Ana Sánchez
¿Qué podía hacer un grupo de mujeres negras en los Estados Unidos de mediados del siglo XX? Básicamente algo similar a cualquier otra persona en cualquier otro sitio: trabajar, preocuparse por su familia, y vecinos, cuidar sus amistades, participar como uno más en la comunidad en la que vive, etc. Sin duda, cada uno somos hijos de nuestro tiempo y de nuestras circunstancias y las protagonistas de esta película vivieron en un mundo en el que los negros, por el simple hecho de serlo, estaban apartados de los blancos, considerados como seres inferiores. Pero también vivieron un tiempo en el que, tras la falta de trabajadores debida a la Segunda Guerra Mundial, la industria aeronáutica de Estados Unidos tenía necesidad de alguien con conocimientos y nuestras protagonistas los tenían: eran expertas matemáticas que fueron contratadas como “calculadoras humanas” por la NASA en plena carrera espacial. Simplemente eso, calculadoras humanas, unas herramientas para hacer cálculos en una época en la que todavía prácticamente no existían los ordenadores. Pero demostraron que una calculadora humana es, en primer lugar, humana; lo de calculadora se limita a ser algo que tiene que tener una persona detrás. Y se trata, precisamente, de personas que saben quiénes son y lo que valen. Y saben hacérselo ver a los demás por la vía de los hechos, que suele ser el modo menos cuestionable, porque es la forma más evidente y palpable.
Y así, precisamente, es como va avanzando la historia, con la fuerza de aquellos a quienes habitualmente no se reconoce ningún prestigio pero que están en la brecha, luchando por sus derechos y por el avance de la humanidad, desde los hechos más cotidianos a los más extraordinarios. En eso no hay distinción: ambos contribuyen al avance de la historia.
Basándose en la historia de tres de estas personas, Theodore Melfi dirigió en 2016 una película con ciertos toques de humor y drama, con su dosis de moralina y dramatismo; unas pinceladas de realidad e historia que nos acercan a un mundo, no tan lejano, en el que el color de la piel conllevaba a una carrera de obstáculos, similar a los que deben superar los que se acercan a nuestra postmoderna Europa, llena también de barreras para todo aquel a quien menospreciamos, los oprimidos a los que despojamos de prestigio social, aquellos “nadies” de los que hablaba Galeano y que son los que sostienen nuestras vidas, queramos verlo o no queramos. La realidad es tozuda y se manifiesta, por mucho que miremos a otro lado y pretendamos justificar que es distinta.
Sí: esta es la historia de tres negras en un mundo de blancos que, indudablemente, no sería como es sin su colaboración. Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson existieron, como existieron sus padres, hijos, vecinos, amigos… y otros tantos de los que apenas los más cercanos recuerdan el nombre. Ellos también hicieron avanzar la historia con sus vidas. Y nosotros, que estamos en ello.