
El martes 29 de abril de 2025 falleció de manera repentina Julia Pérez Ramírez, víctima de un derrame cerebral. La noticia sorprendió profundamente a quienes la conocían, pues, como comentaba un amigo médico que la había visto apenas dos semanas antes, “su estado era fenomenal”.
Casada con Carlos Díaz y madre de tres hijos, Julia se licenció en Historia y dedicó su vida al pensamiento crítico, a una fe vivida con profundidad, y a una acción social incansable y comprometida. Desde 1988 colaboró activamente con el Instituto Emmanuel Mounier y, junto a Andrés Simón Lorda, fue impulsora y alma de la Fundación Emmanuel Mounier, a la que entregó con generosidad su tiempo, su inteligencia y su corazón. Compaginó este compromiso con su entrega discreta y constante en Cáritas Madrid.
Hija de Julita y Teófilo Pérez Rey —matrimonio burgalés del que nacieron ocho hijos—, creció en un ambiente marcado por la fe, la cultura del trabajo y la militancia cristiana. Su padre fue uno de los fundadores de la Editorial ZYX, presidente de la HOAC entre 1959 y 1966 y cofundador del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos, del que llegaría a ser vicepresidente. Julia heredó ese legado y lo encarnó con firmeza, fidelidad y ternura.
Editora y escritora comprometida, publicó un libro sobre Lenin para la Editorial ZYX y, dentro del Instituto Emmanuel Mounier, escribió las biografías de Nelson Mandela y Vasco de Quiroga. La presentación de su libro sobre Mandela tuvo lugar en una mesa redonda celebrada en el Ateneo de Madrid, donde su enfoque profundamente personalista —centrado siempre en la dignidad humana, la justicia y la libertad— quedó de manifiesto. Su pensamiento, enraizado en el personalismo comunitario, buscó siempre iluminar el sufrimiento humano desde el rostro concreto del otro.
Sus palabras, siempre honestas, agudas y llenas de humanidad, transmitían lucidez, compasión y coraje:
“Me produce una pena inmensa ver lo fácilmente que nos acostumbramos al horror”, escribió con dolor ante la indiferencia. Y frente al desaliento, no se rendía: “Aquí estamos para aguantar hasta donde se pueda, y un poco más.”
Con fe sencilla y realista decía: “Que así sea… Pobres de nosotros. Qué pequeñitos somos.”
No temía alzar la voz ante lo que consideraba atentados a la dignidad humana: “Pues detrás [del aborto] irá la eutanasia y luego a librarse de los tontos y los feos”, denunciaba con crudeza.
Con la misma claridad moral expresó su indignación ante la masacre en Gaza: “Qué vergüenza lo que está sucediendo ahí.”
Y supo también ofrecer consuelo fraterno:
“Cualquier comentario sobre lo que estamos haciéndonos entre sus hijos es tremendo. Dios nos perdone. Un fuerte abrazo, hermano.”
Pese a su mirada crítica y profundamente lúcida, conservó hasta el final una esperanza honda, tejida de Evangelio y compasión:
“Feliz Navidad. Ojalá pudiéramos renacer. Un abrazo.”
Quienes la conocimos sabemos que fue un verdadero regalo: por su generosidad sin medida, su sensibilidad aguda, su entrega callada a los más vulnerables y su manera única de estar siempre disponible.
Fue una gran mujer, el gran pilar de su esposo Carlos Díaz, y una trabajadora incansable. Quienes la trataron de cerca coinciden en algo que Carlos solía decir de ella: que su ternura “besaba el alma”.
Julia fue testigo lúcida y militante cristiana. Su vida fue una entrega constante a los demás, desde una fe profundamente encarnada. La recordamos con gratitud, con la certeza de que su palabra y su ejemplo siguen iluminándonos, y con la esperanza serena de que ya reposa en los brazos de Dios, Padre Misericordioso.
Francisco Rey
