Diego Velicia
Recomendamos la lectura de este artículo sobre la capapidad de atención y reflexión en niños y jóvenes. Contaremos con Diego Velicia, psicólogo y orientador familiar, en el curso «salud mental y jóvenes. Miradas y respuestas creativas» cuyo programa puedes ver aquí: https://encuentroysolidaridad.net/wp-content/uploads/2023/05/DetalleCursoSaludMental2023.pdf
Mientras escribo estas líneas me viene a la cabeza que tengo que mandar un guasap a una persona para recordarle una cosa. Cojo el móvil, y al desbloquearlo veo que tengo varios mensajes. Los leo, contesto algunos de ellos, uno me lleva a una red social, me entretengo un rato en ella y tiempo después, sin haber escrito a esa persona, dejo el móvil intentando recordar para qué lo he cogido, con la conciencia clara de que lo he olvidado y habiendo perdido el hilo de lo que estaba escribiendo. ¿A nadie más le ha pasado?
Es fácil echarse la culpa a uno mismo: “me he vuelto a liar”, “si fuera capaz de prestar más atención y no distraerme tanto…” Cuando me siento con ánimos me hago el propósito de de ser más consciente de lo que hago y distraerme menos. Cuando estoy desanimado, preocupado o cansado, me dejo llevar, “de perdidos, al río”.
Si, como me temo, esto no me pasa solo a mí, me pregunto si entre las muchas crisis que atraviesa nuestro mundo, la crisis atencional no es una de ellas. Hay quien habla de que vivimos en una “cultura atencional patogénica” que consiste en un entorno en que mantener una capacidad de concentración profunda nos resulta extremadamente difícil. Es decir, que este tema no tiene que ver sólo con mis capacidades o limitaciones personales, sino también con el ambiente en el que nos movemos y existimos.
Nuestra capacidad de atención se ve afectada por algunos factores, uno de ellos es el ruido. Tanto el ruido físico de los lugares en los que vivimos y trabajamos como el ruido emocional que a veces tenemos en nuestras familias: sermones, broncas, sobornos, excesos de cosas, de actividades… También el estrés afecta a nuestra de atención, siendo las causas más frecuentes las dificultades económicas, la explotación y la precariedad laboral y los problemas en las relaciones personales y familiares.
Si a esto le sumamos que una legión de ingenieros, psicólogos, filósofos, arquitectos, inversores, anunciantes están trabajando para conseguir captar nuestra atención, se entiende que no sea fácil mantenerla bajo nuestro poder. Móviles, televisión, videojuegos, centros comerciales, a veces incluso, las calles, se diseñan para captar nuestra atención, porque la atención de las personas es un buen negocio.
Merece la pena pensar qué puedo hacer personalmente para poner límite a las distracciones y conseguir mantener más el foco de mi atención. Cada propósito, cada esfuerzo para mantener mi atención es un logro valiosísimo. Simone Weil escribió: “cuantas veces un ser humano realiza un esfuerzo de atención con el único propósito de hacerse más capaz de captar la verdad, adquiere esa mayor capacidad, aun cuando su esfuerzo no produzca ningún fruto visible”. Adelante con todos los esfuerzos personales, ninguno se pierde.
También los padres tratamos de poner algún límite y ganar algún terreno para recuperar la atención de nuestros hijos: contratos para un buen uso del móvil, controles parentales, limitaciones de uso, restricciones del wifi doméstico… Cada uno de estos intentos tienen sus ventajas e inconvenientes para ayudar a los hijos a crecer haciendo un uso responsable de las tecnologías distractoras y pueden ser más o menos efectivos.
Pero si miramos a las fuerzas que operan contra nuestra atención reconocemos que algunas de estas fuerzas pueden ser transformadas desde la política. Hoy hay una ley de cookies, existe una ley que define cómo debe ser la publicidad, se crean “zonas acústicamente saturadas” en determinadas zonas de las ciudades, se pueden tomar medidas contra la explotación laboral…
Por tanto, además de mis intentos personales y familiares, ¿no sirve con más amor a toda la sociedad que pensemos juntos cómo abordar colectivamente este tema? Está bien que yo no fume y que intente educar a mis hijos en hábitos de vida saludable y en lo perjudicial del tabaco, pero ¿no sirve con más amor a toda la sociedad que además se prohíba la venta de tabaco a menores? ¿Llegará el momento en que exista una ley de redes sociales o de edades mínimas para el uso del móvil y similares? El diálogo está abierto.