Ana Sánchez
Una noticia
Un espectáculo
Un negocio
Quizá con estos conceptos podría definirse El gran carnaval, porque precisamente en eso es en lo que se convierte esta historia de Billy Wilder. No es una de las comedias a las que nos tiene acostumbrados, pero sí es otra más de sus obras maestras.
Una producción de 1951, con un reparto encabezado por Kirk Douglas en el papel de un periodista caído en desgracia, que busca la noticia que le saque del pequeño periódico en el que finalmente consiguió trabajo, el trampolín que le devuelva a la gran ciudad. Precisamente esto es lo que consigue cuando casualmente llega a una pequeña mina en la que ha quedado atrapado un hombre: no puede dejar escapar la oportunidad del gran reportaje de su vida. Pero a sus ansias de reconocimiento y negocio se unen las de otras muchas personas: el rescate podría haberse logrado en poco tiempo, pero interesa prolongar la situación para prolongar la exclusiva, para llamar la atención de la gente, para montar un auténtico circo alrededor del hombre sepultado en la mina.
Un espectáculo del que al final todos participamos, en mayor o menor medida, beneficiándonos de una o de otra manera. Quizá por eso, en su momento, no fue una película recibida con agrado, porque también supone una crítica al espectador, que se siente identificado con aquellos otros espectadores, que van a presenciar la desgracia, la agonía de otra persona.
En esta sociedad del directo, del entretenimiento metiéndonos en la vida de los demás cobra plena actualidad este reality show, anterior a los que hoy están tan de moda en la televisión pero que desvela muchas de nuestras grandes o pequeñas mezquindades: ¿dónde se sitúa el límite? No se puede prolongar el sufrimiento para entretenernos o lucrarlos… aunque muchas veces se siga haciendo esto en muchos ámbitos de la sociedad.