Eugenio Rodríguez, sacerdote
Pepe Suárez ha sido un artesano de paz si entendemos con grandes testigos del siglo XX que la “paz es obra de la justicia”. La paz entendida como adultez, como organización, como legislación, como derecho, como política. Pepe Suárez dedicó su vida a lo que Francisco llama “amor imperado”. Dice Francisco: “Hay un llamado amor “elícito”, que son los actos que proceden directamente de la virtud de la caridad, dirigidos a personas y a pueblos. Hay además un amor “imperado”: aquellos actos de la caridad que impulsan a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias”. A impulsar este “amor imperado” dedicó su vida Pepe. Y lo hizo con eficacia, lo hizo bien, lo cual no significa perfecto, ni sin errores teóricos y prácticos.
Pepe Suárez es la persona que sin protagonismo quizá más haya influido en las acciones de justicia desarrolladas en la Gran Canaria de finales del siglo XX. En esos años, tan sacrificados y tan gloriosos, trabajó activamente en la lucha contra el franquismo. Se lo he oído contar con una humildad admirable siempre restándose importancia. Lo he podido comprobar en documentos de ámbito nacional, documentos clandestinos algunos y semiclandestinos otros.
Tras conocer la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) incipiente de Tenerife, hizo todo lo posible por desarrollarla en las islas orientales. El obispo Pildain había sido un hombre ejemplar en la ayuda a los pobres pero no era partidario de la HOAC porque ésta pretendía que los pobres protagonizaran sus organizaciones y luchas. Cuando se desarrolla en Canarias la HOAC ya tenía una intensa trayectoria eclesial, social y política en algunas diócesis de España. Este desarrollo en los años de la Dictadura había generado conflictos entre la Iglesia y grupos de poder como el falangismo, los jesuitas, el Opus Dei, sindicato vertical, universidad, etc. En ese contexto militantes de la HOAC ponen en marcha la editorial ZYX, que sería la más importante editorial antifranquista bajo el “paraguas” de ser una Sociedad Anónima. Esta era la organización que logró una fuerte implantación en Canarias gracias al impulso de Pepe Suárez más que de ningún otro. Cuando se propone a Pepe Suárez ser del Consejo nacional de la Editorial este contesta según el Acta: “Acepto si vale para servir a los pobres. Hago lo que crean conveniente”.
Pepe estableció serios vínculos entre luchadores históricos como los portuarios y jóvenes luchadores como los grupos que ponían en marcha en el Sureste grancanario. Si hoy el Sureste no es “el triángulo de la miseria” se debe sin duda alguna a sus habitantes, pero también a quienes les enseñaron que el ser humano tiene capacidades que debe poner en juego, que ser cristiano es servir a los otros, y que en todo eso cabe no solo el amor asistencial, sino que cabe también, y es incluso más necesario, el amor político.
Todas esas luchas hicieron posible la Transición española. Si antes de morir Franco no se hubiera trabajado porque en ambos bandos hubiera personas dispuestas a trabajar por la paz quizá no hubiera habido Transición. Los llamados “padres de la transición” tienen algún valor, desde luego menor que el que le dan los libros, pero hay otros, que no salen en los libros, que son los verdaderos padres de la Transición, los Pepes Suárez, los que se mataron a trabajar, a tender puentes, a forjar personas libres capaces de luchar “por algo más que no fuera su dinero, su vanidad o su carne”.
Pepe no era un hombre perfecto. Se equivocó muchas veces porque actuó mucho, porque amó mucho. El miedo a equivocarse no le paralizó. Fue no pocas veces un ingenuo, quizá al estilo de Jesús, que no se lo sabía todo y que confiaba en los demás. Alguna vez hablamos de lo confiado que era, como cuando ingenuamente creyó que la propuesta de “Tender puentes” del PSOE era sincera y por eso colaboró con ello, aunque terminara lamentándolo. Siempre esperó que el PSOE volviera al socialismo que proclamaba. En realidad era poco probable. Pepe vivió durante la Dictadura que, en no pocos lugares, cristianos de espíritu socialista y militantes comunistas habían colaborado; mientras decían- los del PSOE seguían de vacaciones. La dura experiencia no le hizo perder la confianza en que el ser humano siempre puede apuntarse a la utopía sea de la organización que sea.
Pepe Suárez vivió algunas virtudes cristiana con ejemplaridad. Llevó una vida sencilla y austera. Estuvo siempre dispuesto a colaborar con todos. Echaba una mano en parroquias para promover el laicado, en consejos, en la Escuela sociopolítica. También colaboró en asesoramiento legal a personas que no tenían recursos.
Pepe muere -como Teresa de Jesús– hijo de la Iglesia. No le faltaron ofertas para que se revolviera contra la anciana madre que le pariera a la fe, pero no, para él la Iglesia tenía sus cosas pero era el útero de la fe, la que le había dado a conocer a Jesús. Pepe no perdió ni un minuto en algunas batallas de moda como el sacerdocio femenino, el matrimonio de los curas etc. Su batalla era la justicia, los derechos laborales, la dignidad de los pobres, la vivienda, los movimientos sociales…. para otras batallas no tenía tiempo.