De cobardes y temerarios

Ana Iris Simón

La virtud, según Aristóteles, es un punto medio entre dos extremos, los vicios, de los cuales uno lo es por exceso y otro, por defecto. Así, la honestidad sería el justo medio entre la mentira y el no saber callarse. El ingenio, por su parte, quedaría entre ser un bufón y una ameba. Y la valentía se encontraría en el centro si trazáramos una línea entre la cobardía y la temeridad.

Según advierte Aristóteles, uno de los dos vicios siempre se confunde más fácilmente con la virtud: por ejemplo, la temeridad se parece a la valentía más que la cobardía. Quizá por eso, a estas alturas de la guerra de Ucrania, buena parte de Occidente cree estar demostrando fortaleza y unidad, cuando más bien actúa de forma temeraria. La prueba de que, como la cobardía, la temeridad es un vicio es lo rápidamente que se puede pasar de una a otra sin alcanzar la virtud.

La Europa cobarde que no es capaz de regular alquileres sí puede, envalentonada, regular el envío de armamento. La que mira para otro lado con las agresiones marroquíes a los saharauis ahora quiere ponerse la capa de heroína sanguinaria. Tiene miedo de prohibir la publicidad de apuestas, pero le echa pelotas con los medios de comunicación rusos. La Europa cagona que ayer no desconectó del SWIFT a los paraísos fiscales, hoy se viene arriba y lo hace con todo un pueblo. La que nunca se atrevió a poner impuestos a los ricos para no enemistarse con los millonarios rusos —o saudíes o chinos— ahora es la Europa bravucona de las sanciones que perjudicarán a los trabajadores de allá… y de acá. La que expulsa a Rusia de un Mundial celebrado en Qatar por el que no dice ni mú.

La Europa de la alianza de civilizaciones y el desarme ahora habla de guerra económica y choque de civilizaciones. La que ayer quería que nuestra policía fuera sin pistolas, hoy se atreve a armar a civiles. La que agachaba la cabeza ante las mentiras de Irak, de Libia, de Serbia o de Afganistán, ahora vocea mucho y fuerte. La que no se atrevió a hacer valer los protocolos de paz de Minsk es la que ahora hace valer la guerra.

Pero ¿dónde está entonces la valentía europea? En la Francia de Jean-Luc Mélenchon, en la España de algunos dirigentes de Podemos. En la Europa del “no a la guerra”, la que se niega a enviar material militar, a aumentar y escalar la matanza, consciente de que hay otra vía. La Europa de Irlanda, Hungría o Austria.

Porque hace falta ser muy valiente para decirles la verdad a los ucranios: que las propuestas económicas y militares que les hicimos desde la UE y la OTAN solo podían dar como resultado partir su país en dos y provocar un conflicto con Rusia. Valiente es darse cuenta de que Europa no puede seguir siendo un gusano militar, pero que nuestra única garantía de seguridad pasa por entendernos con Rusia. Valiente es reconocer que usamos a los ucranios y que su único futuro pasa por ser la neutralidad entre Occidente y Oriente.

Hace falta mucha valentía para asumir que, ahora que no hemos sabido hacer valer la paz, hay que dialogar en unas condiciones trágicas y acabar haciendo concesiones que a estas alturas parecen vergonzantes. Pero ya decía Aristóteles que hacen falta los valientes, porque de cobardes y temerarios está el mundo lleno. Copan casi todo el arco político y mediático.

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