese momento me dije que tenía que llamar a un sacerdote y pedirle la unción de los enfermos. Necesitaba irme con unas monjas de clausura a rezar, necesitaba a Dios, era lo único que me calmaba», confiesa Olga. Aquel encuentro con las monjas siempre lo recordará. «Cuando entré en el convento la superiora me abrazó, sentí que era el abrazo misericordioso del Padre. Un abrazo que acoge la debilidad absoluta del miedo y que es redentor», relata.

Y, entonces, Olga, decide hacer un pacto con Dios. Si padece durante toda la Cuaresma, a cambio, el Domingo de Resurrección se tiene que curar. Llega el Sábado Santo y tiene la peor complicación hasta el momento, la preparan para una operación a vida o muerte. «Me enfadé  mucho con el Señor y pedí confesarme. En esa confesión le dije al sacerdote que llevaba todo ese tiempo chantajeando al Señor», relata.

Pero, Olga iba a descubrir la clave de todo. «En esa confesión el Señor me muestra que me debo abandonar a Él sin condiciones. Dios me preguntó: ‘¿Tú me amas, aunque yo no haga el milagro que esperas?’ Y, yo, le dije: ‘Sí, Señor, haz de mí lo que quieras’. Ahí descubrí que ante el precipicio de la muerte, Él me daba una vida nueva. Cuando estás en los escombros de la debilidad, ahí puede Dios abrazarte. Cuando crees que no tienes nada, ahí estoy Yo», comenta.

«La herida abierta que redime» 

«A los cinco días me dieron el alta, y llevo ya seis años con la enfermedad. He comprendido que esta es la herida abierta que me une al Señor. Tengo que dar gracias por el aprendizaje de la enfermedad. Cada vez que recaigo me enseña cosas nuevas y se me muestra de manera más misericordiosa, me da más esperanza, me va dando más. Cada vez, me debilita más y me regala mucho más. Yo no quiero la enfermedad, pero mi vida se ha transformado«, asegura Olga.

Aquí puedes ver el testimonio completo de Olga Soto en Mater Mundi TV.

Ahora, para ella, hay conceptos que han cambiado para siempre. «Descubres que la esperanza que Dios te da, ya no es curarte, es vivir cada día con una intensidad nueva. Haber estado en el abismo de la muerte, te da una mirada nueva. Puedo tener días malos, pero sé que cada día es un regalo. Y, si recaigo, el Señor me mandará a su cirineo. La gran esperanza de encontrarse un día con Él se va nutriendo con las esperanzas de cada día. ¡Si la gente pudiera experimentar que en la cruz se puede encontrar tanto amor!», afirma.

Olga anima en su testimonio a afrontar la vida siempre de cara y con esperanza. «Hay que afrontar la realidad, no huir de ella. Estamos dejando a los niños vacíos para cuando tengan que afrontar su propia vida. Él te irá dando siempre lo que necesites. Yo tengo miedo a las recaídas y Dios siempre me da más«, concluye. 

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