Diego Velicia, psicólogo del COF Diocesano de Valladolid
Una persona fue engañada por alguien a quien quería. Nunca pensó que algo así fuera a suceder. Aquello puso su vida patas arriba. Después de un tiempo, comenzó a levantarse. Salió muy dolida de esa situación. La ira inicial dio paso a una tristeza profunda. La tristeza fue cediendo, pero quedó una desconfianza hacia las personas que parecía inamovible. “No se puede confiar en nadie”, repetía.
Con el tiempo se dio cuenta de que esa desconfianza permanente era un blindaje que había previsto para que no recibir daño desde fuera, pero, al tiempo, dificultaba que el amor brotara desde dentro y generaba una distancia permanente con otras personas, aunque no tuvieran nada que ver con aquella que tanto daño le hizo. La desconfianza se convirtió en una fortaleza en la que se metió para no ser herida de nuevo, y de la que no veía forma de salir.
Por un lado, deseaba cambiar aquello, deseaba volver a confiar en alguien, volver a abrirse y a acoger. Tenía miedo que esa desconfianza condujese a una soledad heladora. Por otro, cuando pensaba que podía volver a recibir aquella herida, se recordaba permanentemente que no podía bajar la guardia. Que el daño fue tremendo. Que es mejor estar solo que mal acompañado.
¿Cómo se pasa de la desconfianza a la confianza? ¿Es una ruta intransitable una vez que uno ha tenido la experiencia de que los demás nos pueden fallar? ¿Estamos condenados por tanto a la soledad? ¿O, por el contrario, hay que dar un salto al vacío en el que exponerse sin más y jugarse la vida afectiva a los dados?
¿No existe una vía intermedia entre la parálisis y lanzarse sin red? ¿No hay un camino que nos permita transitar gradualmente la distancia que va desde el desengaño a la esperanza? ¿Hay claves que ayuden a recorrerlo?
Van aquí algunas pistas básicas por si pueden ayudar:
• Valora la honestidad de la persona en su vida en general, no sólo contigo. Observa si esa persona miente en situaciones que no tienen que ver contigo. A veces hemos justificado las mentiras: “lo hace para evitar la bronca, no ha sido para tanto…” Otras las hemos pasado por alto porque no nos afectaban a nosotros. Otras nos hemos tenido que convencer a nosotros mismos que el otro nos estaba diciendo la verdad… Si el otro es sincero en su vida, honesto con las demás personas, quizá puedas dar un pasito adelante.
• Evalúa su transparencia. Que la persona esté abierta a que conozcas a su familia, el lugar en el que trabaja o sus amistades es una buena señal. Que sea transparente en cuanto a sus sentimientos, sus proyectos y planes, sus preocupaciones, indica que puede haber posibilidades de avanzar un poco en esa relación.
• Sospecha si te dice con frecuencia “simplemente confía en mí”. Si necesita decírtelo es porque sus acciones no son demasiado dignas de confianza. No sigas por esa senda.
• Considera sus acciones con las demás personas. Si ves que actúa de forma justa, que trata a los demás con respeto, que no forma alianzas con unos para atacar a otros, que lo que le mueve no es su puro interés, quizá puedes continuar en el camino.
• Observa si te sientes apoyado cuando lo necesitas, si el otro está de tu parte cuando te hace falta. Eso no quiere decir darte siempre la razón, sino saber que puedes contar con él.
Con estas pistas nos podemos atrever por esa ruta, sabiendo que no tenemos garantías de que el otro no vaya a fallar. Cualquier relación íntima implica un riesgo. El otro, siempre, siempre, es un misterio. Y en el corazón de ese misterio está, entre otras cosas, su limitación.