Queridos amigos y compañeros, auditorio todo:
En primer lugar y antes de entrar en materia, siento la íntima necesidad de expresar mi más profunda satisfacción por el honor que se me ha concedido de leer unas cuartillas en este acto de homenaje y de rememoración a la insigne figura de Salvador Seguí. Me apresuro asimismo a felicitar desde lo más hondo de mi corazón a los militantes de «Encuentro y Solidaridad» que han decidido sacar del olvido y reivindicar su vida y su obra llevándola a las tablas.
La vida y la trayectoria humana y militante de Salvador Seguí coincide, en el espacio y el tiempo, con el punto álgido y más encarnizado de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado; asimismo con la división de la clase obrera en dos bandos fundamentales: el socialismo que se amamanta de las ideas de Marx y Engels y el que se nutre del ideario anarcosindicalista procedente de Proudhon, Bakunin y Kropotkin. Es preciso señalar, a la vez, que en el seno de la acracia europea y española existen minorías de militantes partidarios de luchar contra la burguesía y sus representantes políticos recurriendo a la llamada «propaganda por el hecho», esto es, a los atentados y actos de terror contra los enemigos de clase. Este es, en esencia, el trasfondo histórico en el que va a transcurrir la vida y la obra del Noi del Sucre.
Nacido en el 23 de diciembre de 1890 en un pueblecito de la provincia de Lérida, Salvador Seguí Rubiñals, conocido pronto por el sobrenombre del «noi del sucre», empieza a militar en el movimiento obrero de Cataluña desde sus tempranos tiempos de aprendiz de pintor. Baste señalar que ya a los 17 años es encarcelado por primera vez debido a sus actividades dentro del sindicato barcelonés de pintores. Ya en estas fechas iniciales llama la atención por sus cualidades humanas y sus dotes de orador. O como escribe Manuel Buenacasa: «Era alto, robusto, fuerte como un roble, muy simpático y francote. Suscitaba afecto, admiración y respeto en cuantos le trataban. Sólo algunos pigmeos, ambiciosas o envidiosos le detestaban». No menos apologético es el juicio emitido por mi padre Juan Saña Magriñá en una de sus cartas a mí: «Seguí fue física, moral e intelectualmente un hombre fuera de serie. Era un tribuno nato, alto, fornido, sereno, voz de barítono y de agradable timbre, gesto sencillo y elegante, de una clarividencia extraordinaria, fecundo de ideas, polemizador inagotable, poseía un atractivo extraordinario» (29 de junio de 1968). Pero junto a las virtudes que acabo de mencionar, poseía una gran capacidad de organización y el don de reunir en torno suyo a un equipo de fieles colaboradores. Gerald Brenan no exagera al escribir en su gran libro «El laberinto español»: «Buen orador cuando la ocasión lo requería, su principal talento residía en sus capacidades de organización. La CNT como fuerza combativa fue en gran parte una creación suya».
De formación autodidacta como la mayoría de militantes obreros de la época, su educación ideológica procede de los círculos afines a la Escuela Moderna fundada por Ferrer Guardia. Más allá de sus raíces libertarias, era un gran admirador del pensamiento griego, del que asumió la cultura dialógica practicada por Sócrates. Su ágora eran las tertulias a las que asistía con regularidad, como la del Café Español en el Paralelo o la del Trocadero en la Plaza de la Universidad, frecuentada también, esta última, por gentes de letras e intelectuales, entre ellos Eugenio d’Ors. También asistía a los coloquios y debates del Ateneo barcelonés. Su carácter abierto y antidogmático y su disposición a conversar con interlocutores ajenos a sus propias ideas y convicciones, le permitió entablar amistad con personas de filiación liberal y progresista que nada tenían que ver con el mundo obrero. En él se unían, en síntesis admirable, la lucidez mental y el espíritu contestatario, la ponderación más sobria y el más encendido de los idealismos, la vocación sindicalista y una concepción universal del hombre y de la vida.
Sus mejores energías las consagraba, claro está, a las tareas militantes que le imponían su afiliación a la CNT y el gran prestigio que adquirió muy pronto entre sus compañeros. A los 19 años recorre las comarcas catalanas dando mítines contra la guerra de Marruecos. En 1915 es elegido presidente del Sindicato de la Construcción de Barcelona, al frente del cual organiza en agosto del mismo año una huelga general coronada por el éxito. Elegido secretario general de la CNT catalana, se entrevista un par de veces con Largo Caballero y Julián Besteiro para coordinar y unificar las actividades reivindicativas de la CNT y la UGT.
En el congreso celebrado por la Confederación del Trabajo de Cataluña en julio de 1918 en la barriada barcelonesa de Sants, se adoptó oficialmente la fórmula del Sindicato Único como modelo de organización, una reforma estructural debida principalmente a Salvador Seguí, uno de cuyos méritos fue el de reconocer la necesidad de sustituir las viejas estructuras orgánicas de la CNT -basadas en las secciones de oficios- por los sindicatos de industria. A causa de una gira de propaganda que había realizado por tierras de Levante, en el invierno de 1918, Seguí fue detenido y residenciado en el acorazado Pelayo, anclado en Barcelona.
El desviacionismo ácrata
El desarrollo del movimiento obrero español y del sindicalismo revolucionario encarnado por la CNT quedó oscurecido muy pronto por las actividades subversivas de grupos o individuos incontrolados partidarios de la llamada «propaganda por el hecho» postulada y aprobada por el congreso anarquista celebrado en Londres el verano de 1891 como la estrategia más idónea para combatir a la burguesía, fórmula detrás de la cual se preconizaba el uso de la violencia, de los atentados y demás actos de terror como el medio más eficaz para implantar la anarquía.
El 23 de septiembre de 1893, el tipógrafo anarquista Paulino Pallás lanzó en Barcelona una bomba contra el general Martínez Campos y el séquito que le acompañaba, resultando heridos varios generales. El 7 de noviembre, después de la ejecución de Pallás, su amigo Santiago Salvador lanzó una bomba en el Teatro Liceo de Barcelona y en plena representación, causando la muerte de 20 personas y numerosos heridos. La próxima bomba estalló el 6 de junio de 1896 en la calle barcelonesa de Cambios Nuevos al paso de la procesión del Corpus, cuando seis muertos y 40 heridos. La ola de atentados de la última década del ochocientos culminó en el asesinato de Cánovas del Castillo en el balneario de Santa Águeda el 8 de agosto de 1897, acto perpretado por el joven anarquista italiano Miguel Angiolillo. El 31 de mayo de mayo de 1906, el anarquista catalán Mateo Morral arrojó una bomba desde un balcón de la calle Mayor de Madrid con el propósito de matar a la pareja real que acababa de contraer matrimonio. Hubo 26 muertos y más de 100 heridos. El 12 de diciembre de 1912, el anarquista José Pardiñas mató a quemarropa a Canalejas en la Puerta del Sol madrileña. En marzo de 1921 tres anarquistas catalanes asesinaban al jefe del gobierno Eduardo Dato en la Puerta de Alcalá de Madrid.
La posición de Seguí
Salvador Seguí fue desde sus primeras actividades sindicales a su muerte un enemigo implacable del uso de la violencia y el terror como formas de lucha, posición que no dejó nunca de manifestar públicamente. Así, en una de sus tomas de posición al respecto decía: «El arma nuestra no es ni el puñal ni la pistola, sino la huelga». Y en otra ocasión: «Hay que repetir mil veces más, si ello es preciso, que los postulados de la justicia social no están en la recámara de una pistola».
Los textos rotundos e inequívocos que acabo de citar no son únicamente testimonios personales del gran apóstol y mártir del anarcosindicalismo catalán y español, sino que corresponden fielmente a las líneas centrales de la doctrina libertaria clásica. No hay en todo caso ninguna figura anarcosindicalista de relieve fuera y dentro de nuestras fronteras que haya dicho que sí a la violencia y al terror como medios de lucha.
Ascenso de la CNT
Pese al desviacionismo de los elementos incontrolados que confundían la anarquía con la bomba y el crimen y el daño moral que con ello causaban a la causa obrera y a sus organizaciones, desde su fundación en 1910, la CNT no había dejado de crecer y de convertirse en una sindical cada vez más sólida y potente. Baste señalar que los 30.000 afiliados con que contaba la Confederación en 1910 subieron al medio millón en 1920. Este crecimiento se produjo especialmente en Cataluña, que era, a su vez, la región española con la burguesía más fuerte y más decidida a imponer su dictado sobre el proletariado con medios legales si era posible o con medios ilegales si era necesario. En este contexto, Salvador de Madariaga escribiría en su obra «Historia de España»: «No suelen distinguirse los patronos españoles por su moderación, pero de todos ellos quizá sea el catalán el más exigente y menos tratable». Intuyendo la fase turbulenta que se avecinaba, los empresarios catalanes fundaron a su vez en 1919 un organismo propio llamado Federación Patronal, que más tarde se extendería a toda España. Señalemos al paso que, consecuente con el internacionalismo de la CNT y su concepción universalista del género humano, Seguí era un decidido enemigo del catalanismo, en especial del catalanismo socialmente ultraconservador.
Durante y terminada la I Guerra Mundial, la situación laboral y salarial del proletariado barcelonés era deprimente y se caracterizaba tanto por el encarecimiento constante de los precios como por la pérdida de la capacidad adquisitiva de los jornales. Fue inevitable, pues, que los sindicatos de la CNT salieran en defensa de los obreros recurriendo a las huelgas y plantes laborales. Para contrarrestar el espíritu de resistencia de los sindicatos, la Federación Patronal de Cataluña recurrió, entre otras cosas, a la estrategia de los despidos en masa y del llamado block–out o cierre provisional de fábricas y otros sectores del metabolismo económico. Así, el 5 de febrero de 1919, la compañía Riegos y Fuerzas del Ebro (llamada popularmente La Canadiense por ser filial de la Barcelona Traction Light and Power ) declaró el lock-out y despidió a un gran número de obreros.
La huelga de la Canadiense
Pocos días después (21 de febrero) estalló la huelga contra la misma sociedad, que se prolongaría hasta el 7 de abril y que conduciría finalmente a la implantación, a partir del 1 de octubre de 1919 en toda España de la jornada de ocho horas. El 19 de marzo por la noche tuvo lugar en la plaza de Toros de las Arenas un mitin al que asistieron 25.000 obreros y en el que tomaron la palabra varios militantes sindicalistas. El último en hablar fue Salvador Seguí. Después de enfrentarse con éxito a los sectores extremistas que abogaban por una continuación de la huelga, Seguí se dirigió directamente al público con la pregunta «¿Se acuerda la vuelta al trabajo?, pregunta al que los oyentes respondieron con un «sí» atronador y unánime.
Su presencia y su intervención en las Arenas constituyó uno de sus grandes éxitos como tribuno y conductor de masas. Abad de Santillán anota en este contexto: «En esa intervención puso de manifiesto su jerarquía de orador y su capacidad para enfrentarse con los propios compañeros más exaltados». Al día siguiente del mitin, el proletariado barcelonés volvió a sus puestos de trabajo, pero dado que las autoridades no cumplieron su promesa de poner en libertad a todos los 3.000 obreros detenidos, se reanudó la huelga el 24 de marzo.
El conflicto entre patronos y obreros no quedó tampoco resuelto por la iniciativa del gobierno de crear «tribunales de arbitraje» para mediar entre ambos sectores. La CNT se declaró en principio dispuesta a secundar el plan gubernamental y envió a Seguí y a Pestaña a Madrid para negociar con los representantes del gobierno. Pero los empresarios catalanes no veían con buenos ojos la introducción de medidas legales. El presidente de la Federación Patronal de Cataluña, señor Benet, declaró: «No estamos satisfechos de los gobernantes. No queremos pedir, queremos dictar».
La represión patronal
Como reacción a la ofensiva revolucionaria de la CNT, cada vez más fuerte y masiva, las patronales empezaron a reclutar los servicios mercenarios de bandas de pistoleros encargados de intimidar a las masas obreras y eliminar a sus figuras más representativas. Las bandas de pistoleros contaban con la complicidad y el apoyo explícitos e implícitos de la policía y de las autoridades civiles y militares y podían, por ello, llevar a cabo impunentemente su siniestra labor. Las patronales contaban también con el beneplácito y el apoyo de los llamados «sindicatos libres», una organización amarilla fundada por un grupo de obreros renegados, confidentes, delincuentes comunes y pistoleros profesionales. Dirigidos por Ramón Sales, los sindicatos libres eran en realidad bandas de gangsters pagados por la burguesía catalana.
La persecución de la CNT en Cataluña se acentuó y llegó a su máxima virulencia a partir de 1920. Pocos días después de la toma de posesión de Martínez Anido como gobernador civil de Barcelona, fue asesinado el abogado Francisco Layret, amigo personal de Seguí que había defendido a militantes cenetistas ante los tribunales de justicia y había denunciado una y otra vez la complicidad de las patronales y las autoridades con las bandas de pistoleros. Tras la muerte de Layret, tuvo lugar una masacre contra la militancia cenetista que costó la vida a centenares de ellos. Bajo el pretexto de que habían intentado escapar, eran acribillados a balazos por la espalda, práctica criminal que pasaría a la historia bajo el nombre de «la ley de fugas».
Al día siguiente de la muerte de Layret, Seguí fue detenido y deportado al castillo de la Mola, en las Baleares, donde permaneció un año junto con Luis Companys y otros republicanos y sindicalistas. Trasladado a la cárcel de Barcelona, fue puesto en libertad en abril de 1922, al restablecerse las garantías constitucionales. En junio del mismo año pudo asistir a la Conferencia de la CNT celebrada en Zaragoza, en la que fue nombrado secretario de su Comité Nacional.
El pistolerismo ácrata
Faltaríamos a la más elemental verdad si dejásemos de señalar que el pistolerismo no fue exclusivo de los elementos del sindicato libre a sueldo de las patronales y la policía, sino que fue practicado también por francotiradores y sujetos incontrolados de la CNT como «Los solidarios» y el «Crisol». Cegados por el odio y el afán de desquite, atentaban contra quienes consideraban enemigos de la clase obrera. En su libro «Lo que aprendí en la vida», Ángel Pestaña escribiría: «Por duro, por violento y doloroso que sea para nosotros confesarlo, hay que decir que los hombres que entonces mataban, estaban en nuestros medios».
La muerte de Seguí
Uno de los blancos favoritos de los pistoleros de los sindicatos libres fue desde el primer momento la figura carismática de Salvador Seguí, contra quien atentaron por primera vez sin éxito en la calle de Mendizábal. Y lo mismo ocurrió en el nuevo atentado de que fue objeto en Catarroja. Pero después de estos dos atentados frustrados, los asesinos lograron acribillarle a balazos el 19 de marzo de 1923 a la entrada de la calle de La Cadena, cuando se dirigía a su domicilio acompañado de su amigo y compañero Francisco Comas. Con ello cumplían con las desvergonzadas y chulescas amenazas que le habían dirigido por escrito: «Reunidos los elementos del Sindicato Libre, hemos acordado asesinarte a ti, a Pestaña y a Casanovas, entre otros. Esta vez no escapareis ninguno, aunque debemos advertirte que el primero en caer serás tú».
Poco antes del asesinato de Seguí, su íntimo amigo el senador liberal Emilio Junoy había escrito proféticamente: «La cultura de Seguí no es tan vasta como la de Bakunin, pero los considero análogos en inteligencia y en valor personal. Como hombres son muy parecidos, pero hay algo que diferencia a ambos colosos. El ruso pudo haber muerto en la propia Rusia o en las barricadas de Desdre o de París. Las balas le respetaron y murió en Berna, viejo y achacoso. Fue el eterno exiliado. Nuestro coloso catalán nunca ha querido abandonar su tierra natal. A Seguí le ahorcarán o le asesinarán por la espalda precisamente en Cataluña».
La muerte de Seguí constituyó no sólo un crimen alevoso, sino también una tragedia para el futuro de la CNT y probablemente de España, pues sólo un líder de su talla excepcional hubiera podido canalizar a la Confederación hacia un sindicalismo fecundo y sensato». Privada de su presencia, la CNT dejó de ser pronto lo que había sido durante su magisterio. O como me escribía mi padre en otras de sus cartas: «Una vez eliminado Seguí por los pistoleros del mal llamado Sindicato Libre, empezaron a descollar los que en términos deportivos podríamos calificar de segunda división».
La eterna vigencia de Seguí
El gran ejemplo humano y militante que nos legó Seguí no sólo no ha dejado de existir, sino que sigue siendo y permanecerá para siempre un testimonio imperecedero, como es el caso de todos los modos de ser y de obrar basados en el amor al bien y a la verdad. Se puede matar a un hombre, pero no a sus ideas y convicciones. Y la mejor prueba de lo que acabo de decir son las cuartillas que he leído y, sobre todo, vuestra decisión de llevar a escena la vida y obra del insigne militante obrero.
La España de hoy no es la misma que vivió Seguí ni tampoco la España de la cruenta guerra civil y la España de la larga y draconiana dictadura franquista, pero sigue siendo un país irreconciliado consigo mismo y abrumado por toda clase de graves problemas sociales, económicos y políticos, problemas que no necesito enumerar porque vosotros los conocéis mejor que yo. A la situación deplorable en que se encuentra el país pertenece la grave crisis que atraviesa la clase obrera en general y los sindicatos en particular y su impotencia para hacer frente a la injusticia social y a la corrupción de la casta política.
Pues bien, transcurridos casi cien años desde la muerte de Seguí, sus ideas y su conducta personal y sindical siguen siendo un modelo digno de ser tenido en cuenta y de servir de fundamento y guía para la lucha contra el capital y sus lacayos políticos, mediáticos e intelectuales. Constituyen también un antídoto y un contraveneno contra la falsa izquierda representada por Podemos y por el desvaído socialismo del PSOE. Rememorar, recuperar y reactivar la eximia figura de Salvador Seguí y sus enseñanzas es, a mi modo de ver, una de las tareas más importantes que deben asumir las nuevas generaciones y todos los españoles dispuestos a luchar por una España más justa, más noble, más solidaria y más fraterna de la que tenemos ahora.
Heleno Saña