Ana Sánchez
En medio de la batalla de Okinawa, una de las más violentas de la Segunda Guerra Mundial se nos presenta la figura de Desmond Doss, una persona con conciencia, que quiso ser fiel a sus convicciones hasta las últimas consecuencias: participó desarmado en la batalla y consiguió salvar 75 vidas.
Mel Gibson dirige “Hasta el último hombre” en 2016, relatándonos la figura de este personaje. Una historia basada en hechos reales, tan reales como la vida misma y que se enmarcan en su contexto histórico: un héroe de guerra, reconocido como tal por el gobierno de su país y que lo fue detestando las guerras y sin tocar un fusil en toda su vida.
La película se desarrolla en tres partes: antes de la guerra, en el adiestramiento en el ejército y durante la guerra, aunque la primera parte también se va jalonando y completando a lo largo de toda la película, a través de recuerdos que encuentran su espacio expositivo en el desarrollo de la historia.
La infancia y adolescencia se desarrollan en una sociedad básicamente rural, una Virginia profunda, conservadora y puritana y ahí es donde se va forjando la personalidad y donde van tomando cuerpo los principios inquebrantables de Desmond, fuertemente marcado por la figura de su padre y por las consecuencias que éste acarrea tras la guerra en la que él también participó (la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra) y cuyas heridas de guerra aún perduran. Como dicen en la película: “En tiempos paz son los hijos quienes entierran a sus padres, en tiempos de guerra son los padres quienes entierran a sus hijos”.
A poco tiempo de comenzar la II Guerra Mundial, el protagonista se alista en el ejército como voluntario, con el propósito de ser útil a su país. Es a lo largo de la preparación militar donde más se ponen a prueba sus convicciones, cuando tiene que luchar contra el sistema militar y demostrar que sus principios son firmes e inquebrantables: ante los mandos superiores, ante sus propios compañeros e incluso ante los tribunales.
La última parte nos traslada junto a los protagonistas al campo de batalla, al infierno de la guerra y es en medio de estar barbarie donde se sitúa Desmond Doss: un soldado diferente, armado únicamente con sus creencias, su valor y sus principios. Un escenario cruel y sangriento, como el de toda guerra, en el que no es fácil encontrar respuestas ni soluciones ante situaciones complejas. Pero hay que detenerse en este marco para replantear las cuestiones fundamentales del sentido de la vida y el sentido de la guerra, la redención y el perdón, el orgullo y la importancia de la familia, la barbarie y el sacrificio.
La historia representa un grito de esperanza en el infierno que suponen las guerras, y por eso resuena como un eco la oración: “Por favor Señor, déjame salvar a uno más…”