La Ciencia ni acerca ni aparta de Dios

Autor: Víctor Manuel Arbeloa

José Carlos González-Hurtado (Madrid, 1964), casado y padre de siete hijos, que ha regresado recientemente a España tras vivir la mayor parte de su vida en países de Europa y América, consejero de varias compañías internacionales, galardonado en múltiples ocasiones, presidente de EWTN-España (la mayor red religiosa de medios de comunicación del mundo)…, en su libro superventas Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios, recorre los campos de la física y de la cosmología -desde el Big Bang hasta la segunda ley de la Termodinámica-, de las matemáticas y de la biología, para terminar hablando acerca de algunas cuestiones pendientes acerca de la fe, el ateísmo y sus derivadas.

Algunos de estos puntos ya he tocado en otras ocasiones. Una de las muchas riquezas de este libro es la abundante presencia de altos científicos, incluidos muchos premios Nobel, que aparecen en el libro, y la familiaridad con que los trata el autor a la hora de presentarlos, seguirlos o rebatirlos, siempre desde el respeto, el diálogo y los argumentos del mismo. González-Hurtado pone de relieve que el ateísmo y el nihilismo se apropiaron de la ciencia en el siglo XIX, y que desde entonces la usaron sin rebozo como instrumento para divulgar su credo. Hicieron creer a muchos que la ciencia y la fe estaban enfrentadas, pretensión que hubiera escandalizado a casi todos los científicos de etapas anteriores, que fueron en general teístas y religiosos sinceros, y muchos de ellos clérigos y obispos.

Ateos devotos, tomaron el control de las universidades -fundadas en su mayoría por la Iglesia- e hicieron de sus cátedras altavoces para difundir la religión atea. Muchas personas se alejaron de la religión por esa falsa suposición. Cuando, un día, científicos de todo el mundo empezaron a acumular evidencias, según unos, o indicios, según otros, de la existencia de Dios, sobre todo a raíz de la teoría Big Bang (comienzo del universo), la censura y la persecución se arrojaron contra ellos, sobre todo en la Unión Soviética y en la Alemania nazi.

Los sabios rusos Friedman, Guerassimovitch, Perpelkine, Bronstein, Frederiks, Numerov o Iachnov, y muchos más, matemáticos, físicos, astrónomos, que apoyaron la teoría del Big Bang fueron envenenados, fusilados, internados en el Gulag, a veces con esposas e hijos. En la Alemania de Hitler científicos nazis crearon el movimiento “Deutsche Physic”, racista materialista y ateo, que consiguió expulsar de las universidades a los judíos y a todos aquellos que no comulgaran con su credo ateo. Eminencias como Einstein o Gödel, Heisemberg, Stern y Born (tres premios Nobel) tuvieron que exiliarse. Sin llegar a tales extremos, claro, activos ateos y ateístas de nuestro tiempo -R. Dawkins, S. Harris, Ch. Hitchens, D. Dennet o M. Onfray-, polemistas y provocadores, agresivos y destructivos, desprecian y condenan a creyentes y a quienes respetan a los creyentes, pretendiendo convencer de una cerrada oposición entre ciencia y fe. Muy al contrario pensaron y piensan antiguos ateos, como el filósofo A. Flew, heredero de Bertrand Russel; el sociólogo R. Stark, el biólogo F. Collins, el biofísico A. MacGfrath, el astrofísico S. Salviander…, que han ido volviendo a la creencia en Dios (teísmo), y algunos de ellos al cristianismo, siendo a veces atacados por sus viejos colegas.

Lo cierto es que, si hasta el siglo XIX los científicos ateos fueron una excepción, también lo es que la mayoría de los grandes científicos del siglo XX fueron creyentes: Planck, Bohr, Jordan, Dirac, Pauli, De Broglie, Heisemberg, Schrödinger, Compton… todos teístas y varios de ellos cristianos. Frente a la extendida creencia en algunos sectores de que los científicos son agnósticos, cuando no ateos, González Hurtado nos hace accesibles algunas estadísticas norteamericanas recientes, mostrando que, entre los premios Nobel en materias científicas, en estos últimos cien años, solo el 10 por ciento se consideran ateos, frente al 35 por ciento entre los Nobel de Literatura. De ellos, dos tercios se consideran cristianos. Y más creyentes, cuanto más jóvenes. Y eso que no pocos sabios creyentes ocultan o disimulan su religiosidad por el síndrome de la “indefensión aprendida”, por la “conformidad ambiente”, y hasta por miedo, a través de la autocensura, dada la hostilidad de universidades, gobiernos, partidos, asociaciones o medios informativos hacia la religión.

El buen teólogo alemán, que llegó ser Benedicto XVI, avezado a dialogar con ateos y agnósticos, pudo decir en su Testamento Espiritual: “He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace muchos tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que solo parecen ser competencia de la ciencia”.

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