Diego Velicia, psicólogo del COF Diocesano
Cuando los padres analizamos las razones por las que un adolescente lleva a cabo determinadas conductas como incumplir los horarios, pirarse algunas clases, abusar del alcohol u otras sustancias, no colaborar con las tareas de casa… una de las causas que solemos señalar son las amistades de nuestros hijos. “Desde que sale con esos amigos…”, “se deja influir por los amigos…”, “se junta con lo peor de cada casa…” y frases por ese estilo son utilizadas por aquellos padres, cuyo análisis es que son las amistades las que provocan que el adolescente se comporte así.
Es evidente que a cada uno de nosotros nos influyen las personas de las que nos rodeamos. No es posible que los demás no nos influyan. De hecho, una de las decisiones importantes que tomamos en nuestra vida es quién quiero yo que me influya. La adolescencia es además un momento en el que, entre otras cosas, cambian las fuentes de influencia, de los padres a los iguales.
¿Qué pasa cuando esa influencia no va en una dirección que ayude a nuestros hijos a crecer como personas? Una reacción frecuente de los padres, en el intento por corregir las conductas del hijo, es criticar a sus amistades o intentar apartarle de ellas. Es un error frecuente. Movidos por el deseo de hacer bien a nuestro hijo, criticamos a aquellos a quien valora y por quien se siente valorado. De esa manera esperamos que “abra los ojos” sobre el mal que le hace tal amistad y lo mal que va a acabar si sigue yendo con él. Esto lo hacemos, además, en una etapa de la vida, como es la adolescencia, en que el sentido de pertenencia y la dependencia de la valoración externa es importante.
Y nos encontramos que cuanto más criticamos a las amistades de nuestro hijo, más las defiende y más distante se siente de nosotros. Esto se acentúa cuando intentamos apartar a nuestro hijo de esas “malas compañías”. Cuanto más lo intentamos, menos lo conseguimos.
Un enfoque más adecuado en la mayoría de estas situaciones, consiste en no cuestionar las amistades de las que se rodea el adolescente, sino señalar a nuestro hijo la importancia de sus responsabilidades: “Puedes elegir tus amigos, pero no tus responsabilidades. En la vida te vas a encontrar con mucho tipo de gente. Algunas de esas personas podrás elegirlas (tus amigos) y otras no (tus profesores, compañeros de clase o de trabajo, tus jefes…) De la gente que puedes elegir para rodearte, unos te ayudarán a que cumplas con tus responsabilidades, y de esa manera crezcas como persona, y otros harán que sea más difícil que las cumplas. Es mejor rodearse de las primeras, pero si eliges rodearte de las segundas, lo que no vas a elegir es si cumples o no con tus responsabilidades. Eso no se decide. Puedes elegir con quién salir, pero no puedes elegir si vuelves a la hora marcada. Puedes elegir estar con tal amigo, pero no puedes elegir estudiar o no.”
Es un enfoque más adecuado porque no libera al adolescente de su propia responsabilidad situando fuera de sí la decisión de sus acciones y porque transmite un mensaje de confianza en las posibilidades del adolescente para ser responsable pese a que pueda estar en un ambiente “hostil”. Conviene acompañarlo de responsabilidades concretas con consecuencias concretas.
Puede que en algún caso se dé alguna circunstancia excepcional en la que sea imprescindible cortar de raíz una relación dañina para nuestro hijo. Pero no será lo habitual.