Ana Sánchez
El año 2021 fue declarado por la ONU como el “Año internacional para la eliminación del trabajo infantil” y ese mismo año se presentaba un informe elaborado la OIT y UNICEF, haciendo referencia a los datos de 2020, en ese informe se constataba cómo, desde 2016, se había estancado la lucha contra lo que denominan trabajo infantil. Francamente, no es muy comprensible que un niño tenga que verse obligado a trabajar, en lugar de estudiar y jugar, que deberían ser sus obligaciones principales. Precisamente por esta razón y las causas que obligan a los niños a formar parte del mundo del trabajo, debería hablarse, con mayor propiedad, de esclavitud infantil, puesto que lo más habitual es que se vean forzados por la situación de pobreza de sus familias, fundamentalmente en países empobrecidos por el mercado internacional.
En el informe de 2020 se constatan ciertos progresos en lo que se refiere al trabajo de niños de 12 a 17 años, pero no deja de alarmar, y mucho, que también se destaque cómo se ha incrementado considerablemente entre los niños de 5 a 11 años (¿se puede llamar trabajo a lo que hace un niño de 5 años? Se asemeja más a la esclavitud, ¿no?).
Los datos son especialmente alarmantes en el África Subsahariana, que es donde se constatan más casos de niños obligados a trabajar. Por lo que respecta a los sectores de producción, el que presenta mayores índices de explotación infantil es el agrícola, en muchos casos vinculado a explotaciones familiares o jornaleros que trabajan a destajo y precisan de mayor cantidad de manos para alcanzar un salario que les permita subsistir.
Pero también encontramos multitud de casos de esclavitud infantil en otros sectores, como pueden ser empresas de construcción, fábricas de ropa, extracciones mineras,… Si analizamos los productos que utilizamos más a menudo, es fácil que hayan sido producidos por niños: desde los adoquines que pisamos en nuestras calles, al brillo de nuestro maquillaje, desde la camiseta de moda a las mascarillas contra el COVID, desde el chocolate con el que nos damos algún capricho hasta los balones de fútbol del próximo mundial con los que juegan nuestros hijos… por no hablar del elevado número de niños prostituidos, aunque habría que decir más bien de niños violados, que es una calificación tristemente más apropiada.
De una de estas industrias que se lucran con la explotación de los niños, la de las alfombras, consiguió liberarse Iqbal Masih y desde ese momento, dio su vida para liberar a otros niños, para que no hubiera más niños que, como él, fueran esclavizados para el lucro de unos pocos. Iqbal nos conminaba a no comprar la sangre de los niños. Hoy sigue siendo necesario ese grito: ¡no compréis la sangre de los niños esclavos!