Ana Sánchez
Hugo Cabret, un niño. La invención de Hugo Cabret, ¿una película para niños? Sin duda alguna que puede serlo, pero no sólo.
Desde luego que podríamos verla simplemente como una historia casi de fantasía; pero también podemos tener en cuenta el reto que nos plantea, el reto que se plantea el propio Hugo y que contagia a los que están a su alrededor: saber cuál es nuestro lugar en el mundo. Una llamada a descubrir la vocación, a qué estamos llamados, nuestra función y objetivo en la vida.
En 2011 Martin Scorsese rodó esta historia, basada en un libro de Brian Seznick, sobre un niño huérfano que vive en las entrañas de una estación de trenes del París de los años treinta del siglo XX. Hugo recogió el testigo de su familia de relojeros, concretamente el trabajo de su tío y ahora se ocupa de mantener en hora los relojes de la estación, al mismo tiempo que se afana en recuperar el último legado de su padre: un autómata que habían comenzado a reparar juntos.
En este mundo de trenes que van y vienen, de una estación poblada de gente que va, viene y permanece, la sociedad se nos muestra también como un engranaje en el que cada elemento tiene su sentido. Este es el ambiente en el que Hugo irá consiguiendo las piezas que le faltan para hacer funcionar el autómata, en el que anhela encontrar un mensaje de su padre, una pista que le ayude a dar sentido a su vida, a la vida. Así la película se nos presenta a todos los espectadores como una invitación a reparar las piezas estropeadas en nuestra vida, para encontrar el lugar en que realmente somos necesarios y aquí el idealismo de Hugo se superpone a cualquier otro elemento, contagiando así de alguna manera su espíritu al resto de los personajes que van formando parte de su vida y de su propia historia.
Personas que de una u otra manera tienen o creen tener algo que no funciona bien, algo estropeado, alguna herida en su vida y que, a lo largo de este mágico relato, irán viendo potenciada la superación de estos traumas, gracias a la ayuda y el acompañamiento mutuo que se van brindando, de una forma casi mágica, mostrando a cada paso que, de la misma manera que en una máquina no sobra ninguna pieza, tampoco puede sobrar ninguna persona: todos tenemos nuestra razón de ser, nuestro cometido en la vida ¿Quién no se siente identificado en la obstinación de Hugo por encontrar la razón de por qué está aquí?
El relato se construye en torno a una maravilla irreal en la que podemos dejarnos atrapar por el truco, la sencillez de la ilusión, siempre ligada a una realidad concreta, histórica, palpable.
En este viaje nos moveremos desde la fábrica de ilusiones que representan los albores del cinematógrafo al golpe que supuso para la sociedad la Primera Guerra Mundial. Desde la más que realista salida de los obreros de un fábrica de los hermanos Lumière a la onírica llegada a la luna de Méliès, los orígenes del cine recorren lo tangible y la ilusión, como hace La invención de Hugo, hasta conseguir llegar a su destino.