Juegos de guerra

Ana Sánchez

Quizá en los años ochenta esta película se veía con miedo porque en plena guerra fría la amenaza nuclear estaba continuamente flotando sobre nuestras cabezas. Pero hoy la seguimos viendo con miedo y, en cierto sentido, con más miedo del que pudiéramos tener antaño.

Aunque la estética de la película revela el tiempo que ha pasado desde que se estrenó en 1983, se trata de una cuestión meramente anecdótica: el típico teléfono de ruleta, una pantalla monocromo verde, cabinas de teléfonos en las calles… incluso lo que parece un sistema operativo anterior al MS-DOS que ya casi no recordamos. Son detalles que hoy en día nos chocan y llaman la atención en esta historia dirigida por John Badham con un joven Matthew Broderick encabezando un reparto en el que, como de costumbre, el elenco de protagonistas secundarios juega un papel destacado.

Pero en esta ocasión el auténtico protagonista es al que vamos conociendo con el nombre de Joshua, una incipiente inteligencia artificial desarrollada por un científico ya retirado, que nos hace repensar la actualidad y el papel que dicha tecnología va desarrollando en nuestras vidas, con una creciente dependencia de máquinas y ordenadores, cada vez más presentes en nuestro día a día.

Una de las cosas que tal vez nos llame más la atención de esta historia es la de un accidental precursor de los hackers, esos que detectan las vulnerabilidades de los equipos informáticos o sistemas de comunicación, infiltrándose a través de la red; en esta ocasión se trata de un adolescente el que accede a WORP (War Operativa Plan Response, es decir, Respuesta al Plan Operativo de Guerra) buscando las últimas novedades en juegos informáticos. A partir de ese momento el juego se va volviendo cada vez más real y la sensación de miedo se nos cuela por todos los poros mientras el ordenador evalúa algorítmicamente los distintos escenarios. La verdad es que, en realidad, el miedo empieza a aparecer mucho antes, desde el inicio de la película en el que ya se nos introduce en el tema central: ¿puede depender de las personas el desarrollo de un enfrentamiento mundial o hay que dejar ese papel a una computadora? El hombre, por su propia condición siempre puede mantener una duda que le haga vacilar ¿y un ordenador?

Aquí es central la diferencia entre los jóvenes protagonistas y el maduro científico, entre el optimismo de tener una vida por delante y el desencanto de haber visto y perdido mucho a lo largo de los años. Y aquí radica nuestra opción y nuestra responsabilidad, apostar por el futuro, trabajando por una humanidad que sea capaz de aprender que la mejor forma de ganar muchas veces es no jugar.

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