23 DE ABRIL DE 1521, HACE 500 AÑOS
Por Rodrigo Lastra y Ana Sánchez
El año 2021 se cumplen 500 años de la batalla de Villalar (Valladolid). Un 23 de abril de 1521 caía derrotado en las llanuras de esta villa castellana el ejército de los Comuneros de Castilla frente a las tropas realistas (todavía no imperiales) del nuevo y joven rey de los territorios que ya formaban la actual España: Carlos I de España, sería también Carlos V de los reinos alemanes y emperador del Sacro Imperio Germánico, heredero de aquella suerte de Unidad Europea medieval fundada por Carlomagno en el siglo VIII.
Carlos de Habsburgo era hijo de Juana I de Castilla y Felipe de Habsburgo y nieto de los Reyes Católicos; con esta herencia llegaría a convertirse en el monarca más poderoso de Europa y casi del mundo, pues a las europeas se unen todos nuevos territorios de América y Asia. Con él se inauguraba en España la dinastía de Los Habsburgo, también conocido como «los Austria» que reinarán durante todo el siglo XVI y XVII. Austrias, Borbones (Francia) y Tudor y Estuardo (Inglaterra) se repartían el botín europeo por aquellos años.
La llegada del joven príncipe a la península para convertirse en rey de Castilla, Aragón y Navarra en 1517 no cayó nada bien, especialmente entre los castellanos. Tenía 17 años y era la primera vez que pisaba España; había sido educado en Flandes (la actual Bélgica) y apenas hablaba castellano y cuando a Castilla prácticamente todos su consejeros y ministros fueron nombrados entre flamencos.
El descontento inicial hacia el extranjero, que se reflejó primeramente en lo económico (especialmente ante la amenaza que sintieron los potentados de Castilla de perder prebendas y privilegios) iría cogiendo forma y fuerza entre las clases populares urbanas, con un cariz mucho más político y social, hasta desembocar en una auténtica revolución (aunque este término no se usará hasta el siglo XVIII) que puso en jaque durante casi 2 años el sistema imperante.
El descontento va prender fundamentalmente en las ciudades, basadas en la incipiente burguesía textil y los gremios en contra de la amenaza de poder absolutista que representaba el nuevo rey y los grandes nobles exportadores de lana (que acabaron apoyando la causa realista).
La rebelión, que estalla en 1520 mayoritariamente en las grandes ciudades comerciales de Castilla, se concentra fundamentalmente en las dos mesetas, con alguna excepción como la ciudad de Murcia. Y aunque en algunos lugares, como el campo palentino y vallisoletano, la revuelta llega a tomar un carácter justiciero anti-señorial (al estilo de las revueltas medievales que periódicamente se daban por Europa) la rebelión comunera tiene mucho más de revolución moderna si se tienen en cuenta elementos fundamentales, como su fuerte componente urbano, su cuerpo institucional y sus demandas políticas.
A diferencia de los levantamientos antiseñoriales, en el caso de la revuelta Comunera, se construye un poder político representado en la Santa Junta, en la que están representados (de una manera bastante democrática para la época) miembros de todos los estamentos sociales de las ciudades levantadas. La Junta llegó a tener representantes de 14 ciudades.
Los comuneros consiguieron hacer un esbozo de constitución, queriendo acotar el poder del nuevo rey, dando más representatividad a las cortes y comunidades. Las pretensiones de los comuneros eran las siguientes: limitar el poder real y el poder de la nobleza, reducir los impuestos, reducir el gasto público, dotar de una mayor participación política de las ciudades, reducir las exportaciones de lana y otorgar mayor protección a la industria textil:
Que rey no pueda poner Corregidor en ningún logar sino que cada ciudad é villa elijan primero da del año tres personas de los hidalgos é otras tres de los labradores, é quel Rey ó su Gobernador escojan el uno de los tres hidalgos y el otro de los labradores, é questo dos que escojeren sean alcaldes de cevil é criminal por tres años, (…) que los oficios de la casa Real se hayan de dar á personas que sean nacidos é bautizados en Castilla (…) quel Rey no pueda sacar ni dar licencia para que se saque moneda ninguna del reino, ni pasta de oro ni de plata, é que en Castilla no pueda andar ni cada en el reino, (…)
Otro de los elementos que llama la atención entre las reivindicaciones, y que muchas veces ha pasado desapercibido por los estudios que abordan el tema, es la defensa del indígena, que quedó incluida de la siguiente forma en los capítulos de 1520:
“que no se hagan ni puedan hacer perpetuamente mercedes algunas a ninguna persona de cualquier calidad que sea, de indios algunos, para que caven e saquen oro, ni para otra cosa alguna. E que revoquen las mercedes de ellos fechas hasta aquí. Porque en se haber fecho merced de los dichos indios, se ha seguido antes daño que provecho del patrimonio real de Sus Majestades, por el mucho oro que se pudiera haber de ellos: demás que siendo, como son, cristianos, son tratados como infieles y esclavos”.
De ello se deduce que los malos tratos a indígenas, a la altura de 1520, no habían podido ser frenados por los monarcas; antes bien, posiblemente fueron favorecidos por la concesión de múltiples encomiendas en forma de mercedes, utilizadas para conseguir que los hombres asentados en unas tierras tan lejanas geográficamente de Castilla se mantuvieran fieles a la Corona. Es importante destacar que los comuneros se sintieran en el deber de demandar el final de aquellos abusos, incluso antes de que se desarrollase completamente un conjunto normativo defensor de los nativos americanos. Realmente, estas fueron unas reclamaciones muy avanzadas
Tras varias victorias militares iniciales y el conato inacabado de redacción de unas nuevas leyes para Castilla, el levantamiento fue perdiendo fuerza. La retirada de la Comunidad de ciudades tan importantes como Burgos y el cambio de posición de la mayoría del clero, que vuelve a apoyar a Carlos, acabarán debilitando el movimiento comunero. Finalmente, el ejército realista venció en la batalla de Villalar y sus principales capitanes Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado fueron ajusticiados. El obispo de Toledo, Antonio de Acuña, moriría ejecutado por orden del mismo emperador unos años más tarde. María Pacheco, “la última comunera” aún mantuvo viva la llama de la revuelta en Toledo hasta 1522, exceptuada del perdón general concedido ese año por Carlos V y condenada a muerte dos años después por rebeldía por el Consejo Real. Moriría en el exilio portugués 9 años después.
La revuelta, que había comenzado como un movimiento anti-extranjero, haciendo hincapié en lo económico, acabó como una revuelta política y social a mitad de camino entre las revueltas medievales y las revoluciones modernas. Una revolución en un cambio de época, que ya apuntaba claramente las demandas que luego serán constantes en los cambios revolucionarios ulteriores.
La derrota de las Comunidades supuso la consolidación definitiva de la decadencia ya iniciada de las instituciones de carácter comunitario en Castilla, pero también la imposición, ya sin trabajas, de un modelo político autoritario en el que el poder real apenas contaba límites a su ejercicio y esto sería así de manera creciente en toda Europa, en la que comienza en estos momentos la época de los absolutismos. Pero la semilla de las revoluciones liberales primero y comunales después estaba sembrada. Sólo habría que esperar un par de siglos para un desarrollo más amplio.
Los comuneros, gran influencia en la política española e iberoamericana
La Historia de los comuneros, con todo un halo de romanticismo, que autores de gran solvencia (como el Premio Príncipe de Asturias Joseph Pérez) se encargan de desmitificar, influyó de manera importante en la política española e iberoamericana del siglo XVIII, XIX y principio de siglo XX. Sólo recordar la inspiración de la Guerra de las Comunidades de Castilla en las revueltas comuneras de los siglos XVII y XVIII en Paraguay, antecesoras de las independencias coloniales; o la reivindicación de los comuneros que los liberales decimonónicos españoles (como el héroe de la independencia Juan Martín el Empecinado) hicieron en 1821; o cómo la franja morada de la bandera republicana que se izó en abril de 1931 en España representaba un homenaje al color morado atribuido a los comuneros (aunque al parecer el color de los pendones que ondeaban los partidarios de las Comunidades era el rojo castellano). Tampoco es casualidad que otra de las grandes revoluciones del siglo XIX, y de la que ahora se cumplen exactamente 150 años (1871) llevará el nombre de “Comuna de París” y sus partidarios fueran conocidos como Comuneros (comunards, como el obrero Eugène Varlin o la maestra Louise Michel). De nuevo, lo común en el trasfondo de las reivindicaciones.
Entre todo el debate historiográfico que la revolución comunera ha suscitado en el pasado y con las diferentes visiones de un mismo acontecimiento (muchas veces con lecturas ideológicamente interesadas), la Revolución de las Comunidades merece figurar entre las luchas por la libertad que antecedieron a las grandes luchas sociales que se dieron en los siglos XIX y XX. Con sus luces y sus no pocas sombras, en el espíritu más hondo de todas estas manifestaciones están las aspiraciones eternas del ser humano: libertad individual y bien común; ambos deseos no exentos de grandes conflictos que, por momentos, parecen irreconciliables, pero que, sin embargo, deben ser las dos patas necesarias para caminar hacia un mundo más justo y más fraterno.
- Berzal de la Rosa, Enrique (2008). Los comuneros. De la realidad al mito. Sílex.
- Pérez, Joseph (2001). Los Comuneros. La Esfera de los Libros.
- Maravall, José Antonio (1969). Las comunidades de Castilla: Una primera revolución moderna. Alianza.
- Martínez, Miguel (2021). Los Comuneros, el rayo y la semilla (1520-1521). La hoja de lata
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