Ana Sánchez
A medida que se van desgranando los recuerdos de Ninny, se va fraguando una relación de conocimiento, amistad y fidelidad con Evelyn; un vínculo ciertamente similar al que fueron tejiendo Idgie y Ruth desde que se conocieron. Ambas historias, separadas en el tiempo más de cincuenta años, que se van entrelazando y van construyendo la trama de esta película dirigida en 1991 por Jon Avnet.
Los relatos, historias, preocupaciones y aprendizajes de dos ancianas y de dos jóvenes en torno a Whistle Stop, apenas una parada en el camino en la actualidad, pero que antaño fue un punto de encuentro entre diferentes personas y comunidades. Destaca en varias ocasiones a lo largo de la película aquel lago donde, un mes de noviembre, se posó una bandada de patos; la temperatura bajó tan deprisa que el lago se heló y cuando los patos levantaron de nuevo el vuelo se llevaron el lago con ellos. “Dicen que ahora debe estar en algún lugar de Georgia”. Las aves migran en bandadas y las personas y comunidades permanecen; es cierto que unos van y otros vienen, unos se quedan y otros se marchan, pero la esencia siempre permanece; las relaciones que nos unen, y que son las que realmente nos hacen humanos, no varían tanto con el paso del tiempo.
A fin de cuentas, ¿qué es lo mejor que puede darnos la vida?: amigos, buenos amigos. La amistad supera el tiempo y el espacio en cualquier circunstancia.
Y es que el relato va alternando situaciones que quizá no tienen mucho que ver, pero que se van engarzando en los momentos históricos de la comunidad y los momentos particulares de los protagonistas; cambios de época y épocas de cambios en los que Evelyn es demasiado joven para ser mayor y demasiado mayor para ser joven. De la misma manera que, unos años antes, la vida cotidiana de Idgie y Ruth estaba rodeada de muchos elementos contradictorios que se daban cita en torno al café que regentaban, en el que convivían el Ku Klux Klan con los negros que trabajaban en él, la parte trasera en la que se refugiaban las víctimas de la Gran Depresión a las que antaño ya habían echado un cable Idgie y Ruth (a pesar de la segunda y pese a la rotura de pierna de la primera) y el inspector de policía que se convierte en un cliente asiduo de las barbacoas que se organizan hasta que se descubre en el río el coche del marido de Ruth, lo que conducirá a un juicio un tanto peculiar en el que tratan de encontrar al culpable de un asesinato sin cadáver… o un chivo expiatorio al que cargarle la culpa.
Quizá es ahora el momento de gritar ¡Towanda!, agarrar las riendas de la vida y las manos de los compañeros para desbrozar caminos conocidos e ignotos.