Zyx, la editorial con las tres últimas letras del abecedario

Autor: Carlos Díaz

Fuente: El imparcial

Guillermo Rovirosa, fundador de la HOAC (Hermandades Obreras de Acción Católica), y aquella generación de entusiastas (entusiasta: que está con alma, corazón y vida en lo divino que vivifica), que luego fundara la Editorial Zyx (Tomás Malagón, Julián Gómez del Castillo, Luis Capilla, Teófilo Pérez Rey, Jacinto Martín…) no solamente no se desanimó ante la adversidad, sino que en ocasiones logró animarla hasta el punto de desanimar a los adversarios. Cuando el ministro de Información y Turismo, al que había que presentar los libros a la terrible censura obligatoria, y ante cuyas denegaciones no había posibilidad de apelar, cuando el aperturista señor Fraga Iribarne decidió que estaba cansado de aquellos molestos enemigos de la Patria y que por eso cerraba patrióticamente la Editorial, fue cuando ésta más vigorosa se encontró, pues no se cierra nunca una idea que se ha hecho corazón y un corazón que se ha hecho idea. ¿Cómo se iba a cerrar aquel hermoso corazón de corazones de cristal, si los que colaboraban en Zyx cobraban el salario mínimo, y muchos incluso daban gratis todo su trabajo excedente, poniendo en muchas ocasiones parte de sus ahorros al servicio de la causa?, ¿cómo se iba a cerrar, si -por referir un solo ejemplo entre muchos, después de un montón de años en las cárceles franquistas escribió para Zyx su Historia del Anarcosindicalismo con el salario de un peón de albañil?, ¿cómo se iba a cerrar si los militantes de Zyx no entraban en bares porque no tenían tiempo ni dinero ni ganas, puesta su cabeza y su corazón en otras causas?, ¿cómo se iba a cerrar, si los obreros-militantes habían formado una caja de resistencia y el dinero -heroico en ocasiones- se entregaba a fondo perdido cuando era menester?, ¿cómo se iba a cerrar, si una vez clausurada la Editorial, clandestinamente continuaban vendiéndose los libros en campos, fábricas y talleres, del productor al consumidor, a pesar de que el vendedor podía acabar y acababa a veces en la Dirección General de Seguridad? ¿cómo se iba a cerrar, si los puestos de venta callejeros en que con riesgo de arresto carcelario los ateridos militantes ofrecían folletos de trece y de veinte pesetas (al precio de coste)?, ¿cómo se iba a cerrar si los militantes de Zyx vivían como apóstoles durante todas las horas de su vigilia, en buena parte de sus sueños?, ¿cómo se iba a cerrar si de Zyx podía afirmarse que estaban en lo mismo y tenían todas las cosas en común?, ¿cómo se iba a cerrar, si Zyx enseñaba a vivir la realidad haciendo de los libros texto vital, y de los textos vitales libro, al modo como en la novela Farenheit 451 de Ray Bradbury, al final convertido cada hombre en un testigo de la bibliografía de lo eterno?

¡Qué pena que esbozar aquí estas News from nowhere o noticias de ninguna parte para proporcionar a las actuales generaciones -por decirlo con William Morris- algo que deberán estar narrando hasta las piedras! Pero entonces -por decirlo con otro reformador, Robert Owen, al que habíamos leído y admirado con unción- lo que Zyx quería era poner en pie a New view of society. En efecto, los militantes de Zyx venían del Evangelio, y desde el Evangelio se encontraban en la lucha con las personas de toda condición, especialmente con las humildes, las últimas en todos los terrenos: en los libros, en los cursos de formación, en las iniciativas experienciales de autogestión, en el rodaje social, en los compromisos vecinales y de barrios, en aquella mística política que era toda una cosmovisión, como la que ofrecía Francisco de Asís a la entera creación.

Franciscanos de la política (aunque a riesgo de degenerar en ocasiones en cátaros, todo hay que decirlo) ¿era aquel franciscanismo social una lucha política? Desde luego, pues se entendía al modo de Platón en su Protágoras, a saber, como justicia y pudor, lo mismo que Charles Péguy: “mística republicana la había entonces, cuando se daba la vida por la república; política republicana la hay hoy, en que se vive de la política”. ¡Y cómo se vive hoy! Nadie en Zyx hubiera imaginado jamás a sus hiperbóreas señorías curules mayestáticamente elevadas a cratofanías teomórficas con un poder faraónico y unas prerrogativas económicas y sociales olímpicas si se comparan con las del resto de los mortales.

La gente de Zyx pensaba y hacía la política desde la calle, desde los pobres, y la hacía con la misma pobreza con que la padecían los pobres, a saber, con alegría evangélica. Aunque no resulte fácil de imaginar en nuestros días, el sujeto de aquella acción política era lisa y llanamente el pobre, no sólo el militante que hacía con cierta petulancia y sacando pecho una “opción preferencial por los pobres”, sino los pobres de las Bienaventuranzas. Y, cuando decimos sujeto no decimos objeto, porque los agentes de esa acción estaban más cerca de ser pobres que de ser ricos, y porque a un pueblo no se le da una política para que la acepte pasivamente, sino para que se implique en ella y la eleve hasta lo alto. Pues la liberación de los pobres ha sido, es, y será cosa de los pobres mismos. En el momento en que los expobres se convierten en neorricos, adiós muy buenas, se acabó lo que se daba y deviene alimento de la nada.

Aquello, pues, era hacer política desde abajo, o, como entonces se decía, desde la base, afirmación para cuya enfatización se llegó incluso al pleonástico militancia-de-base-base, e incluso al inelegante militante de la puta base, a modo de orgullosa denominación de origen.

Y en todo esto, por fortuna, Zyx no hacía sino heredar las más abnegadas tradiciones militantes de la historia del movimiento obrero español: “los dirigentes anarquistas jamás cobraron sueldo; en 1936, cuando su sindical, la CNT, contaba con más de un millón de miembros, no tenía más que un secretario con sueldo. Viajando de pueblo en pueblo, a pie o a lomos de mula, o en los duros asientos de los coches de tercera del ferrocarril, o incluso, como los vagabundos o los torerillos maletas, sobre el techo de los vagones de mercancías, mientras organizaban nuevos grupos o dirigían campañas de propaganda, aquellos apóstoles de la idea, como eran llamados, vivían como frailes mendicantes de la hospitalidad que les podían ofrecer sus hermanos obreros menos ahogados por la miseria. La verdadera riqueza militante era la cantera de anónimos que apenas escribían y se expresaban torpemente. Colocados entre las masas de aluvión y las élites sobresalientes, llevaban el peso de la organización en su base, en contacto directo con las fábricas”. Me complace citar este texto ilustrativo de la conducta socialista no lejano a nosotros, el padre de Julián Gómez del Castillo, alma de Zyx: “a pesar de que no sabía leer, llevaba siempre en el bolsillo de la chaqueta un ejemplar de El Vidrio o de la Soli y el prodigio era que él, aunque no sabía leer, discutía con sus compañeros el alcance de determinados artículos dando la impresión de haberlos leído. Peiró tenía plena conciencia de su ignorancia y sufría enormemente. Cierto día, ante la sorpresa de mi madre, Peiró le mandó que le trajese un tintero, una pluma, y unas cuantas cuartillas de papel; extrañada, le trajo lo pedido y aquella misma noche Peiró se encerró en el comedor y empezó a copiar una serie de cartas que Rafael (su vecino cartero) había depositado en el retrete para el uso que es inútil explicar y que Peiró había recogido. El alba lo encontró sentado frente a los garabatos que venía de copiar y que era incapaz de comprender. Así, poco a poco, y con la ayuda del provincial jubilado de correos, su improvisado maestro, Peiró empezó a conjugar sus primeras letras. Con sus incesantes persecuciones, que regularmente terminaban en una celda de la Cárcel Modelo de Barcelona, la policía, tan vinculada a la burguesía catalana, hizo el resto. La cárcel, la universidad de la mayoría de los militantes sindicalistas y anarquistas de España, fue la escuela que pudo facilitar a Joan Peiró, durante los frecuentes y largos periodos de tiempo, lo más importante de su bagaje cultural. Academia impuesta por las circunstancias, y donde Peiró, durante los largos y frecuentes periodos de detención, pudo encontrar la obligada latitud para empollarse teórica y prácticamente los problemas económicos y político sociales del proletariado español”(1).

Haciendo de la necesidad virtud y de la virtud necesidad, no pocos militantes convertían el libro en herramienta de “coche cama”: “en la vida de un militante obrero de entonces no se ponían objeciones a la acción, Cuando mi padre se traslada de Santander a Asturias, está desde el año 1925 al año 1934, luego cuando el partido considera que mi padre tiene que irse a Andalucía a organizar la Huelga Revolucionaria en el año 34 en Granada como Secretario General de la UGT, se va para allá y se va para allá con toda la familia. Y la familia vamos prácticamente de limosna, por supuesto sin muebles, de manera que cuando llegamos A Granada dormimos sobre libros, porque la biblioteca no se quedó en Llanes. La biblioteca se llevaba a Granada. Eran los criterios de un militante socialista de entonces, de manera que el libro estaba por encima de los muebles, el quehacer de cara al Ideal estaba antes que el quehacer particular y el engorde particular, y por eso la disponibilidad era absoluta.Por su parte, también los anarcosindicalistas mantenían por toda la geografía española cientos de escuelas racionalistas y de Ateneos que eran costeados con las cotizaciones de los adherentes. Ningún otro movimiento dispuso jamás, ni de lejos, de tantos elementos educativos, de tantos órganos de propaganda y de expresión, de tantas editoriales. Los libros, folletos, revistas, periódicos editados por los anarcosindicalistas hasta el último día de su vida pública forman legión, y su solo recuento exigiría un nutrido catálogo. El anarcosindicalismo conservaría hasta su fin su constitutivo carácter ascético. En los medios propios se hacía propaganda contra el alcohol, el café, el tabaco, el juego, los prostíbulos”(2).

Una militancia con una mística, una formación cultural, y mucho amor no decae ante ninguna muestra de abatimiento en las circunstancias más adversas. Aquellos geniales convictos a los que nadie podría acusar de sectarismo, aquellos robles imbatibles se entregaban a la causa común hasta la muerte, sin que ningún muro pudiera impedir a la fuerza de su espíritu trascender. Se comprende que a la vista de aquello un amigo con voluntad presencial y militante nos escribiera hace poco estas palabras: “entre otras cosas me gustaría que en el Instituto Emmanuel Mounier se empezara a pensar en términos de Andalucía más que de Sevilla. No quiero decir que sea fácil, pero como algún día habrá que empezar ¿por qué no cuanto antes? Yo creo que ese debe ser nuestro reto”.

1. Lastra R: Francisco Gómez del Castillo. Militante Obrero, hijo y padre de tipógrafos. Ed. Encuentro y Solidaridad, Torremocha del Jarama, Madrid, 2024, pp. 76-77. En mi España, canto y llanto narro multitud de ejemplos, especialmente el para mí muy querido de Diego Abad de Santillán, que dormía habitualmente sobre libros por carencia de lecho donde reclinar la cabeza, aun siendo líder máximo.

2. García, V: Antología del anarcosindicalismo. Ediciones Ruta-Base, Caracas/Francia, 1988, pp. 337-397. Pedro Kropotkin, recordémoslo, fue aquel militante libertario nacido en la cuna que de pequeño se durmió en brazos del Zar de todas las Rusias: “en cuanto al estado de mi salud, se empeoró más aún debido a la pesada atmósfera de la pequeña celda, que sólo medía cuatro pasos de un ángulo a otro, y en la cual, desde que empezaban a funcionar los tubos de la calefacción, cambiaba la temperatura desde un frío glacial a un calor insoportable. Como había que girar con tanta frecuencia, a los pocos momentos de pasear me mareaba, y los diez minutos de ejercicio al aire libre, en el rincón de un patio cerrado entre altos muros de ladrillo, no me servían de mucho. Respecto al médico de la cárcel, que no quería oír la palabra ‘escorbuto’ pronunciada en su prisión, mientras menos se hable de él, tanto mejor. En esas condiciones, por el procedimiento de los golpes, yo llegué a contar a un joven que estaba en la celda inmediata la Historia de la Comuna de París, invirtiendo en ello una semana”. ¡Golpe a golpe, verso a verso un militante total relata a un presidiario anónimo la Historia de un arquetipo revolucionario, la Comuna de París!

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