Trabajo e identificación.

Josep Burgaya

Lo que caracteriza a las últimas décadas es una extrema volatilidad del trabajo y, al mismo tiempo, el sentido de pertenencia a una clase social. Lo que antes se decía y se blandía con orgullo cómo era pertenecer a la “clase trabajadora”, en los últimos tiempos se ha diluido, difuminado y casi olvidado. Ahora, en este sector laboral y social se está siempre pendiente de la precariedad, de combinar períodos de trabajo con el subsidio o mantener varios trabajos a la vez para obtener ingresos mínimos. Aquí los miedos son básicos, elementales y dramáticos. No son temores infundados sobre la pérdida de estatus. Son posibilidades reales de perder ingresos, vivienda y mínimos vitales. Por el camino se tiene la sensación de perder la dignidad y la autoestima. El deterioro es muy acusado. El esfuerzo de mucho trabajo desgastante, pero al mismo tiempo la lucha y la erosión que implica la búsqueda constante de una nueva ocupación. Las condiciones del «proletariado del sector servicios» son mucho más duras que las que tenía el trabajador industrial clásico. Aquí no hay sindicación y a menudo se forma parte de una cadena de subcontratación dedicada a la limpieza, cuidados personales o reparto a domicilio. Trabajos aparentemente sencillos, pero de horarios interminables, ritmos frenéticos, condiciones inhumanas y salarios de miseria. Un mundo multicultural, con predominio de mujeres, en el que no es posible establecer salarios mínimos o bien de conciliación entre trabajo y vida privada. Nadie habla del bournout en este escalafón de nuevos sirvientes, aunque lo hay. Quizá tenga más connotaciones de desesperación. Y un miedo atroz.

Deslocalización industrial, pérdida de las seguridades del trabajo estable, miedo a lo que viene de fuera, tribalismo, nacionalismo…, son todos ellos factores que van en aumento en la medida en que las personas, cada vez más aisladas y temerosas, viven atrincheradas en las burbujas filtradas, prisioneros de información sesgada y de grupos de WhatsApp que les encadenan a nuevas verdades. Se pierde el sentido de la realidad compartida y la capacidad de comunicarse no trasciende las líneas sectarias e identitarias cada vez rígidas. Se vive en universos de información completamente diferentes, que nunca se contrastan ni someten a la Razón unos planteamientos que resultan más bien consignas de identificación y cohesión. Se desprecia toda experiencia y conocimiento. Para la politóloga danesa Marlene Wind, el tribalismo es un fenómeno creciente en el mundo occidental que se caracteriza por el abandono del sentido de clase y por fomentar actitudes de exclusión, basándose en un fundamentalismo cultural. Sustituir a la política por la identidad que está “más allá” de la política, es muy poderoso, pero también muy peligroso y explosivo.

Desde finales de la década de los noventa, el éxito económico y el incremento de la productividad no tienen que ver con los trabajadores. El incesante crecimiento del rendimiento se produce mientras disminuyen los empleados y, al mismo tiempo, los salarios medios y bajos no dejan de caer. Se produce lo que Andrew McAfee y Eric Brynjolfsson definieron como el “gran desacoplamiento”. Los ingresos salariales disminuyen mientras los beneficios crecen sin cesar. El trabajo humano se vuelve menos relevante a la hora de generar tanto crecimiento económico como aumentar beneficios empresariales. Así, cada generación de trabajadores, que aspiraba a vivir mejor que la anterior, ve cómo deja de funcionar el ascensor social y desaparecen las seguridades asociadas al mundo del trabajo estable. Las economías postindustriales, especialmente las digitalizadas, no saben cómo traducir el cambio tecnológico en mecanismos que aseguren un mínimo de distribución y redistribución de rentas. El esfuerzo no resulta ya rentable.

La conclusión de quienes lo padecen es que ésta ya no es su sociedad y que su aspiración de personas humilladas no puede ir más allá de la mera supervivencia. Los efectos de la globalización combinados con el cambio tecnológico terminaron con su mundo. Mientras, los partidos socialdemócratas para asegurar su pervivencia buscaban una nueva base de votantes entre las capas urbanas más cultas. Sus antiguos electores se encontraron abandonados y traicionados. Aparte de los efectos en determinadas capas sociales, este empobrecimiento asoló regiones enteras, desde el cinturón de óxido estadounidense hasta el norte de Gran Bretaña. Territorios donde predomina la precariedad, el desistimiento, la falta de expectativas y ambiciones, todo tipo de adicciones, conflictos familiares… Contexto muy adecuado para seguir falsos dioses o para actitudes identitarias extremas.


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