Fuente: El País, Planeta Futuro
Autor: Rodrigo Santodomingo
Retumba la explosión de un misil en Kiev y en una aldea de Sudán no saben si habrá pan para mañana. Sin que se haya cumplido una semana de guerra en Europa (a la fecha de la primera publicación de este artículo), ya se van perfilando sus efectos globales. La invasión de Ucrania reverbera por todo el mundo y en África adquiere el feo rostro del hambre. Como amenaza más inmediata, varios países temen un desabastecimiento de cereales esenciales. La dependencia de Rusia y Ucrania en las importaciones de trigo es inmensa en potencias regionales como Egipto, donde alcanza un 85%. Resulta notable en otras como Kenia o Nigeria. O en varios estados del norte del continente. Pero, sobre todo, afecta profundamente a países donde la seguridad alimentaria se tambalea. Sudán, por ejemplo, importa el 65% de su trigo de Rusia.
Aunque la escasez del preciado cereal aún no se ha instalado en los mercados internacionales, su fantasma ya ha disparado los precios. El incremento suma un 27% en el último mes, la mayoría concentrado desde el inicio de la ofensiva rusa el pasado jueves. Los dos países en guerra suman casi el 30% de las exportaciones a nivel mundial. Y todo apunta a que una mezcla de asfixia sancionadora en Rusia e incapacidad productiva en Ucrania provocará una caída drástica del trigo disponible. Otros productos agrícolas (en especial maíz y aceite de girasol) que África importa masivamente de Ucrania y Rusia podrían correr la misma suerte.
Algunos analistas que han estudiado a fondo las relaciones ruso-africanas auguran malos tiempos para la población más vulnerable. “La guerra va a afectar profundamente en la vida de muchos africanos pobres para los que el pan es parte fundamental de su dieta”, afirma tajante Steven Gruzd, del South African Institute of International Affairs, donde coordina un grupo de trabajo sobre la creciente implicación de Rusia en el continente.
Desde el Centro Africano de Estudios Estratégicos (ACSS), con sede en Washington DC, Joseph Siegle no atisba grandes hambrunas en el horizonte, ya que estas, asegura, “son un problema de oferta, pero también de demanda”. Su previsión es que, mientras esta se mantenga, “otros proveedores suministrarán trigo o alternativas para sustituirlo” a los países africanos. Pero aunque la desnutrición aguda no acabe cebándose con poblaciones enteras, Siegle admite que la nueva guerra “solo puede agravar un escenario de por sí pesimista, añadiendo una capa de fragilidad”. Poco antes de que los tanques rusos atravesaran las fronteras ucranianas, el ACSS publicó un informe advirtiendo de un “año duro para la seguridad alimentaria en África”, continúa Siegle. Un análisis pormenorizado con denominador común entre los estados más en riesgo (República Centroafricana o Etiopía): la presencia pertinaz de conflictos armados.
Poco antes de que los tanques rusos atravesaran las fronteras ucranianas, el ACSS publicó un informe advirtiendo de un “año duro” para la seguridad alimentaria en África
Gruzd no descarta que un panorama de escasez prolongada pudiera derivar en protestas, incluso levantamientos populares. “Una de las principales causas de la Primavera Árabe fue el descontento por cómo se estaban gestionando en esos países los asuntos económicos”, recuerda. Años más tarde, en 2018, la caída del tirano Al Bashir en Sudán fue bautizada con un nombre que remite explícitamente a los vaivenes en el precio y suministro de trigo: la revolución del pan. “When people are hungry, they get angry [cuanto la gente tiene hambre, se cabrea]”, sintetiza Gruzd.
Energía e inflación
Amén del agroalimentario, el sector energético se postula como el de mayor impacto desestabilizador. Mientras Europa aguanta la respiración confiando en que Rusia no cierre el grifo de sus gaseoductos, África combina –desde una mirada de Estado– el temor con la esperanza de una gran oportunidad. Entre los países importadores, todo son malas noticias: costes de transporte al alza y consecuente aumento de la inflación (para el trigo y otros cereales, los precios están subiendo así impulsados por una doble palanca). Y mientras, los grandes países exportadores (de gas, como Argelia o Nigeria, pero también de petróleo, como la misma Nigeria, Libia o Angola) se frotan las manos ante un presente con precios en récords históricos. Y sueñan despiertos con la vista en un futuro muy halagüeño. Si el gas ruso deja de fluir hacia la Unión Europea, podría ser el espaldarazo definitivo para países con inmensas reservas descubiertas en los últimos años y aún sin explotar, como Senegal.
Pero, incluso en aquellos países que van a pescar en río revuelto, pocos esperan que las ganancias repercutan en una mejora de la calidad de vida general. “Como de costumbre, son las élites las que van a salir beneficiadas; la gran mayoría de la población se limitará a sufrir las consecuencias del aumento de precios”, estima Theodor Neethling, profesor de Ciencias Políticas en la University of the Free State (Sudáfrica).
Conviene no soltar la noción de élite (política, económica, militar) al abordar los lazos que Rusia ha ido cultivando en África durante los últimos años. Relaciones a la rusa que, en esta nueva era, arrancan con la anexión de Crimea en 2014. Las primeras sanciones de Occidente a la política expansionista de Vladímir Putin –ya embarcado en su misión cuasi mesiánica por devolver al gigante eslavo un estatus de superpotencia– despertaron un renovado interés (marginal hasta entonces) por el continente africano. Una nueva atención forjada sobre los rescoldos de la Guerra Fría, cuando la URSS y EE. UU. hacían y deshacían a su antojo en África.
En dos artículos sobre el tema, Neethling y Siegle resumen las claves del acercamiento ruso a África. Acuerdos opacos firmados al más alto nivel, sin escrutinio público, con frecuencia intercambiando armamento por minerales (uranio en Namibia, aluminio en Guinea, platino en Zimbabue…). Vagas promesas y proyectos (por ahora) sin concretar para construir centrales nucleares. Participación creciente de compañías paramilitares –con los mercenarios del Wagner Group a la cabeza– en actividades de insurgencia o contrainsurgencia, a gusto del consumidor. Hombres rudos, vestidos de camuflaje, pero sin ejército, proliferan en África. “Se les ve por todos lados: Mali, Burkina Faso, Guinea…”, relata Gruzd. “Rusia no tiene escrúpulos a la hora de ganar influencia por medios, dicho de forma fina, poco tradicionales”, añade Siegle.
Baraja geoestratégica
La historiadora especializada en África Irina Filatova, profesora de la prestigiosa Alta Escuela de Economía (HSE por sus siglas en inglés) en Moscú, sostiene que Rusia, consciente de sus limitaciones (tiene un PIB inferior al de Italia), ha dispuesto un surtido flexible para África que está vendiendo con astucia. En la baraja geoestratégica africana, apunta Filatova, el país “lleva años jugando con inteligencia sus buenas cartas, que no son muchas. Ya es el principal exportador de armas en el continente. Y al usar mercenarios, no tiene que implicar al ejército para su coordinación, le basta con enviar asesores”.
La creciente influencia política de Rusia en África se plasma en imágenes inimaginables hace pocos años. En los últimos meses, se han visto vídeos y fotos de banderas rusas en demostraciones de fervor público en Mali o Burkina Faso. Allí, sendos golpes militares desprendieron un inconfundible aroma ruso
Más relevante para el futuro geoestratégico de la región es la tibieza con la que África ha reaccionado a la invasión de Ucrania. Son pocos los estados (Kenia, Sudáfrica o Ghana) que han emitido condenas sin titubeos. La mayoría ha optado por el silencio o la equidistancia. “Hay reticencias a la hora de criticar a Rusia por una cuestión de interés nacional: los países africanos no quieren cerrarse las puertas a tener los socios que elijan libremente. Pero también por un arraigado sentimiento anticolonial y anti estadounidense, que allanan el camino para que muchos compren el relato de que la culpa es de Occidente por expandir la OTAN hacia el este”, considera Gruzd.
Ninguno de los expertos consultados alberga dudas sobre el efecto en África de una Rusia convertida en paria para Occidente. Afirman al unísono que Moscú volcará aún más sus energías sobre el continente. “El retorno de Rusia a África llegó tras las sanciones de 2014, que no son nada en comparación con las que se están imponiendo ahora”, asevera Gruzd. “La Unión Europea y EEUU harían mal en presionar a los países africanos para que elijan entre ellos o Rusia. Mucho menos a aquellos menos comprometidos con la democracia, que, no por casualidad, suelen ser firmes aliados de Moscú”, apunta Siegle. El director de investigación del ACSS anima a no repetir los errores “de los años 60, 70 y 80, cuando ambos bandos se peleaban por conseguir el apoyo de cualquier dictador a cualquier precio, una estrategia que tanto coste supuso para África”.
En este panorama incierto, Filatova vislumbra como inevitable una nueva Guerra Fría en África, aunque no bipolar, “como la primera”, sino con China e incluso India ejerciendo también de actores protagonistas. La historiadora rusa lanza incluso un vaticinio: “No es improbable que China ocupe la hegemonía económica y deje a Rusia hacer en la esfera militar, siempre y cuando no interfiera en sus intereses”. En su opinión, Occidente se iría, ante ese escenario, replegando poco a poco del continente.
No pocos interrogantes se ciernen sobre la próxima cumbre Rusia-África. La primera se celebró en Sochi en 2019. Putin volvió a Moscú con un buen puñado de jugosos acuerdos en el bolsillo. La segunda está prevista para noviembre de este año. En principio, espera San Petersburgo. Aunque hoy por hoy, la simple pregunta de si tendrá lugar no es más que mera especulación.