Fuente: El País
Autora: Ana Iris Simón
¿Sabes cuando traes a un amigo a casa por primera vez y le cuentas que ese es tu padre, que aquel fue tu colegio y ese el parque en el que jugabas y entonces es como si fueran un padre, un colegio y un parque nuevos? O como si los renovados fueran tus ojos, que cambian el filtro de la costumbre por el del asombro solo por tener otros ojos al lado. Pues así me sentía yo el año que tú naciste.
El año que tú naciste me pasé las mañanas llevándote al Jardín de la Isla como si fuera un bosque encantado. Si era otoño, había viento y llovían un montón de hojas, primero se me saltaban las lágrimas al ver tu cara de asombro y después me echaba a reír porque menudo exceso.
Como entrábamos por la puerta principal nos recibía siempre la fuente de Hércules, así que te contaba sus 12 trabajos y te decía que le preguntaras al tío Javi, que él se los sabía mejor. Las pocas veces que llegabas despierto a la escultura del niño de la espina te aseguraba que al día siguiente volveríamos, a ver si se la había quitado. El año que tú naciste me arrepentí de todos los libros que no había leído, de todos los vicios y manías del alma que no había conseguido dejar atrás antes de que llegaras.
El año que tú naciste comprendí el amor y lo hice de tu mano y de la del bisabuelo Vicente. De la suya, arrugada y sosteniendo una botella de plástico para regar el tiesto que colocó sobre la lápida de la bisabuela, entendí que trasciende la muerte. De la tuya, suave y regordeta, que preexiste a la vida. El año que tú naciste me di cuenta del privilegio que había sido crecer rodeada de cariño, que sería también tuyo. Algunas noches me estremecía pensando en la cantidad de gente que te quería solo por existir, sin saber en quién acabarías convirtiéndote. El año que tú naciste pensé de la maternidad lo que García Alix de la fotografía: que “nos lleva al otro lado de la vida, de donde no se vuelve”.
El año que tú naciste me empezaron a preocupar de verdad el precio de la vivienda o la inestabilidad laboral. Es cuando tiene alguien a quien legárselo que uno se empieza a tomar en serio el mundo. Por eso nos quieren sin familia y, a poder ser, sin ningún otro vínculo. “En 2030 no tendrás nada y serás feliz”, decía el Foro de Davos el año que tú naciste. Y no hablaban de anticapitalismo.
El año que tú naciste mis padres dejaron de ser mis padres y yo empecé a entenderlos. De eso nadie te avisa. Todos te previenen sobre las noches sin dormir, pero nadie te advierte de lo que supone ver a tus padres durmiendo a tus hijos. El año que tú naciste contradije a Cortázar cuando escribe eso de que tanto sentido tiene hacer muñecos con miga de pan como escribir una novela o luchar con la vida por las ideas que redimen a los pueblos. Lo profano y lo sagrado siguen existiendo, eso lo aprendí el año que tú naciste. Y también que quien decida quedarse del mundo solo con lo primero e ignorar lo segundo acabará siendo por fuerza un cenizo. Tenga o no fe.
El año que tú naciste me di cuenta de que me iba a morir. De que todos nos íbamos a morir, fíjate qué tontería: yo, papá, el tío Javi, los abuelos. Pero no me importó, no como otras veces. Porque tú, “rueda que irás muy lejos, ala que irás muy alto”, habitabas, por fin, el mundo. Y te quedarías en él con un trozo de todos nosotros. Pendiente de si un día el espinario conseguía, por fin, quitarse la astilla.